miércoles, 27 de marzo de 2013

Acróbatas con pentagrama por red

Que tenía yo ganas de ver el gran Festival Acróbatas de cerca y mira por dónde del 17 al 26 de abril lo vamos a ver de regreso en Rivas... y el 20 con homenaje a Gil de Biedma y Ángel González. Con Benjamín Prado. Lo contamos ahora, y lo narraremos después.

 

lunes, 25 de marzo de 2013

De martillos y razones

Nada tiene que ver su libro Los Nombres de Antígona en el que nos cuenta la historia de poetas fantásticas con este artículo de opinión publicado en El País el pasado 25 de febrero en el que nos cuenta como la infamia tiene un alto precio también para quienes la cometen.

Antígona en La Moncloa
Por Benjamín Prado, en El País
 
Hay un extremo de la injusticia en el que quien la sufre tenga autoridad moral para incumplir la ley? ¿Es hoy más justificable que nunca la desobediencia civil que promulgaba Thoreau en 1849? En una situación como la que vivimos, ¿quién puede ser considerado más ejemplar: el ciudadano que acata todo aquello que le mande su Gobierno, o el que practica una “insumisión ética”, como la llama el filósofo Miguel Abensoun en su libro La democracia contra el Estado, que le permita enfrentarse a los abusos de cualquier tipo de poder, haya salido de las urnas o no? Son diferentes modos de hacerse una pregunta que tiene 2.500 años, pero sigue sin encontrar respuesta. Uno de los primeros que la buscó fue Sófocles, hacia el año 441 antes de Cristo y en su obra Antígona,donde cuenta la reacción contraria de las dos hijas de Edipo, el difunto rey de Tebas, ante la muerte de su hermano Polinices y la orden del nuevo monarca, el feroz Creonte, de dejar su cadáver insepulto, a las afueras de la ciudad: la menor, Ismene, decide someterse al edicto y no desafiar al déspota, en parte por miedo y en parte por sentido de la disciplina; pero su hermana no, porque lo considera humillante, inhumano y opuesto a la ley de los dioses. Así que se atreve a robar el cuerpo y enterrarlo. Su rebeldía la llevará a la tumba, pero la tragedia que va a desencadenar la decisión del tirano provoca que se suiciden su mujer y su hijo, y nos hace creer que al final la infamia tiene un alto precio también para quienes la cometen. La obra de Sófocles, que George Steiner definió, en un estudio clásico de ese mito, como una reflexión “sobre la lucha entre el mundo de los vivos y el de los muertos y, sobre todo, entre la sociedad y el individuo”, es también, según el profesor Francisco Rodríguez Adrados, “un aviso de adónde podría conducir la inflación de la idea del Estado”. Aquí y ahora, sin ir más lejos, no parece que pueda ser a otra cosa que a este totalitarismo de guante blanco que ha propiciado la mayoría absoluta de la derecha en las últimas elecciones. Lo malo de las victorias aplastantes es que convierten las banderas en martillos y sustituyen las razones por decretos.
¿Qué hacer en un país como España, donde por una parte crecen el desempleo, el hambre y los desahucios, y por la otra se suceden las noticias sobre un Partido Popular que ya no parece corrupto sino corrompido, y en el que muchos sujetan en una mano las tijeras de los recortes sociales y en la otra un maletín lleno de dinero negro? ¿Qué respeto a las normas nos pueden exigir quienes a la vez que nos piden sacrificios cobran cientos de miles de euros y mientras predican la austeridad se reparten sobres invisibles llenos de billetes de color violeta? ¿Cómo se atreven a hablar de honradez, patriotismo y solidaridad quienes defraudan a Hacienda, blanquean capitales, reciben regalos de tramas mafiosas, son financiados bajo cuerda o se suben el sueldo un 27% en plena crisis, como este periódico ha revelado que hizo el actual presidente del Gobierno?
“La cuestión, en realidad”, dice la novelista india Arundanathi Roy, la autora de El dios de las pequeñas cosas, “es esta: ¿Qué le hemos hecho a la democracia? ¿En qué la hemos convertido? ¿Qué sucede cuando se la vacía de significado? ¿Qué sucede cuando todas sus instituciones se han vuelto algo peligroso? ¿Qué va a ocurrir ahora que ellas y los mercados se han fundido en un solo organismo depredador, dotado de una imaginación limitada, estrecha, que prácticamente solo gira en torno a la idea de incrementar al máximo los beneficios? ¿Se puede dar marcha atrás a este proceso? ¿Puede algo que ha mutado volver a transformarse en lo que era?”. No está nada claro que todo eso lo pueda contestar el famoso yes, we can de Barack Obama, pero sí que la única oportunidad de pararle los pies al monstruo es la unión de todas sus víctimas. Aunque solo sea por dignidad, como dice en su último libro, El cuaderno de Bento, otro de los intelectuales más respetados de Europa, el escritor y artista John Berger: “Toda protesta política profunda es un llamamiento a una justicia ausente, y va acompañada de la esperanza de que en el futuro se terminará restableciendo esa justicia; la esperanza, sin embargo, no es la primera razón para llevar a cabo la protesta. Protestamos porque no hacerlo sería demasiado humillante”. Las quejas, como vemos, llegan de todas partes, desde París y Nueva Delhi a Londres, y lo mismo del pasado que del presente, pero ¿hay alguien dentro de los palacios que esté dispuesto a oírlas? En este momento, parece que no.
Sin embargo, las cosas han empezado a cambiar, porque el veneno ya está en casi todos los vasos y, como escribe Fernando Savater en su obra dramática El traspié, “podemos disfrutar asistiendo a una tragedia como la de Antígona, pero por nada del mundo quisiéramos ser ninguno de sus personajes”.
Ahora que nos han obligado a interpretar ese papel, mucha gente ha vuelto a prestarle atención a aquella teoría de la desobediencia civil que formuló hace siglo y medio Thoreau para explicar por qué se negaba a pagar impuestos a una Administración norteamericana que, por entonces, era partidaria de la esclavitud y de invadir México. Y, como consecuencia, algunos actos de objeción y rebeldía ante el atropello han dado su fruto: la tasa del euro sanitario que se quiso imponer en algunas comunidades ha sido suspendida cautelarmente por el Tribunal Constitucional; el Congreso ha aprobado por unanimidad la Iniciativa Legislativa Popular impulsada por la Plataforma de Afectados por las Hipotecas para frenar la usura implacable de los bancos; cientos de médicos de familia se han acogido a la objeción de conciencia para seguir atendiendo en sus ambulatorios a los inmigrantes, pese a la normativa que los dejaba sin protección sanitaria; y las movilizaciones infatigables de los trabajadores de la Sanidad y la Justicia públicas han logrado que los prepotentes políticos que las quisieron imponer, se vean obligados a negociar…
Eso, de momento y mientras crecen las sospechas sobre los partidos políticos, cuya arrogancia nos hace cuestionar, como dice una vez más el pensador francés Miguel Abensoun “si son unas organizaciones que fomentan el ejercicio real de la libertad o van en contra de la misma lógica de la democracia, ya que las constituyen oligarquías elitistas y dominantes”. ¿Cómo evitarlo? Su maestra, la alemana Hannah Arendt, lo tenía muy claro: “Hay que situar la desobediencia civil no solo en el lenguaje político, sino en nuestro sistema político”.
En España, uno de los autores que reflexionó a menudo sobre ese asunto fue el poeta José Ángel Valente, que en un artículo publicado en 1997, advertía de que cuando se traspasan las líneas rojas de la convivencia del modo en que ahora se está haciendo, siempre es posible que se produzca “una confrontación con el Estado de derecho, contra cuya posible arbitrariedad, rigidez o solidificación excesiva puede alzarse, en último término, el espíritu de libertad y creación que caracteriza y hace existir las formas de ciudadanía democrática”. Por suerte o por desgracia, parece que ese espíritu ha vuelto a despertarse. Antígona ha regresado y ya está a las puertas de La Moncloa.

jueves, 21 de marzo de 2013

Una poesía en su día

Una poesía al día, rezaba un lema de fomento de la lectura. Una poesía para celebrar el Día Mundial de la Poesía, una que hoy nos ha regalado Benjamín a través de Facebook.

Felicidades poetas. Felicidades lectores.

CUESTIÓN DE PRINCIPIOS
Por Benjamín Prado

Un poema que diga también lo que no dice.
Un poema que escuche a quien lo lee.
Un poema que nunca olvidarán
las palabras con las que lo haya escrito.

Un poema que sabe lo que piensas.
Un poema que busque tinta verde en tus ojos.
Un poema que tenga las llaves de tu casa.
Un poema que ponga en tu piel mi cicatriz.

Un poema que sea raro que no existiese.
Un poema que ladre a los desconocidos;
Un poema que diga que el que cierra los ojos
es cómplice del crimen que no ha querido ver.

Un poema que sea capaz de repetir
justicia y corazón,
libertad
y alegría.

jueves, 14 de marzo de 2013

Sanidad pública, sólo que privada

Cuando mezclamos ironía, realidad, sueño, pasado, presente, sonrisa y tristeza. Nos viene dando, casi siempre, realidad.

Es lo que sucede con este artículo de Benjamín Prado del año 2006, (sí, de hace 7 años), en el que nos habla de las tijeras, los recortes en la sanidad, la privatización, el copago.... Siempre con lo mismo y siempre con los mismos.

Sanidad pública, sólo que privada
Por Benjamín Prado en El País 09/03/2006
 
Llamaron a la puerta y cuando Juan Urbano abrió, tuvo tal sobresalto que dio un paso atrás, se le
pusieron ojos de koala adicto al hachís y se le cayeron las cosas que tenía en las manos, que eran un
lápiz, el periódico y La voluntad de la naturaleza de Schopenhauer. Porque allí estaban, en el umbral
de su casa, la presidenta de la Comunidad de Madrid y dos miembros de su Consejo Económico y
Social, armados con tijeras y oscuros maletines. "Buenas tardes", dijeron, haciendo sonar un par de
veces las tijeras en el aire, con ademán de peluqueros habilidosos, "que veníamos a privatizarle algo,
si no tiene inconveniente".

Juan miró a su espalda, como si esperase encontrar allí al amor de su vida, porque lo cierto es que se
había quedado dormido con Schopenhauer y, justo cuando sonó el timbre, estaba soñando con ella,
pero al no verla, les hizo a sus visitantes el gesto de que entraran y los precedió en el pasillo.
¿Estaría despierto o dormido? Mientras conducía a los intrusos a su salón, Juan intentó reconstruir
los acontecimientos: había leído el diario y a continuación a Schopenhauer; después dijo el nombre de su amor, que sonaba igual que el eco de una campana, y de pronto ella estaba a su lado, le dio uno de esos besos suyos que saben a la suma de todas las cosas dulces del mundo y... Nada, luego ya no hubo nada parte del timbrazo inoportuno y la extraña visita. Le apretó un poco la mano a Esperanza
Aguirre, para ver si era real, y ella dijo mecánicamente "Zapatero irresponsable". La cosa, es obvio,
encajaba.

Entonces se dio cuenta de que lo último que había leído en el periódico era la noticia de que un
informe publicado por el CES de la Comunidad de Madrid proponía que los usuarios de la Seguridad
Social asuman parte del coste de la asistencia que reciben, porque lo que no se paga, dicen los autores, se usa de un modo abusivo. "O sea", se dijo Juan Urbano, "del mismo modo en que los políticos usan, en general, sus cargos, solo que a ras de suelo". Y, ya preso de la ira, añadió: "Es más, se me ocurre una cosa: ¿Por qué en lugar de cobrarnos a nosotros la mitad de las aspirinas no les cobran a ellos un porcentaje del coche oficial o de los viajes en helicóptero?". Lo iba a haber dicho en voz alta, pero la visión de las tijeras lo retuvo. Eso sí, cuando ya estaban los cuatro sentados, volvió a apretar uavemente una mano de la presidenta, y ella reptió su cantinela favorita sobre este asunto: "Mi eoría es que a coste cero, demanda infinita". Estaría fuera o dentro de un sueño, pero era ella, sin
duda. Mire usted", dijo uno de los asesores, "que los fármacos se los tenemos que cobrar, pero sólo un poquito y por su propio bien. Y como eso está fuera de discusión, de lo que ahora veníamos a hablarle es de sus sueños. Sin ir más lejos, del que tenía usted hace unos instantes, ese en el que salía una chica tan bonita". Juan se quedó hecho un Kierkegaard y balbuceó unos cuantos pero qué, pero cómo... No le dio tiempo a más, porque el otro asesor lo detuvo con uno de esos gestos imperiosos de la gente muy ocupada, abrió el maletín para sacar unos folletos y dijo: "Oiga, nada de discusiones y vayamos al grano. Si usted nos deja privatizar sus sueños, nosotros le garantizamos rentabilidad y una serie de patrocinadores. Saldrá ganando y no se dará ni cuenta. Por ejemplo, ese mismo que ahora tenía, ¿no? Pues lo tiene igual, sólo que en él aparecen un par de marcas de refrescos y un anuncio de coches. Nosotros lo gestionamos, usted cobra, y santas pascuas".

"Ya, pero, ¿y ustedes qué ganan?", se atrevió a preguntar Juan. Y el otro, poniéndose en pie, contestó:
"¿Nosotros? Caballero, ¡nos ofende usted! Esto es un servicio público, sin ánimo de lucro. Hombre, la única cosa que usted pone es su sueño a disposición de los demás. Por ejemplo, si alguien no tiene una chica como la suya para soñar con ella, pues nos la pide y nosotros se la prestamos. ¿Me explico?".

Juan Urbano los echó a patadas y se entregó a la meditación. ¿Qué tenía que ver su pesadilla con la
Seguridad Social? Lo fue a mirar en las obras completas de Freud, que tardó diez segundos en
responderle: "¿Qué tiene que ver? ¡Pues que es lo mismo, estúpido!" Y se quedó toda la noche en vela,
reflexionando sobre el mensaje lanzado por su subconsciente.

jueves, 7 de marzo de 2013

Recalificando artículos

Retomo los textos que Benjamín Prado publicaba en la sección de Madrid de El País. Merecen demasiado la pena como para que solo estén en mi disco duro ocupando el espacio (eso de que la sabiduría no ocupa lugar era antes de medirla en megas).

Textos en los que, como el ejemplo de hoy, vemos que tienen mucho de actual y bastante de proféticos: "esa gente que lo cambia todo por dinero, sea lo que sea, porque para ellos que siempre van con un crucifijo en una mano y una bandera en la otra, no existe nada sagrado, aparte de los billetes de quinientos". Cuando los billetes de 500 existían, porque estamos hablando del año 2006.

Un año en el que, se hablaba de una palabra inexistente, 'recalificar', a la que, según Benjamín" habría que darle esta acepción: Tomar a los ciudadanos por imbéciles'. O si no, al tiempo" .

Pero no os lo cuento, os lo dejo para que lo disfrutéis...

Por qué la palabra recalificar no existe,
Por Benjamín Prado en El País. 10/05/2006
 
Se sentía como si aquel maravilloso verso de Góngora, "entre espinas crepúsculos pisando", hubiera
sido escrito para él, sólo que cambiando "espinas" por "escombros", porque en ese instante caminaba
por la calle de la Paz, hacia el teatro Albéniz, sin estar muy seguro de si al llegar ya estarían allí las
grúas, que eso es lo que suele suceder en Madrid cada vez que uno abre los ojos por las mañanas: o
sea, lo mismo que en el célebre relato de una línea que escribió Augusto Monterroso, "cuando se
despertó, el dinosaurio aún estaba allí", nada más que cambiando "dinosaurio" por "grúa",
"hormigonera", "o algo parecido". Juan Urbano dejó ese juego para ponerse serio, porque pensó que
aunque en este mundo todas las cosas pueden ser sustituidas por otras, algunas deberían ser
defendidas para que eso no les ocurra, por ejemplo, todas las que representan un bien
medioambiental o cultural. "Justo lo contrario de lo que hace esa gente que lo cambia todo por dinero, sea lo que sea, porque para ellos que siempre van con un crucifijo en una mano y un a bandera en la otra, no existe nada sagrado, aparte de los billetes de quinientos", se dijo, dejándose llevar por la cólera.

Es que Juan Urbano era, una vez más, presa de la sospecha. Le habían llegado rumores de que muy
pronto se iba a demoler aquel teatro histórico, y como recordaba que la Comunidad de Madrid había
prometido comprar el Albéniz para salvarlo pero no tenía noticia de que hubieran hecho
absolutamente nada, llegó a la conclusión de que esta vez, como tantas otras, lo único que pretendían
es que pasara el tiempo, se atenuasen las protestas y se pudiera llevar a cabo el derribo. "Luego,
Aguirre jurará sobre siete biblias que las actividades del Albéniz se van a multiplicar por diez en el
futuro teatro del Canal, y asunto arreglado", pensó. "Qué fácil. Cualquier día van a tener que incluir en el Diccionario de la Real Academia Española la palabra 'recalificar', que a día de hoy no existe, y
darle esta acepción: 'Tomar a los ciudadanos por imbéciles'. O si no, al tiempo". A lo mejor es que
Juan es un tipo demasiado susceptible, pero en eso tiene razón: ¿No es raro que lo que enriquece a
tantos especuladores sólo se pueda definir con una palabra inexistente: recalificar? Pues eso.
Y es que las sospechas sobre oscuras tramas político-inmobiliarias en Madrid cada vez eran un poco
menos sospechas y un poco más certezas. Por ejemplo, qué mal le sonaba a Juan Urbano la dimisión
del director general de Urbanismo de la Comunidad, Enrique Porto, tras ser acusado de autorizar un
plan parcial en Villanueva de la Cañada que incluía más de 20.000 metros cuadrados, parte de ellos
de su propiedad y otros de una sociedad suya y de algunos de sus familiares; lo que, hablando en
plata, significaba que compró las fincas por 87.000 euros y las ha vendido por 4,3 millones. Un gran
negocio, hecho en sólo tres pasos: recalifica, toma el dinero y corre.

Al ver que algún compañero de Porto en el PP declaraba que su renuncia al cargo era "una prueba de
honorabilidad", Juan exclamó: "¡Claro, y la invasión de Polonia demostró el amor que Hitler le tenía
al río Vístula!".

Juan recordó ciertas sospechas del pasado, vertidas sobre la propia Esperanza Aguirre y algunos de
sus familiares, que supuestamente habrían hecho otro gran negocio al promover la construcción de
9.000 viviendas cerca de Guadalajara, aprovechando que el AVE Madrid-Lleida pasa por el Henares y que el Gobierno del PP decidió, en 1998, colocar la única estación del tren en esa provincia en el
pequeño municipio de Yebes, donde, según se dice, el esposo de la presidenta y otros familiares
poseen miles de hectáreas, repartidas en cinco fincas. Los terrenos de la futura urbanización, que la
gente llama Avelandia, fueron recalificados en 2001 en un plan de ordenación urbana. Juan Urbano
había leído en la revista Interviú que ese suelo era propiedad de unos primos de Esperanza Aguirre, y
que sus ganancias eran de alrededor de 48 millones de euros. Y también que el arquitecto municipal
de Yebes era Jaime de Grandes, hermano de Luis de Grandes, diputado del PP, y de Lorenzo de
Grandes, jefe de Prensa de la Asamblea de Madrid. Y también que otros primos y tíos de Aguirre
habían visto crecer su patrimonio tras la venta de parcelas incluidas dentro del Plan General de
Ordenación Urbana de Tres Cantos, con lo que habrían ganado más de ocho millones de euros...
Miró el Albéniz con nostalgia preventiva. Tantos millones y que ninguno de ellos valiese para salvarlo. ¿Qué por qué los especuladores definen lo que hacen con una palabra que no existe? Vaya estupidez de pregunta.