domingo, 26 de febrero de 2012

En presencia de la ausencia

Siempre nos quedará Babelia para seguir leyendo a Benjamín Prado en las páginas de El País. Y para no pedernos por el nuevo diseño del periódico, aquí os dejo el la crítica que publicó ayer sobre "En presencia de la ausencia" de Mahmud Darwix.

En el infierno Rilke se lee del revés
Por Benjamín Prado en Babelia, El País

Cuando nació Mahmud Darwix, en 1941, su mundo aún existía. Siete años más tarde fue destruido, al instaurarse el Estado de Israel en Palestina. Su pueblo natal, Al-Birwa, fue uno de los casi seiscientos que los colonizadores arrasaron, para sustituirlo por un kibutz y una moshaw. Algunos de sus habitantes partieron a los campos de refugiados de Sabra y Chatila y otros a Líbano, entre ellos el poeta y su familia. Al regresar, Israel les dio el estatuto de presentes-ausentes, es decir, los convirtió en personas que estaban allí pero no tenían derechos y, por lo tanto, lo habían perdido todo. Desde entonces, nada ha cambiado: los palestinos, “enfermos de esperanza”, siguen pasándose de generación en generación las llaves de sus casas demolidas o incautadas y los israelíes han continuado su limpieza étnica en Kafr Qasim, las propias Sabra y Chatila, Deir Yasín o Gaza. “Lo que fue tuyo será tu infierno”, escribe Darwix en su perturbador libro autobiográfico En presencia de la ausencia.

Consciente de que “sólo las palabras pueden recomponer un tiempo y un lugar que se hicieron añicos”, el autor de Mural o Estado de sitio se entregó a la escritura con la certeza de que su misión consistía en “cuidar de la lengua para que no prescinda de las voces de las víctimas” y en impedir que los invasores lograsen lo que pretenden todos los sistemas opresivos: ocultar a sus víctimas. “Aprende a escribir lo que dé prueba de ti”, dice, comprendiendo que eso era de una importancia vital cuando hasta un hombre de la sensibilidad del poeta Paul Celan podía visitar Palestina y, como recuerda en su prólogo Jorge Gimeno, mostrarse asombrado de encontrar allí “tantos judíos, sólo judíos, y ningún gueto”. Los palestinos que no vio el admirable Celan comprendieron que el silencio estaba entre sus enemigos, porque “olvidar es dejar atrás el lenguaje”, y que su único modo de no volverse invisibles era encontrar las palabras que contasen su drama. “Defenderás una a una las letras de tu nombre, como hace una gata con sus crías (…) y aprenderás a restituir lo perdido a fuerza de nombrarlo”, se ordena a sí mismo Darwix. Y a esa tarea se entregó hasta su muerte, en Houston, Estados Unidos, en el año 2008.

En presencia de la ausencia repasa algunos episodios de su vida, empezando por su infancia, primero con el descubrimiento del idioma, que hacía que “el mundo fuera naciendo de las palabras, todo lo lejano se acercara y todo lo cerrado se abriese”; después con el del terror producido por “una guerra que te hizo madurar como agosto a las granadas en las laderas de los montes saqueados”; y finalmente, de la incertidumbre: “Creciste en la linde entre un mundo que se derrumbaba tras de ti y un mundo aún informe ante tus ojos… un mundo semejante a un dado por tirar”. Por supuesto, el número que salió no era el de los palestinos, y el niño Darwix se transformó en un adulto que sufrió persecuciones, la cárcel, “ese lugar inflexible con el tiempo”, y el exilio, desterrado en Beirut, El Cairo, Túnez, Moscú o París, eternamente preso “entre la reflexión sobre lo que no tenía y el estupor de no tenerlo” y entregado a la nostalgia, incapaz de dejar atrás “lo tuyo que repta hacia ti”. Darwix también fue militante del partido comunista, editor de la revista Al-Karmel, dirigente de la OLP y redactor principal, en 1988, de la Declaración de Independencia de Palestina, que él mismo terminó por considerar una farsa: “¿Qué argucia legal o lingüística puede formular un tratado de paz y buena vecindad entre un carcelero y su preso?”, se pregunta.

Con una prosa deslumbrante, que brilla de forma magnífica en la traducción de Luz Gómez García, Darwix habla también de su regreso a Galilea, tras casi tres décadas proscrito, para ver a su madre y la tumba de su padre, y hace sentir al lector el espanto de masacres como la cometida por sicarios libaneses, a sueldo de Israel, en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, donde asesinaron a más de mil personas. Para evitar tener que recordarlo, Darwix cita el relato que hizo de ese crimen Jean Genet: “Los escuadrones de verdugos han abierto cabezas, sajado muslos, cortado brazos, manos, dedos, arrastrado con cuerdas a gente agonizante… todo en honor de los que observaban y reían en el último piso del Hospital de Acre”, es decir, los soldados del Ejército de Israel. Y concluye que en ese mundo feroz, los suyos sólo podían aspirar a la supervivencia: “Salvarse es el único triunfo posible de la presa sobre el cazador”.

En presencia de la ausencia es un libro estremecedor, donde al contrario que en el famoso verso de Rilke lo terrible es el principio de lo bello, gracias al talento de Darwix para “defender la memoria con la poesía”, e imprescindible para todo aquel que quiera saber lo que siente por dentro un pueblo sometido.

lunes, 20 de febrero de 2012

Un nuevo libro y un libro nuevo

Benjamín nos comentaba antes de ayer en este mismo blog una noticia largamente esperada y ponía punto final a una espera muy prolongada.

En el primer caso me refiero al nuevo libro, selección de aforismos y cuya portada ha sido elegida democráticamente por los lectores de este blog: Pura Lógica.

En el segundo hablo del libro más buscado y agotado de Benjamín, un libro tras el que muchos hemos rastreado sin fortuna y que ahora se presenta sin avisar: Raro.

El propio Benjamín nos lo comentaba así:

Ya puedo contaros que "Pura lógica" está en la imprenta y que saldrá en marzo, en Hiperión. También lo hará muy pronto una edición nueva de "Raro", que al fin he dejado que vuelva a publicarse, después de muchos años sin querer hacerlo, en una editorial pequeña pero muy hermosa, Ya lo dijo Casimiro Parker, para que empiece otra vez desde el principio. He retocado unas cuantas cosas, muy pequeñas pero que me molestaban mucho, y creo que a partir de ahora esa novela y yo nos vamos a poder mirar a la cara sin problemas. Buenas noches a todos."

jueves, 9 de febrero de 2012

La verdad de Dickens

Me había dejado en el tintero la Tribuna de Benjamín en El País sobre el 200 aniversario de Dickens, y el análisis de lo que fue y lo que es.

Dickens sigue diciendo la verdad
Por Benjamín Prado en la cuarta página de El País

Algunas personas mueren y otras solo desaparecen. El novelista Charles Dickens, por ejemplo, dejó este mundo en 1870 pero sigue estando aquí. Y no solo porque obras suyas como David Copperfield, Cuento de Navidad, Oliver Twist o Historia de dos ciudades, entre otras muchas, sean clásicos imprescindibles en cualquier biblioteca que intente ser tomada en serio, sino también porque la mayoría de sus temas característicos, como la lucha de clases, la explotación infantil o la ineficacia de la justicia, siguen de actualidad y porque sus personajes continúan entre nosotros, con nombres diferentes pero con los mismos problemas. ¿O es que no podrían estar dentro de Oliver Twist, junto a los niños callejeros que la protagonizan, esos otros niños reales que hoy son abandonados en las calles de Grecia por sus familias, con la esperanza de que alguien los alimente? ¿No nos recuerdan los convictos de La pequeña Dorrit, presos en la cárcel de Marshalsea, a orillas del río Támesis, por no poder pagar sus deudas, a los desahuciados que aquí y ahora, en la España del siglo XXI, arrojan a la miseria los bancos cuando ya no pueden pagar la hipoteca salvaje que tenían con ellos? ¿No nos hacen pensar muchos de los métodos y teorías del neoliberalismo a los del usurero Scrooge en Cuento de Navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield? Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolstói, Stendhal o Benito Pérez Galdós, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país. Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que "en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos". Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países. Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay más que leer el principio de Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación".

Es muy posible que el lector se asombre al ver cómo 'Tiempos difíciles' describe la actualidad
Otra de sus obsesiones es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial
En Tiempos difíciles, Dickens critica ácidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que había entre su existencia y la de los ricos del país. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en números rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos por los suelos; con los Gobiernos de Europa intentando llenar con dinero público el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro país hasta el borde del abismo, es muy posible que el lector se asombre al ver cómo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ¿O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, frías, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astronómicos que se ponen a sí mismos los directivos de los bancos, hoy día? La única diferencia entre aquellos privilegiados y estos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada más.

Cuando Dickens retrata en Los papeles póstumos del club Pickwick, David Copperfiel o La pequeña Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los pícaros españoles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El buscón, sabía de qué hablaba, porque él mismo había sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisión de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotación, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto: "¡Oh, economistas utilitarios", escribe, "comisarios de realidades, elegantes incrédulos... si seguís llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiváis en ellos la esperanza, cuando hayáis conseguido arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertirá en un lobo y os devorará". Se equivocó, y no hace falta más que volver una vez más los ojos hacia la Grecia de hoy, verá que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de niños que a media mañana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el país solicitaba un rescate de la Unión Europea, sus potentados se llevaban a Suiza más de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del Inem y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constatación de hasta qué punto el capitalismo ha fracasado en su búsqueda del famoso Estado de bienestar.

Otra de las obsesiones de Dickens es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresión en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Cancillería que a algunos les podrá hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporción a su desventurado protagonista. O, una vez más, en Tiempos difíciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del sistema y de su invento más perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya función es "hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada". En un país como España, donde solo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jurídica son suficientes y la gran mayoría piensa que funciona mal, está anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.

En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufrió un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que precedían al suyo se despeñaron por un precipicio y él pasó horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el manuscrito, aún sin acabar, de su penúltima novela, Nuestro común amigo. No hay que tener una gran imaginación para ver en esa escena una metáfora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, después Portugal... Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la catástrofe recuperen el sentido común igual que lo hizo el tacaño señor Scrooge en Un cuento de Navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los espíritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde podía verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una parábola que, hoy más que nunca, merece la pena no olvidar.

La verdad de Dickens

Me había dejado en el tintero la Tribuna de Benjamín en El País sobre el 200 aniversario de Dickens, y el análisis de lo que fue y lo que es.

Dickens sigue diciendo la verdad
Por Benjamín Prado en la cuarta página de El País

Algunas personas mueren y otras solo desaparecen. El novelista Charles Dickens, por ejemplo, dejó este mundo en 1870 pero sigue estando aquí. Y no solo porque obras suyas como David Copperfield, Cuento de Navidad, Oliver Twist o Historia de dos ciudades, entre otras muchas, sean clásicos imprescindibles en cualquier biblioteca que intente ser tomada en serio, sino también porque la mayoría de sus temas característicos, como la lucha de clases, la explotación infantil o la ineficacia de la justicia, siguen de actualidad y porque sus personajes continúan entre nosotros, con nombres diferentes pero con los mismos problemas. ¿O es que no podrían estar dentro de Oliver Twist, junto a los niños callejeros que la protagonizan, esos otros niños reales que hoy son abandonados en las calles de Grecia por sus familias, con la esperanza de que alguien los alimente? ¿No nos recuerdan los convictos de La pequeña Dorrit, presos en la cárcel de Marshalsea, a orillas del río Támesis, por no poder pagar sus deudas, a los desahuciados que aquí y ahora, en la España del siglo XXI, arrojan a la miseria los bancos cuando ya no pueden pagar la hipoteca salvaje que tenían con ellos? ¿No nos hacen pensar muchos de los métodos y teorías del neoliberalismo a los del usurero Scrooge en Cuento de Navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield? Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolstói, Stendhal o Benito Pérez Galdós, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país. Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que "en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos". Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países. Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay más que leer el principio de Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación".

Es muy posible que el lector se asombre al ver cómo 'Tiempos difíciles' describe la actualidad
Otra de sus obsesiones es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial
En Tiempos difíciles, Dickens critica ácidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que había entre su existencia y la de los ricos del país. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en números rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos por los suelos; con los Gobiernos de Europa intentando llenar con dinero público el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro país hasta el borde del abismo, es muy posible que el lector se asombre al ver cómo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ¿O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, frías, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astronómicos que se ponen a sí mismos los directivos de los bancos, hoy día? La única diferencia entre aquellos privilegiados y estos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada más.

Cuando Dickens retrata en Los papeles póstumos del club Pickwick, David Copperfiel o La pequeña Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los pícaros españoles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El buscón, sabía de qué hablaba, porque él mismo había sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisión de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotación, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto: "¡Oh, economistas utilitarios", escribe, "comisarios de realidades, elegantes incrédulos... si seguís llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiváis en ellos la esperanza, cuando hayáis conseguido arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertirá en un lobo y os devorará". Se equivocó, y no hace falta más que volver una vez más los ojos hacia la Grecia de hoy, verá que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de niños que a media mañana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el país solicitaba un rescate de la Unión Europea, sus potentados se llevaban a Suiza más de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del Inem y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constatación de hasta qué punto el capitalismo ha fracasado en su búsqueda del famoso Estado de bienestar.

Otra de las obsesiones de Dickens es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresión en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Cancillería que a algunos les podrá hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporción a su desventurado protagonista. O, una vez más, en Tiempos difíciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del sistema y de su invento más perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya función es "hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada". En un país como España, donde solo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jurídica son suficientes y la gran mayoría piensa que funciona mal, está anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.

En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufrió un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que precedían al suyo se despeñaron por un precipicio y él pasó horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el manuscrito, aún sin acabar, de su penúltima novela, Nuestro común amigo. No hay que tener una gran imaginación para ver en esa escena una metáfora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, después Portugal... Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la catástrofe recuperen el sentido común igual que lo hizo el tacaño señor Scrooge en Un cuento de Navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los espíritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde podía verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una parábola que, hoy más que nunca, merece la pena no olvidar.

viernes, 3 de febrero de 2012

Las respuestas de la poesía

El mes pasado fueron ellos, este he sido yo el que me he retrasado. Por eso el texto de Benjamín sobre María Zambrano no se publica en enero, sino unos días después. Afortunadamente las palabras no tienen fecha de caducidad ni entienden de calendarios. Por dos de esos motivos aceptamos, entendemos y disfrutamos de Benjamín Prado escribiendo sobre María Zambrano y sus Obras Completas. Por eso pasamos página tras páginas los Cuadernos, a los que aún no han metido mano con colores políticos, como temía Prado. Esperemos que así sea y podamos disfrutar por mucho tiempo de su director abriendo cada número y revisando, como en este, la correspondencia inédita de García Lorca, las cartas entre Blas de Otero y Gabriel Celaya, la poesía de El Salvador, los artículos de Carlos Marzal, Menchu Gutiérrez o Leonardo Padura... entre otros. Un tesoro.

María Zambrano cabe en diez mil páginas
Por Benjamín Prado en Cuadernos Hispanoamericanos. nº 739 Enero 2012

Una persona como María Zambrano que tanto buscó para nosotros la "razón poética" de las cosas, no merece estar perdida. Es verdad que la autora de Claros del bosque ya nos había advertido que el ser humano vive "prisionero de la Historia", manipulado por la tiranía de los hechos y, a menudo, cautivo de la política, pero también es cierto que junto con el veneno de esa idea nos puso al alcance de la mano su antídoto: "Nunca es enteramente desdichado el que puede contarse a sí mismo su propia historia", dice El Hombre y lo divino.

La memoria de los escritores es su obra, y cuando se trata de maestros como María Zambrano, que sólo miraba para hacernos ver el origen de la luz, "el oriente de la inteligencia", y que dentro de la Generación del 27 es para la filosofía lo mismo que Federico García Lorca, Rafael Alberti o Luis Cernuda para la poesía, y Rosa Chacel, Francisco Ayala o María Teresa León para la novela, esa memoria parece ser conservada; en su caso, además, por un doble motivo: sus libros son importantes e infrecuentes, porque a España no le sobran pensadores. Y aunque ella no llegase a establecer un sistema filosófico, como tampoco lo hizo Ortega y Gasset, del que era alumna, a lo largo de sus textos se repiten temas y puntos de vista que les dan unidad y los hacen muy atrayentes: sus reflexiones sobre el destino, la conciencia y la raíz trágica del saber; su indagación de los límites que marcan nuestra existencia, que al moverse entre el miedo y la esperanza nos hizo, entre otras cosas, inventar a los dioses; sus teorías sobre la identidad y el vacío: su certeza de que el lenguaje es una forma de conocimiento, una convicción que hace que en ella el estilo ya sea, al menos en parte, el método; sus estudios sobre lo divino, lo humano y la fenomenología de los sueños y, sobre todo, la que sin duda es su gran apuesta, la fe en la que la poesía es el camino más recto a la inteligencia y la única manera que tenemos de organizar el caos. En la órbita de María Zambrano, la filosofía hace las preguntas y la poesía da las respuestas.

Por todo eso, es una gran noticia que ahora, a los veinte años de su muerte, la editorial Galaxia Gutenberg haya emprendido la publicación de sus obras completas, que culminarán con sus seis tomos de la recuperación de María Zambrano que se viene sucediendo desde su vuelta del exilio, en 1984, y que tienen una importancia comparable, sino superior, a la que tuvo la concesión de Premio Cervantes, en 1988. Bajo la dirección de uno de los seguidores más autorizados y más fieles de la autora de Vélez-Málaga, el profesor Jesús Moreno Sanz, esa media docena de volúmenes incluirá toda la bibliografía de María Zambrano, la totalidad de sus artículos e innumerables textos inéditos: un tesoro. La primera entrega está compuesta por El Hombre y lo divino, Persona y Democracia, La España de Galdós, España, sueño y verdad, los sueños y el tiempo, El sueño creador y la Tumba de Antígona. Sus mil quinientas páginas ofrecen un magnífico retrato de esta mujer admirable que como tantas otras de su generación tomó parte en los sucesos a veces maravillosos y a veces terribles que le tocó vivir, siempre en primera línea y segura de que ella estaba en este mundo para "ser pintura más que ser pintada", como dice en España, sueño y verad. Estas Obras completas, que tendrán alrededor de diez mil páginas, son la mejor prueba de que lo consiguió.