Lo prometí, y aqui comienza la serie de prólogos de Benjamín Prado. Hasta ahora ya he publicado alguno en este blog, el del libro de Suicidas, el de Quién nos cortará las uñas cuando hayamos muerto, de otros nos ha hablado Benjamín como proyectos, y otros los estoy buscando de biblioteca en biblioteca, y lo mejor es que los estoy encontrando.
El de hoy es, quizá, el más curioso de los que Benjamín Prado puede haber escrito. Y algo de relación tiene con el autor o viceversa, pues en "Nunca le des la mano a un pistolero zurdo" uno de los personajes se llama como este cómic, por algo será, ¿no?
Un prólogo de un comic, de Blueberry. Os dejo con él...
(lo transcribo porque la calidad de las imágenes no dan para mucho, y cuelgo todas las imágenes del prólogo porque los dibujos son el complemento perfecto de este texto. Gana al natural...)
Esa azulada belleza
Por Benjamín Prado. Colección de comics de El Mundo.
Todo Blueberry se parece a una mentira. No a una mentirda común ni a un mentiroso cualquiera, sino a un embuste genial de John Ford, quizás el director más grande de la historia del cine, quién en una ocasión inició un discurso con esta palabras que son tanto el anagrama de la falsa modestia como el de la verdadera astucia "Me llamo John Ford y hago películas del Oeste".
Naturalmente, ni John Ford se llamaba John Ford, sino Sean Aloysius O'Fearna, ni sus obras pueden ser reducidas a la categoría de "películas del Oeste", cosa que no son El hombre tranquilo, Mogambo, o las Uvas de la ira, pero tampoco La Diligencia, Rio Grande, Centauros del desierto o Pasión de los fuertes, por mucho que sus protagonistas galopen por el Gran Cañón del Colorado, se cubran la cabeza con sombreros Stetson, peleen a puletazos enlas cantinas y le disparen a los indios. Todo eso es lo que más se ve, pero también es lo de menos, y ocurre en el lejano Oeste como podría pasar en cuaqluier otra parte, porque de lo que tratan las películas de Ford es de cosas como la lealtad, el honor, la avaricia, el coraje, la traición, la cobardía, la vejez... Eso es lo que los hace tan grandes.
Con las aventuras del Teniente Blueberry pasa exactamente lo mismo. El protagonista de los tebeos de Jean-Michel Charlier u Jean Giraud es un oficial del éjército federal de los Estados Unidos que recorre el Oeste coleccionando todas las aventuras del género: batallas contra los apaches y los navajos, resistencias numantinas en fuertes sitiados por el enemigo; escaramuzas, al otro lado de la frontera, con mexicanos que no aceptan haber perdido Texas y quieren vengar la derrota de El Álamo; partidas de póker que acaban en un batalla campal; duelos al sol en la calle desierta de un pueblo en manos de los bandidos; travesías agustiosas por el desierto; héroes enterrados hasta el cuello para que las hormigas rojas los torturen y maten; negociaciones con grandes jefes rebeldes en un tipo, alrededor de un hoguera y con una pipa de la paz en la mano... Y galopes sin fin, interminables viajes a caballo en los que los jinetes siempre buscan, cabalgando, contrarreloj, una última esperanza, una grieta por donde salir de un callejón sin salida. Junto al Teniente Blueberry, las palabras de Charlier y la pluma prodigiosa de Giraud colocaron todo un ejército de personajes secundarios de primera, compuesto de tahúres, traficantes de alcohol, soldados incorruptibles, coroneles locos, indios taimados como una serpiente de cascabel, exploradores borrachos y chicas que rompen corazones como quien deshoja una margarita. La suma de todo eso da un resultado innegable: las aventura del Teniente Blueberry son tan divertidas, tan variadas y tan completas, ofrecen una suma de inteligencia, acción y belleza tan extraordinaria que el que se aburra con uno de estos tebeos, una de dos, o es el cenizo más grande del planeta o está muerto.
La pareja Charlier-Giraud, que es la original y a la que se deben los títulos esenciales de la saga, esas series inolvidables que forman, por ejemplo, Fort Navajo, Tormenta en el Oeste, Aguila solitaria, El jinete perdido, la pista de los Navajos y El hombre de la estrella de plata, o la célebre El caballo de hierro, El hombre del puño de acero, La pista de los Sioux y El general "Cabellos Rubios", es en el mundo del tebeo algo así como la pareja Jagger-Richards en el mundo del Rock&Roll, la combustión entre ambos da lugar a una obra maestra de su género. Si los argumentos de Charlier siempre unen la sabiduría del narrador clásico, la solvencia del historiador y la imaginación para crear intrigas y tramas del autor de novelas de detectives, los memorables dibujos de Giraud están entre los más densos, minuciosos y poéticos de la Historia del cómic: una vez leído Blueberry, su imagen se queda en nuestra memoria para siempre. No me refiero a la imagen concreta del Teniente, ese romántico-duro-cínico-noble que le robó la cara a Jean Paul-Belmondo y los gestos a todos los antihéroes míticos de la historia del cine y la literatura, sino a la imagen en general, esas viñetas expresivas a más no poder, llenas de matices, en las que los fondos fortalecen los primeros planos, los paisajes son hemosísimos y están llenos de detalles y cada ademán de cada personaje es un prodigio de expresividad. Esa azulada belleza de Blueberry.
En cuanto al Teniente, ese hombre con puños de hierro y puntería legendaria, es un sudista que luchó contra la esclavitud y, por ello, fue desheredado por su familia confederada, quizá de ahí venga su atractivo, el de alguien que es sutil porque es contradictorio no pretende ser un héroe, pero jamás es un cobarde, no querría apostar su piel por nadie, pero nunca deja a un amigo en la estacada, presume de su falta de principios, pero todo lo que hace, lo hace a cargo de su valor y por pura nobleza y nadie le ha visto abandonar a un caído sin darle sepultura, es un romántico incurable y, a la vez, un escéptico, hasta tal punto que cuando le ofrecen una condecoración por haber arriesgado su vida para salvar el honor de su uniforme, su respuesta no ofrece dudas: las únicas medallas que le interesan son los dólares de oro y de plata. Y, sobre todo, es astuto como un zorro. De hecho, su gran baza es su ingenio y gracias a él, inventando engaños y estratagemas inauditas, sale de los infiernos en los que le meten su generosidad y su sentido del deber . Todo un artista.
Estoy seguro de que cualquier día voy a abrir una biografía que alguien escribirá sobre el Teniente Blueberry y en ella habrá una entrevista con Charlier y Giraud en la que los maestros dijeron: "Nos llamamos Michel y Jean y hacemos tebeos del Oeste". Ese día, el círculo se habrá cerrado.
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