sábado, 24 de diciembre de 2011

En estas fechas, de regalo...

El año, al final, casi, tiene una buena noticia, y es la cuasiconfirmación del Benjamín Prado más periodista, el que se vio obligado a dejar a Juan Urbano sin la página del jueves en la sección local de Madrid para reconvertirse en un periodista de la sección Vida y Artes, de esas que nos dan un reportaje a doble página.

Hoy lo ha vuelto a repetir, y la verdad, es una gozada, un regalo, vaya, y una oportunidad única para asomarme al blog en estas fechas y deciros muy alto, FELICES FIESTAS. Y dejaros, como siempre, en la mejor compañía, y, esperemos, con los mejores regalos.


Dime qué te regalan y te diré quién creen que eres
Por Benjamín Prado en El País.


¿Quién hizo el primer regalo y para qué? ¿Quién lo recibió y qué dio a cambio? Esas son dos preguntas para la historia, pero hay otras para la sociología: ¿Un regalo es un espejo en el que se ve con más claridad a quien lo hace o a quien lo recibe? ¿Lo que le regalamos a una persona resume lo que pensamos de ella? Algunos regalos, por ejemplo, un buen libro, son un elogio porque demuestran que consideramos personas cultivadas a quienes los reciben; otros son un acto de incomprensión que hace pensar a sus destinatarios: ¡pero cómo ha podido creer alguien que yo me pondría esta ropa, oiría este disco o voy a echarme esta colonia! Y algunos más son solo una cuestión de negocios o una simple estrategia, aunque esos no suelen despertar la gratitud de quien los obtiene, sino su desconfianza: "Repartía regalos / como quien pone un cebo en un anzuelo, / y ¿qué pez puede amar al pescador?", dice el poeta hispanorromano Marcial.
Llega la Navidad, se encienden las luces, se acercan la Nochebuena y el día de Reyes y puede haber dudas sobre si estas fiestas son una celebración religiosa o un asunto comercial -"Consumismo / serpiente que se traga su propia cola", escribe en sus Ecopoemas el último premio Cervantes de Literatura, Nicanor Parra-, pero parece indiscutible que del 24 de diciembre al 6 de enero todo gira alrededor de tres palabras: familia, banquete y regalo, las dos últimas, al menos, hasta donde lo permita la crisis.
Hay muchas teorías sobre el origen de los regalos, que muy probablemente no son hijos de la amistad, sino del miedo, porque las tribus y los pueblos conquistados se los ofrecían a los invasores como símbolo de sumisión. Pero las civilizaciones dominantes también los hacían. Los fenicios entregaban telas, alhajas y objetos de vidrio o marfil a aquellos con quienes querían comerciar, para ganarse su confianza. Los griegos ya tenían la costumbre de regalar joyas, amuletos y flores a los niños, para celebrar sus cumpleaños. En Roma, la tradición de agasajar el primer día de enero al emperador, obsequiándole ramas de laurel y pasteles, pronto se extendió a los parientes y amigos, a quienes se les entregaban unas monedas de latón que servían para desearles prosperidad. Y los persas agasajaban con diversas mercancías a quienes controlaban las rutas a Oriente, para convencerlos de que hicieran tratos con ellos. Pero la apoteosis del regalo es propia de nuestra época, que de hecho ha ido multiplicando los días marcados en rojo: primero los Reyes Magos, luego la Nochebuena, San Valentín, el Día de la Madre, el del Padre... Así que regalamos mucho, pero ¿lo hacemos bien? ¿Cuántas veces sentimos alegría al rasgar el papel de colores y cuántas veces decepción?
"A mí eso me estuvo pasando toda la vida, mientras fui niño -recuerda el novelista Juan Marsé-, gracias a una vecina que cada año me regalaba lo mismo por Reyes: un juego de bolos de madera sin pulir, con un círculo rojo dibujado encima, seguramente porque era muy barato. Al verme la cara de desilusión, mi madre me decía: 'lo que tienes que hacer es darle las gracias y decir que es justo lo que esperabas'. Pero el caso es que yo esperaba otra cosa, un uniforme del Atlético de Aviación, que era el equipo que me gustaba porque, con ese nombre, creía que los jugadores llegaban a los partidos y se iban de ellos pilotando sus propios aviones. Cuando pasó a llamarse Atlético de Madrid, dejó de interesarme y ya solo fui del Barcelona. Así que nunca tuve aquel uniforme, que era lo que más deseaba. O sea, que los regalos son un poco como los trenes de las canciones: o los coges cuando tocan o pasan de largo y no vuelven".
Regalar es una mezcla de arte y ciencia, y para hacerlo bien hay que conocer al otro y también adivinarlo: porque si sabes exactamente cómo es, qué cosas tiene y cuáles le faltan, es más fácil acertar. "Lo fundamental cuando vas a comprarle algo a otro es olvidarte completamente de ti y de tus gustos", dice la escritora Almudena Grandes. "Muchos regalos fracasan porque nos olvidamos de la persona a la que se los vamos a hacer, como si de lo que se tratase fuera de disfrazarla de nosotros. Y lo que hay que intentar es lo contrario, entender que lo que importa no es lo que tú comprarías, sino lo que ellos quieren. De hecho, hay ocasiones en las cuales el hecho de que algo te parezca horrible es una garantía de éxito: y si no, que me lo digan a mí, ahora que mi hija se ha hecho punki...".
Y cuando llega esa hora, la de dejarse a uno mismo al margen y ponerse en el lugar del otro, ¿quiénes regalan mejor? ¿Los hombres o las mujeres? "Las mujeres, que supuestamente somos mucho más predecibles y más fáciles de descifrar en ese terreno", continúa la autora de Inés y la alegría, "cargamos más con cosas que no nos apetecen, porque hay una serie de regalos tipo, como los perfumes, que a mí por ejemplo no me gustan, y que según las leyes de la publicidad se supone que son infalibles. A lo mejor es que como a los hombres, por lo general, les gusta menos ir de compras, lo que les ocurre es que al final van más a tiro hecho, son más convencionales y siguen más los modelos".
Si algo resulta indiscutible es que regalar es tratar de conocer, algo que siempre oscila entre lo complicado y lo casi imposible. La artista Sophie Calle fotografió todos los regalos de cumpleaños que le hicieron entre 1980 y 1993, y luego los metió en una serie de vitrinas que, al ser expuestas, ofrecían un retrato incongruente. ¿De verdad esos objetos tan distintos entre sí estaban destinados a la misma persona? "Yo tengo muy claro que alguien me conoce lo suficiente cuando me regala una botella de buen vino", dice el narrador y poeta José Manuel Caballero Bonald. "Porque de pequeño lo que más me agradaba era que me comprasen una bicicleta cada dos o tres años, un poco más grande según iba yo creciendo; pero ahora lo que me gusta es que me regalen vino de calidad, y regalarlo yo también. O sea, que si una persona me regala un vino vulgar, ya tengo claras dos cosas: que ella no sabe quién soy yo y que yo me arrepiento de conocerla".
Seguro que cualquiera que eche la vista atrás o mire su armario se dará cuenta de que la incompatibilidad de caracteres entre nosotros y lo que nos regalan se produce demasiado a menudo, en unas ocasiones porque nos dan algo por puro compromiso, o comprado en el último momento, y en otras porque hay gente que nos desconoce de toda la vida. "Es cierto que a veces abres un regalo", admite la actriz Ana Duato, en un descanso del rodaje de la serie Cuéntame cómo pasó, "y en lugar de dar las gracias te dan ganas de decir: pero ¿quién te has creído que soy yo? Los que sí lo saben no ignoran que lo que más me gusta son los objetos familiares, cosas que no tienen un gran valor económico, pero tienen recuerdos dentro. En cuanto a mí, lo tengo clarísimo: yo regalo para triunfar, para que el otro tenga algo que le vuelve loco o algo que necesita de verdad. Y como los regalos tienen dos caras, también algo que, a ser posible, sea como un resumen o una maqueta de lo mucho que lo quieres, de lo bien que le conoces. Lo que sí he aprendido es que a veces para conseguirlo hay que saber esperar hasta que ese regalo aparece, sin dejar que las fechas te metan prisa. Precipitarse y acertar no suelen ser cosas compatibles".
El cantante Miguel Ríos coincide en parte con ella a la hora de presentarle resistencia a los días establecidos por el calendario para intercambiarse obsequios, y confiesa: "Yo soy de poco regalar o que me regalen, y muy especialmente en eso que se llaman fechas señaladas. Pero es cierto que, en general, la gente que me hace regalos parece conocerme bien, al menos la que está en mi círculo próximo, de manera que suelen darme lo que para mí son cosas prácticas, es decir, libros, discos, jamones, vinos o surtidos de aceites; y, en menor medida, guantes, bufandas...".
¿Quién señala esas fechas a las que se refiere Miguel Ríos? A veces, una iglesia y a veces unos grandes almacenes o una marca comercial. La popularización de Santa Claus se produjo en 1931, cuando Coca-Cola incorporó su figura a su campaña publicitaria de Navidad y el artista Haddon Sundblom dio con la imagen de Papá Noel que se ha convertido en su estereotipo, con su gorro rojo y su barba blanca. Sus orígenes, sin embargo, están en un personaje real, el obispo san Nicolás de Myra, del siglo IV, que al saber que el padre de tres doncellas que no tenían dinero para casarse iba a vender a una como esclava, para financiar la boda de las otras dos, fue a su casa una noche y echó por una ventana abierta tres bolsas de oro. El mito, por lo tanto, ya tenía una leyenda y una tradición literaria cuando le pusieron una coca-cola en la mano, porque en 1808 el escritor norteamericano Washington Irving, autor de los célebres Cuentos de la Alhambra, había publicado La historia de Nueva York según Diedrich Knickerbocker,donde presentó a un san Nicolás que volaba en un vagón tirado por caballos y dejaba caer sus regalos por las chimeneas. Y en 1822, el poeta Clement Clarke Moore escribió otro texto que se hizo muy famoso, La noche antes de Navidad, en el que el vagón y los caballos se convierten en un trineo y unos renos y donde ya aparecen algunos rasgos decisivos del personaje, como su famosa risa. El caso es que la quimera de Santa Claus le ha ganado la batalla a la parábola de los Reyes Magos, que es mucho más local pero más culta y ha inspirado cuadros maravillosos de Leonardo da Vinci, Velázquez, Botticelli, Giotto, Rubens, Durero y El Bosco, o poemas como este de Rubén Darío que va mucho más allá del oro, el incienso y la mirra: "Allí había oro en cajas reales, / perfumes en frascos de hechura oriental, / incienso en copas de finos metales, / y quesos, y flores, y miel de panal".
Finalmente, ¿cuál es el regalo más raro que han recibido? A José Manuel Caballero Bonald le quisieron agasajar llevándole a casa un jabalí vivo. "Yo conocía bastante a unos guardas del Coto de Doñana y como allí, de vez en cuando, hay que abrir la veda de esos animales porque se reproducen muy deprisa y cuando hay demasiados, destruyen el ecosistema, pues cazaron un jabato y me lo quisieron dar. Les dije que no pensaba meter eso en mi casa, pero que si lo asaban, nos lo comíamos allí mismo. Y eso es lo que hicimos".
"A mí el regalo más raro que me han hecho lo es hasta tal punto que no sé ni cómo se llama", cuenta Ana Duato. "Me lo regaló Imanol Arias y lo tengo en la cocina. Es un aparato que sirve para mantener el vino, una vez abierto, a la temperatura correcta y para succionar el aire que le pueda entrar. Tiene unos depósitos con gas y no sé cuál es su nombre. ¿Guardador? ¿Recorchador? Está en mi cocina y es estupendo, sea lo que sea".
Miguel Ríos recibió su regalo más raro en vivo y en directo: "Fue al final de una larga entrevista en un late show de la televisión mexicana: al acabar el programa, la presentadora me regaló un aparatoso servicio de té metálico, con su gran bandeja, sus tacitas, platillos, cucharitas y tetera. Todo labrado y envuelto en celofán rosado, con el expreso deseo de que lo disfrutara en mi casa de Madrid. Habría que haberme visto, sujetando eso ante las cámaras...".
Al novelista Ignacio Martínez de Pisón, un lector que había leído su novela Carreteras secundarias le regaló "un Citroën Tiburón hecho con latas recicladas", que es en el que van a todos sitios los protagonistas de la obra, pero hubo un regalo aún más insólito: "Un amigo me compró, vete a saber por qué, un artilugio que tenías que ponerte no sé si en el tobillo o en la muñeca y que servía para calcular los kilómetros que caminas cada día. Cosa que, como puede comprenderse, no tengo el menor interés en averiguar".
En cuanto a Almudena Grandes, la sorpresa la esperaba en su propia casa: "El regalo más extraño me lo hizo por Reyes mi hija Elisa, cuando tenía 13 años: una pluma preciosa, elegantísima, que me gustó mucho. Cuando acabé de alabársela, me dijo que la había encargado en una papelería en la que teníamos una cuenta abierta para que pudiese ir a por folios, lápices y esas cosas que necesitaba para el colegio".
Todo un mundo el de los regalos. Rompes el envoltorio y nunca se sabe qué vas a encontrar dentro. ¿Será verdad que nadie conoce a nadie?

martes, 20 de diciembre de 2011

La ideología del humor

Los Cuadernos Hispanoamericanos de noviembre llegaron en diciembre, pero bien cargados. Artículos de Justo Navarro, Jorge Boccanera, Abilio Estévez, Rodrigo Fresán, poemas de Lêdo Ivo, Isabel García Mellado o la entrevista con Antonio Orejudo... son algunos de los textos de este número magenta que busca sacarnos una sonrisa. Otra, quiero decir, además de la que surge de tus labios al ver el ejemplar en el buzón.

El humor no tiene ideología
Por Benjamín Prado. Cuadernos Hispanoamericanos, nº 737
¿El humor no tiene ideología? ¿La alegría no tiene prestigio literario? ¿Una comedia no se puede tomar en serio? En la entrevista que publicamos en este número de Cuadernos Hispanoamericanos, el escritor Antonio Orejudo sostiene que uno de los misterios sin resolver de la literatura española actual es que sea tan solemne, cuando se basa en obras tan joviales como El libro de buen amor, La Celestina, el Lazarillo de Tormes o El Quijote, y se pregunta si el problema se debe a que "alguien, en algún momento, hizo circular la consigna de que reírse con los libros era de derechas o era una frivolidad, y ahí seguimos." Es una teoría interesante. Y, desde luego, es un hecho, porque la verdad es que en España y, por extensión, en toda Latinoamérica se publican muy pocos libros de humor, y menos aún que sean capaces de combinar humor y calidad, algo efectivamente incomprensible en el país de la novela picaresca, Cervantes o el Quevedo más satírico. ¿Tendrá también la culpa de eso la Guerra Civil? Tal vez en parte, si atendemos a la apreciación global que tenemos de autores como Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura o Edgar Neville, todos ellos partidarios, en principio, de los sublevados de 1936, lo mismo que Ramón Gómez de la Serna. "A Jardiel y Mihura, que son unos genios, les colgaron en su momento el cartelito de fascistas y ésa ha sido su desgracia. En otros países habrían sido canonizados", sentencia Orejudo.

Mihura logró hacerse un clásico con Tres sombreros de copa, y tiene en sus solapas títulos tan notables como El caso de la señora estupenda, Maribel y la extraña familia, Ninette y un señor de Murcia, A media luz los tres y otras piezas teatrales que mezclan sátira, costumbrismo y absurdo con soltura y sentido de la anticipación y que no hacen nada extraño que colaborara con Luis García Berlanga y Rafael Azcona en el guión de Bienvenido, Mister Marshall. Pero tal vez es Jardiel Poncela el más sobresaliente de los autores de eso que se ha llamado "la otra Generación del 27", precisamente la del humor. Sus comedias y novelas son magníficas, siempre rayando lo inverosimil, y con ellas dinamitó hasta tal punto el naturalismo que gobernaba la escena española, que la crítica de la época lo atacó sin piedad, aunque no lograron vencerle ni vivo ni muerto. Mientras aún estuvo  de este lado del más allá, fue capaz de presentarse una tarde en el teatro donde por la noche se iba a estrenar una de sus obras y hacer que desclavasen del suelo la butaca en la que iba a sentarse el periodista más temido de la época, para clavarla al revés, es decir, mirando en dirección contraria al escenario, argumentando que, como de todas formas no se iba a enterar de nada, le daría igual estar de frente que de espaldas. Cuando falleció por no hacerle caso a uno de sus títulos, Morirse es un error, aún muy joven, a los cincuenta años, y, entonces sí, ya un poco olvidado y en la ruina, lo hizo sólo como repliegue estratégico, para tomar impulso hacia la posteridad, que es donde continúa: a los espectadores les sigue hipnotizando su mezcla de intriga, surrealismo y diversión, y es imposible una temporada que no tenga en la cartelera Eloísa está debajo de un almendro, Angelina o el honor de un brigadier, Los ladrones somos gente honrada, Un marido de ida y vuelta o, entre todas muchas posibles, Los habitantes de la casa deshabitada. Pero es cierto que, como dice Antonio Orejudo, la política y los abismos abiertos por el golpe de Estado que él suscribió, aunque fuese a su manera un tanto inconsciente y de un modo similar al de Ramón Gómez de la Serna, tuvieron algún peso en su decadencia, porque cuando en 1944 emprendió una gira por Latinoamérica que debía de haber sido su confirmación y en la que había invertido todo lo que tenía, los republicanos exiliados lo sabotearon y quedó en bancarrota. Atacado tanto por sus correliginonarios como por sus enemigos, se fue viniendo abajo y no mucho después, la enfermedad, un violento cáncer de laringe, se ocupó del resto. En su sepultura, ordenó poner una frase que explica hasta qué punto se le puso amargo el humor: "Si queréis los mayores elogios, moríos".

Por suerte, hoy en día nadie le mira a Jardiel la bandera para ir al teatro a ver una de sus obras o cuando lee cualquiera de sus novelas, Amor se escribe sin hache, Espérame en Siberia, vida mía, o Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, y ése es un síntoma de la normalidad democrática en la que vivimos. Buena cosa, porque reírse es terapeútico y el sentido del humor es uno de los ingredientes básicos de la inteligencia. Por eso, que autores como Antonio Orejudo o Felipe Benítez Reyes sean seguidos cada vez por más lectores es una gran noticias. Y que otros como Jardiel Poncela o Mihura no caigan en el olvido, también.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Un oscuro laberinto

Benjamín Prado nos muestra, en la edición de hoy de El País, su faceta más periodística. En la que también destaca. Publica un reportaje sobre uno de los temas que más conoce, tanto por sobrada documentación, como por experiencia en primera persona. Rafael Alberti y él fueron grandes amigos, desde que Benjamín se encontró con el escritor, un día por casualidad, en un bar de Las Rozas, donde vivía el aún joven Prado. Desde entonces hasta siempre, la relación entre Benjamín y Prado ha sido muy estrecha. Benjamín escribió sobre sus 13 años con el escritor el libro "A la sombra del ángel", y posteriormente en muchas charlas, artículos, tribunas y opiniones ha hablado sobre la codicia y la usura que rodea la herencia de la obra de Alberti. Hoy nos entrega otro capítulo de una historia que se está gestando, y que no parece tener fin. "Las cosas que han pasado cambian continuamente", dice Benjamín PRado en su mentira nº11 en el libro Ecuador. Y así parece ser con la vida del gran Alberti, que no deja de cambiar, ni siquiera 109 años después de su nacimiento.

¿Quíén esconde el tesoro de Alberti?
Por Benjamín Prado en El País.

Trece de julio de 1990. Roma y El Puerto de Santa María. Mientras en la capital de Italia un camión atraviesa la ciudad lleno de cuadros, dibujos y serigrafías de Picasso, Miró o Tàpies y de cartas y libros firmados por Neruda o Pasolini, en el hermoso municipio de la bahía de Cádiz un coche nupcial empieza a rodar lentamente hacia los juzgados. El primero ha salido del número 88 de la Via Garibaldi, en el barrio del Trastevere, un antiguo convento de color naranja convertido en casa de vecinos, y el segundo de una casa llamada Ora Marítima, construida muy cerca del océano, en la urbanización Las Viñas. Las dos viviendas tienen en común al poeta Rafael Alberti y se diferencian en que una la compartió con quien fue su mujer durante casi 60 años, la escritora María Teresa León, y en la otra va a instalarse con la que está a punto de ser su nueva esposa, una profesora 44 años más joven que él, llamada María Asunción Mateo. Aunque, en realidad, hay otra diferencia importante: la casa junto al río Tíber donde pasó los últimos 14 años de su exilio, era suya y de León; pero la que está en su localidad natal pertenece al Ayuntamiento, que se la ha cedido para que pueda cerrar allí, tranquilamente, el formidable círculo de su vida.

Hoy, 21 años más tarde y a los 12 de haber fallecido Alberti, el chalet Ora Marítima sigue en manos de su viuda; la mayoría de las obras de arte y manuscritos que salieron de Roma para ser conservados y expuestos en una fundación que iba a abrirse en Cádiz se trasladó en medio de un enorme escándalo a El Puerto de Santa María y al final fue disuelta, por falta de fondos, en 2010, han desaparecido; y el piso de Via Garibaldi, donde continúa viviendo su novia de los años setenta, la bióloga catalana Beatriz Amposta, con la que inició una relación cuando María Teresa ya estaba enferma de alzheimer, arrastra una deuda de más de 60.000 euros que los administradores de la finca se disponen a cobrar exigiendo que los herederos se hagan cargo de ella o que la propiedad sea embargada y se subaste.

Dos despachos de abogados de Madrid están a punto de emprender una batalla legal en la que se verán implicados la hija del poeta, Aitana Alberti León; los descendientes de sus dos hermanos por parte de madre, Gonzalo y Enrique de Sebastián; su viuda y su antigua compañera sentimental e inquilina del inmueble, Beatriz Amposta, a la que el autor de Roma, peligro para caminantes escribió un libro titulado Amor en vilo que, hasta el día de hoy, continúa inédito. Rafael Alberti solía repetir que él escribía para dejar una estela; pero como se ve, lo que ha dejado es un oscuro laberinto.

La casa de Via Garibaldi era, efectivamente, el hogar donde Rafael Alberti y María Teresa León habían pasado gran parte de su destierro en Italia, un país al que llegaron después de vivir 24 años en Buenos Aires, tras el golpe de Estado de 1936; y era también una especie de santuario por lo civil al que peregrinaban escritores y políticos antifranquistas ansiosos de conocer a aquella pareja mítica que simbolizaba tantas cosas: la Generación del 27, la República, la Guerra Civil, el éxodo de los derrotados, el Partido Comunista… Por añadidura, no era raro que quienes franqueaban aquella puerta se encontrasen en el interior con Pasolini, Fellini, Vittorio Gassman o cualquiera de los españoles que se dejaban caer por esa ciudad a la que, según sostenía el mismo Alberti, sus compatriotas solo iban por dos motivos: a ver al Papa o a verlo a él.

En Italia, los Alberti habían vivido en Milán y en otra casa en Roma, pero cuando el poeta recibió el Premio Lenin de la Paz, en 1965, utilizaron el dinero del galardón para comprar el piso de Via Garibaldi, que todos los que conocieron definen como un auténtico museo: "Las habitaciones estaban repletas de cuadros de Picasso, Miró, Guinovart, Quatrucci…", contaba en 1976 el pintor y crítico Francisco Arniz Sanz en el libro Aproximación a Rafael Alberti y María Teresa León. Y no solo eso, porque también había muchísimas obras propias, como recuerda la sobrina del escritor, Teresa Sánchez Alberti, que fue la encargada, junto con el director del Patronato de Cultura de la Diputación de Cádiz, el vicepresidente de la Fundación Rafael Alberti y la abogada Cristina Almeida, de ir a retirar los materiales de la casa del Trastevere para que fueran llevados a Cádiz: "Había infinidad de cosas, por ejemplo, muchísimas litografías de mi tío, a veces tiradas enteras, que en algunos casos, al parecer, se vendieron más tarde a la propia Fundación al triple de lo que valían; y cosas inéditas por todas partes, apuntes, esbozos, cuadernos escritos de puño y letra por él y por María Teresa…".

Tras quince días de trabajo, el legado quedó embalado en 386 cajas de cartón. Y cuando el tesoro llegó a la capital andaluza y empezó a hacerse su inventario en un almacén de la calle del Rosario, se pudo comprobar que, sobre todo, esas cajas estaban llenas de problemas.

El lunes 16 de julio, tres días después de su boda con María Asunción, ese legado, que fue tasado por los especialistas en unos dos mil millones de pesetas, fue presentado por el autor de Marinero en tierra y su nueva mujer a la prensa. Fue la última vez que se les vio sonreír, porque a partir de ese instante todo fueron conflictos, malas noticias y sorpresas desagradables.

Nada más casarse, Alberti se alejó de muchas de las personas a las que quería. Sus memorias, La arboleda perdida, fueron censuradas, como puede comprobarse comparando las primeras ediciones de su segundo tomo y las últimas, y desaparecieron de sus páginas sus amigos más cercanos y en ocasiones hasta su hija Aitana y su sobrina Teresa, que era quien lo había cuidado desde su retorno a España, quien se ocupaba de casi todos sus asuntos domésticos y en cuya casa vivió mientras se recuperaba del accidente de coche que tuvo en 1987. "La boda la organizaron mientras yo estaba en Italia ocupándome de su patrimonio", asegura Teresa. "Yo me enteré de que se había casado por los periódicos. Nada más regresar a mi casa, lo telefoneé y me dijo: 'No quiero que vengas'. Y al día siguiente, llamaron a mi puerta y cuando abrí era un notario que venía a exigirme que le devolviese los poderes que me había dado mi tío para que me ocupase de sus asuntos".

Alberti y su esposa, María Asunción Mateo, que no ha querido participar en este reportaje, empezaron a presentar una queja tras otra en la Diputación de Cádiz, un día porque las tareas de clasificación iban despacio; otro porque el almacén de la calle del Rosario no reunía las condiciones necesarias; o porque se habían mezclado obras de arte con objetos personales que no tenían por qué estar incluidos en la donación. El resultado fue que los políticos que gobernaban la institución accedieron a disolver la Fundación Rafael Alberti y poner en manos de la pareja todo aquello que había llegado a Cádiz por deseo del autor de Cal y canto y pagado con dinero público. El matrimonio anunció entonces que se abriría una nueva Fundación en El Puerto de Santa María, en una casa en la que el escritor vivió de niño, y que en ella, como aún puede leerse en su página web oficial, estarían "depositados no solo los recuerdos de la infancia del universal poeta, sino también la donación que junto a su primera esposa, María Teresa León, hizo en 1978 a su ciudad natal". Eso nunca fue cierto, porque la gran mayoría de las obras que fueron sacadas de Via Garibaldi nunca han vuelto a salir a la luz y, desde luego, jamás han sido vistas en las salas de ese centro al que el escritor José Manuel Caballero Bonald, falseando una vocal, solía referirse como "la fundición."


A partir de entonces, Alberti no volvió a publicar más libros de poemas. Sí redactó, en cambio, varios testamentos: firmó uno el 9 de mayo de 1991; otro, 24 horas después; uno más al año siguiente, el 10 de octubre; otros dos el 11 de junio de 1993 y el 25 de mayo de 1995; y finalmente, tres más, el 27 de febrero, el 3 de abril y el 10 de diciembre de 1996. En el definitivo no le dejaba prácticamente nada a su hija Aitana, mientras que a su viuda le otorgaba "todo el contenido de las casas donde han residido" y "el ejercicio de los derechos de explotación de toda su obra, tanto literaria como pictórica, en toda la amplitud prevista por la Ley de Propiedad Intelectual"; y a los dos hijos de esta, los derechos de autor de sus libros más señalados, para él Marinero en tierra, Ora marítima, Baladas y canciones del Paraná y Los ocho nombres de Picasso y para ella La arboleda perdida, Sobre los ángeles, A la pintura y Retornos de lo vivo lejano. De la casa de Via Garibaldi no se decía nada, pero ese silencio tiene una explicación: Alberti no quería dejar desamparada a Beatriz Amposta, y aunque primero le ofreció, como recuerda Teresa Sánchez, vender ese inmueble y comprarle un apartamento, más tarde le mandó un documento en el que la autorizaba a vivir en la casa del Trastevere y la nombraba propietaria del libro que había escrito para ella, Amor en vilo. Todo ello parece combinar mal con las acusaciones a Amposta de tener ocupada su casa, no permitirle entrar en ella y haberle robado un cuadro de Motherwell y una cerámica de Picasso, que están publicadas en un dudoso tercer tomo de La arboleda perdida del que su editor, Mario Muchnik, afirma tener mil pruebas que demuestran, como mínimo, que Alberti no fue su único autor.


"Rafael y yo mantuvimos una amistad muy intensa tras romper nuestra relación sentimental, que acabó en 1981, tras regresar de un viaje a Nueva York en el que, por cierto, escribió un poema en el que vaticina el derrumbe de las Torres Gemelas", dice Beatriz Amposta; "él me telefoneaba prácticamente todos los días, hasta que hubo una última conversación en la que me dijo: 'No puedo llamarte más, me lo han prohibido'. Cuando se contó que había venido a Roma y que yo no le había dejado entrar en su casa, ¡resulta que estábamos juntos en el Hotel d'Inghilterra! Si yo dejé mi casa en piazza Santa María y me vine a vivir a Via Garibaldi fue porque él me lo pidió, me dijo que le estaban expoliando y me suplicó que me encargara de cuidar sus cosas. Así lo hice, hasta que él mandó a su sobrina Tere a buscarlas. Después, su viuda me llamó para amenazarme, para decirme que me iban a desahuciar y que me preparase, porque la apoyaban Felipe González y el Rey… He estado quince años luchando en los tribunales, que me han dado la razón uno tras otro, porque yo estoy aquí legalmente y tengo mis derechos. Y en cuanto a los famosos 60.000 euros, en Roma como en todas partes las derramas las tienen que pagar los propietarios, no los inquilinos. Si Rafael me hubiera pedido que me marchara, yo le habría dicho: dame tres meses para buscar otro lugar. Pero él no hizo nada de eso, sino todo lo contrario. Y finalmente, en cuanto a la comunidad de vecinos de esta casa, resumo quiénes son recordando que cuando yo le propuse al Ayuntamiento de Roma que se pusiera en la fachada una placa que recordase que aquí había vivido Rafael Alberti, se opusieron".


Aitana Alberti, que vive desde hace décadas en Cuba, cree que la situación no puede tardar en resolverse: "Han pasado 11 años desde su muerte, y es el momento de que se liquide de una vez por todas la sociedad de bienes gananciales que unía el patrimonio común de mis padres. Y esa casa tendrá que pasar a manos de sus herederos. A mí, en cualquier caso, lo que me gustaría es que en Via Garibaldi se abriera alguna clase de centro de estudios del exilio. Esa casa fue un punto de encuentro de todos los antifranquistas, una especie de isla a salvo de la dictadura terrible que había en España, y por ella pasaron los intelectuales más importantes del siglo XX. Creo que son dos razones de peso para ser conservada".


Las palabras destino y sentido son la misma con las letras en un orden diferente. Ahora, dos bufetes de Madrid, Écija Abogados y el Estudio Legal Pérez-Alhama, tratan de volverlas a convertir en una sola para que la casa de Rafael Alberti y María Teresa León no llegue en ruinas al futuro. No será fácil. El abogado Juan José Pérez Calvo, del Estudio Legal Pérez-Alhama, a quien los administradores de Via Garibaldi han pedido que localice a los herederos del inmueble, del cual en el registro solo constan como propietarios el poeta y su esposa, fallecidos, respectivamente, en 1999 y 1988, y que les reclame la deuda, dice que esta se debe "a que no se ha pagado ninguna de las cuotas mensuales desde 1990, ni tampoco el tanto por ciento que le corresponde a ese piso por las reparaciones y restauraciones que se han llevado a cabo en estos años, muchas de ellas impuestas por el Ayuntamiento de Roma. Y si nadie paga, el embargo se pondrá en marcha".

Otro despacho de Madrid, Écija Abogados, representa a Aitana Alberti y también trata de solucionar el asunto de la casa del Trastevere: "Nosotros pusimos una demanda en Cádiz, donde murió Alberti, y cuando la jueza que la tramitaba se inhibió de ella porque, según dijo, 'el caso le venía grande', pusimos otra en Majadahonda (Madrid), donde falleció María Teresa León, para solicitar que se haga un inventario de los bienes del matrimonio y que se liquide la sociedad de gananciales. En lo que respecta a Via Garibaldi, 88, al ser un bien tangible, las cuentas están muy claras: a Aitana Alberti le corresponde un 66% de la propiedad; a los descendientes de los otros dos hijos de su madre, que viven una en París y el otro en Burgos, un 12% a cada uno; y a la viuda de Alberti, un 10%. Eso es inamovible. En cuanto a Beatriz Amposta, reside allí porque Alberti la autorizó a ello". ¿Entonces? "Bueno, pues entonces habrá que llegar a un acuerdo económico entre las partes", dice Juan José Pérez Calvo, "y si no se alcanza, emprender un litigio. Y en cualquier caso, alguien va a tener que pagar la deuda, o al final la casa será subastada". El horizonte se está poniendo negro sobre la casa de color naranja, cuyo precio de mercado ronda el millón doscientos mil euros. En 1988, a Alberti le pagaron por sus obras completas poco más de seis mil.

Hay demasiadas manos tendidas y una sola llave. El poema sobre las Torres Gemelas al que se refería Beatriz Amposta se publicó en el libro Versos sueltos de cada día y dice, entre otras cosas: "Aquí no baja el viento, / se queda aquí en las torres, / en las largas alturas, / que un día caerán, / batidas, arrasadas de su propia ufanía". Ojalá que esos versos sean menos clarividentes que su autor, que este 16 de diciembre hubiera cumplido 109 años, y no adivinen hoy el futuro de su casa de Roma como él adivinó entonces el de los rascacielos de Nueva York.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Un domingo, Roto

Hace mucho que la poesía no se acerca por el blog, y quería aprovechar este triste domingo de diciembre para arrojar un poco de cera azul a las nubes grises.

Roto
Por Benjamín Prado. En No me cuentes tu vida

Solo, en medio de todo;
estar tan solo
como es posible,
mientras ellos vienen
muy despacio,
se agrupan,
ponen su campamento,
invaden,
talan,
hunden,
derriban las palabras
una a una,
se reparten mi vida,
poco a poco,
levantan su pared
golpe a golpe.

Después se van;
se marchan
lentamente,
pensando:
-Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.

Tal vez tengan razón.
Tal vez es cierto.

Pero llega otro día,
el cielo quema
su cera azul encima de las casas;
yo regreso de todo lo que han roto,
busco entre lo que tiene
su propia luz,
encuentro
la mirada del hombre que ha soplado unas velas,
el limón que jamás es parte de la noche;
ato,
pongo de pie,
reúno los fragmentos,
me convierto en su suma.

Y todo vuelve
otra vez;
las palabras
llegan donde yo estoy;
son las palabras
perfectas,
las que tienen
mi propia forma,
ocupan cada hueco
y cierran cada herida.
Las palabras que valen para hacer estos versos
y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Un hogar sin hache

Esta semana celebramos en España el aniversario de nuestra constitución, el 6 de diciembre, para ser más exactos, y por eso, para que no la olvidemos y para que recordemos que lo que tiene dentro es más que una sucesión de artículos, he querido rescatar un texto de Juan Urbano. Además, hoy es jueves, ¿os acordáis cuándo los jueves Juan Urbano se asomaba a las páginas de El País para hacernos pensar? ¡Qué tiempos aquellos en los que pensábamos!

Una vivienda constitucional
Por Benjamín Prado en El País.


Al acabar la Guerra Civil española, Pablo Neruda y Rafael Alberti fueron a París a llorar por su República y a recuperarse del hambre que habían pasado, sobre todo el segundo, durante el asedio de Madrid. Lo hicieron con tanto fervor que muy pronto empezaron a engordar y, según cuenta el poeta gaditano en su autobiografía, La arboleda perdida, solían ir de vez en cuando a una librería en cuyo escaparate estaban expuestas las obras de Victor Hugo, para medirse con ellas. "Tranquilo, camarada", decía cualquiera de los dos, "aún llegamos sólo hasta el tomo quince, de manera que podemos seguir comiendo".

Juan Urbano pensó que Neruda y Alberti tal vez no habrían cabido en el 17,49% de las viviendas de Madrid capital, que son las que, según un informe del Instituto de Estadística, tienen una superficie menor a 51 metros cuadrados, sobre todo si uno de ellos estuviera leyendo Los miserables y el otro Nuestra Señora de París. "Imagínate", se dijo, "si es que en ese espacio, antes de entrar en tu casa a leer el periódico, tienes que dejar fuera el suplemento del día, porque entero no cabe".

La verdad es que la cosa no es tan graciosa para los miles de personas que tienen que vivir en un lugar donde no les cabe la vida, y Juan se tomó a sí mismo como ejemplo. "Vamos, que es que mi hogar es tan pequeño que habría que escribirlo sin hache", bromeó, acordándose de la cantidad de territorio que había tenido que ir ganándole a la nada, a base de imaginación y muebles diminutos, plegables o multiusos: tenía puertas correderas, un aseo del tamaño de una cabina de teléfonos, un sofá-cama, una mesa de cocina abatible y, entre otras cosas, un armario con ruedas; y estaba muy contento porque un par de días antes había encontrado en un todo a cien una tabla de planchar-escalera. Bueno, por eso y porque, al lado de tantos jóvenes que no pueden salir del domicilio familiar porque no les da el sueldo para independizarse, todavía se consideraba un privilegiado.

Como París no es sólo el lugar al que van a refugiarse los exiliados como Alberti, sino también el sitio donde comienzan las revoluciones, parece ser que en Francia los tribunales van a empezar a aceptar denuncias de quienes consideran que no poder acceder a una vivienda digna es ser privados de un derecho constitucional.

Y como resulta que la Constitución española también recoge en su artículo 47 que "todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada", y asegura que "los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación", Juan tuvo la esperanza de que el ejemplo francés se propagase a nuestro país al leer la primera parte de ese Artículo 47, y al leer la segunda, un ataque de risa.

"O sea", exclamó entre carcajadas, "que si la especulación inmobiliaria es anticonstitucional, ya ves lo que de verdad les importa la Constitución a todos esos políticos que tanto la defienden y van por ahí dando discursos con la boca llena de ces mayúsculas".

Y como hacía un frío de mil demonios, se metió en un bar a tomarse un café y a pensar en lo raro que es este país, donde en ocasiones la ley parece estar supeditada al dinero y en el que ocurren paradojas y agravios comparativos tan extraños como el que supone que a los que invocan ciertos artículos de la Constitución se les llame patriotas y a los que exigen que se cumplan otros se les llame alborotadores, como suele ocurrir con los colectivos de jóvenes que, de un tiempo a esta parte, se manifiestan en Madrid y en el resto de las ciudades de España para pedir que alguien les dé lo que les corresponde. "Es que lo mismo que hay gente que te roba lo que les pensabas regalar", pensó Juan Urbano, "hay otros que te piden casi todo lo que tienes a cambio de darte lo que legítimamente ya es, o debería ser, tuyo".

Acabó el café y, según se alejaba calle de Atocha arriba, se dijo: "Ojalá los colectivos por una vivienda digna no dejen de manifestarse. Ojalá a todos los que no tienen ninguna casa se les unan los que tienen una de la que no pueda decirse que sea digna y adecuada. Ojalá lleguen a los tribunales y los jueces les den la razón. Ojalá lo que sea, cualquier cosa menos este derecho vulnerado".

sábado, 3 de diciembre de 2011

El Barry Gifford poeta

Pese a que El País nos privó de Juan Urbano, parece que no están tan ciegos como para prescindir de Benjamín Prado. El lunes pudimos leer una doble página, imprescindible, en la sección Arte&Vida, y hoy leemos en Babelia una crítica sobre el poeta Barry Gifford.

Que la muerte contenga tus fantasmas
Por Benjamín Prado, Babelia, El País.

Aunque sea más conocido por novelas como Corazón salvaje o Perdita Durango y por las adaptaciones al cine que han hecho de ellas los directores David Lynch y Álex de la Iglesia, Barry Gifford es también un poeta muy interesante, que escribe a menudo con la nostalgia de quien hubiese preferido ser otro y vivir en una época distinta. Ambas cosas las demuestra este libro, Back in America, donde el autor de La vida desenfrenada de Sailor y Lula reúne una serie de poemas magníficos entre los que destacan poderosamente aquellos en los que se presenta como un discípulo de la Generación Beat, en cuyas filas le hubiese gustado militar.
Por supuesto que en Back in America hay poemas muy notables que hablan de otras cosas, como 'Eurídice en Rumanía', donde nos recuerda cómo se puede echar de menos lo que nunca has tenido, al observar a una desconocida que pasea por Bucarest e imaginarse cuánto va a "odiar no volver a verla jamás"; o algunos de los más sentimentales, como 'Amor verdadero' y 'Recuerdo', protagonizados por una mujer parecida a "una flor / caída / perfecta". Pero los más impactantes son aquellos en los que cuenta cómo ve expuesto en un bar el manuscrito de En el camino, según él escrito por Jack Kerouac "desde el ardiente corazón egipcio de América"; o habla de Allen Ginsberg; o de uno de los músicos que le marcó con su piano el ritmo a la prosa beat, Thelonious Monk, cuyo sonido calcan él y su magnífica traductora, Blanca Tortajada, en este alejandrino bebop: "La música de Monk se ha robado a los sueños"; o le hace un sentido homenaje a Gregory Corso, enterrado en Roma, muy cerca de Shelley, y al que recuerda envidiando al propio Kerouac por saber morir tan joven y despide de esta forma: "Oh, Gregory, ojalá te lleves la eternidad / igual que capturaste / el tiempo en la tierra, sabiendo desde el principio / que en realidad no había nada que perder. / Apártate, Capitán Poesía, / dile al viejo Percy lo que hay".

La capacidad de Gifford para escribir relatos dentro de sus poemas, queda clara en 'El día que murió Allen Ginsberg', que recuerda en su comienzo la famosa elegía de Auden a Yeats: "Me levanté temprano / miré por la ventana / las mercancías que cruzaban / por el Hudson / el sol saliendo / reacio, un día más frío / del esperado. / Había escuchado la noche anterior / que Allen estaba enfermo y se moría (...) / y era extraño encontrarme / en Nueva York, su ciudad (...) / El periódico decía / que hacía poco había terminado / un nuevo libro (...) / Muerte y fama". Gifford imagina al autor de Aullido encontrándose con Kerouac "en un cielo budista", y decide no asistir a su funeral, pero a la hora en la que el sepelio debía de estarse celebrando, alguien llama al timbre de su casa y él está seguro de que cuando vaya a abrir se encontrará a Ginsberg, "de pie, junto a la puerta / diciendo: no me he muerto, / pero no quería perdérmelo". Y acaba contando cómo ese genio beat que le había ordenado a su propio miedo, en alguna ocasión, "que la muerte contenga sus fantasmas", había sido, junto con Kerouac, su mayor inspiración cuando empezó a escribir: "Me dieron la esperanza / de que se podían hallar / la belleza y el sentido / en mitad del caos. / Se lo dije / una vez / y Allen dijo: / ¡Mantén la esperanza!".

Hay dos buenas razones para leer Back in America: descubrir a Barry Gifford como poeta y recordar los buenos que fueron el Kerouac de Mexico City blues o Big Sur, el Ginsberg de La caída de América o el Gregory Corso de Gasolina. Releer es un modo de lograr que a la muerte se le escapen algunos de sus fantasmas. -


lunes, 28 de noviembre de 2011

Leña al árbol

Algún lunes tenía que ser. Una buena noticia en el periódico. Un gran artículo, por extensión y por calidad. A la que nos tiene acostumbrados Benjamín, hoy en página doble. Reflexión sobre la felicidad desde la infelicidad. Aquí queda:

Hacer leña del árbol caído, ¿El deporte nacional?
Por Benjamín Prado en El País
Al final de un combate siempre hay tres tipos de espectadores posibles: los que aplauden al ganador, los que se apiadan del vencido y los que celebran su derrota. En un mundo tan veloz como el nuestro, donde la continua necesidad de cambios y novedades vuelve provisional cualquier prestigio, hace mucho tiempo que esa parte del público, la que prefiere festejar la caída de los ídolos a su ascenso, es la más numerosa. Para comprobarlo, sólo hay que ver los índices de audiencia de todos esos programas de televisión que hablan de carreras echadas a perder, estrellas venidas a menos, matrimonios rotos o fortunas dilapidadas. La exhibición del fracaso, sin embargo, es un buen negocio para la prensa rosa o amarilla y un mal camino para nosotros, porque nos convierte en coleccionistas de naufragios, en oscuros visitantes de las ruinas. ¿Por qué despierta tanta curiosidad la ceremonia de la decadencia? ¿En el siglo XXI asistimos al declive de las celebridades y a la comercialización de sus problemas como en el XIX se iba a los circos a ver al Hombre Elefante, a la Mujer Liliputiense o a la caravana de personas insólitas que protagonizaron la película La parada de los monstruos, de Tod Browning, el Esqueleto Humano, las Niñas Siamesas, el Torso Viviente o el Hermafrodita? Da la impresión, al menos, de que consideramos a la mayor parte de los que triunfan unos impostores y, en consecuencia, nos gusta que se los desenmascare y humille en público, tal vez porque creemos que su castigo, de alguna forma, nos purifica y nos iguala a todos. Luego, sólo hay que mezclar a Albert Camus con Oscar Wilde para estar de acuerdo con el primero en que "es más fácil lograr la fama que merecerla" y con el segundo en que "un tonto nunca se repone de un éxito". No hay perdón para quienes no saben estar a la altura de las cimas a las que han llegado.

"Creo que el motor de todo esto es el resentimiento", dice el filósofo Gustavo Bueno, que es autor, entre otros muchos libros, del ensayo Telebasura y democracia. "En España el éxito se admira, pero no se perdona, probablemente porque somos muy orgullosos y como en la admiración hay casi siempre un punto de acatamiento, sentirla por alguien nos llena de rencor hacia él. No hay más que ver con qué ferocidad tratamos a los expresidentes del Gobierno, que sólo se diferencian de Luis XIV en que a ellos no les cortamos la cabeza".

¿Es entonces nuestro país especialmente cruel con sus compatriotas más sobresalientes? La escritora Elvira Lindo también cree que sí: "Los españoles tenemos un problema con el éxito. Aceptamos mal no ya el dinero ajeno, sino casi diría que el bienestar ajeno. Es algo cultural y supongo que tiene raíces religiosas. Aquí cuando se tiene algo es mejor no enseñarlo ni hacer ostentación de ello. Le tenemos miedo a la envidia y a que esa envidia nos estropee los buenos momentos. Por eso veneramos a los ídolos caídos. Cuando una persona está en lo alto ayudamos a derrumbarla, y hay una cierta propensión al linchamiento. Eso sí, cuando esa persona está totalmente caída, nos vuelve a caer bien, le perdonamos los errores pasados y la comprendemos".

Resulta inquietante darse cuenta del modo en que le da la razón el epitafio que hizo poner en su tumba el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela: "Si queréis los mayores elogios, moríos".

El director de cine Agustín Díaz Yanes comparte con preocupación esas teorías: "La verdad es que si sumamos las opiniones de Gustavo Bueno y Elvira Lindo, sale un retrato bastante siniestro, que viene a decir que vapuleamos a todos los expresidentes menos a Adolfo Suárez, porque de él ya se ocupa el alzhéimer. Por eso, antes le llovían las críticas a derecha e izquierda y ahora se ha ganado el respeto general. Como modelo de comportamiento da pánico: significa que las únicas estatuas que nos interesan son las que terminan arrancadas de sus pedestales y pateadas por el pueblo, como la de Sadam Hussein en Bagdad. Sólo que en nuestro caso no se hace para celebrar la caída de un dictador, sino para que paguen nuestros platos rotos personas cuyos dos únicos delitos, en muchos casos, son o haber dejado de tener éxito o tener demasiado".

Por suerte, nada de eso ocurre sólo en España. En Estados Unidos, por ejemplo, la policía acostumbra a utilizar a los personajes populares para hacerse publicidad, difundiendo sus fotos en comisaría cuando los detienen y son fichados. Algunas de esas imágenes, en las que se ve a David Bowie, Jim Morrison, Frank Sinatra o Jimi Hendrix bajo arresto, son legendarias, como la de Jane Fonda levantando el puño ante la cámara, tras ser acusada de tráfico de drogas y resistencia a la autoridad, sin duda para asustarla y que dejase de encabezar manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Y la tradición sigue ahora con los actores Keanu Reeves, Carmen Electra, Robert Downey, Hugh Grant o, entre otros muchos, Lindsay Lohan, a quién los jueces sentenciaron a pasar su libertad condicional trabajando en un tanatorio de Los Ángeles, donde pronto tocaron a tres paparazzis por cada coche fúnebre.

En el deporte, donde tanto los medios de comunicación como los aficionados tienden a exaltar los triunfos y dramatizar las derrotas, la muchedumbre parece rugir de placer viendo a Diego Armando Maradona caer desde su mito al lodo; o escuchando al boxeador Myke Tyson decir que está sin blanca, cuando antes gastaba miles de dólares en alimentar a los dos tigres que tenía como mascotas; o contando los torneos que ya no gana y los patrocinadores que abandonan al golfista Tiger Woods, tras acusarle su esposa de un kilómetro de infidelidades. En España, la sombra de la sospecha también se alimenta de oscuros titulares cuando campeones del nivel del ciclista Alberto Contador o la atleta Marta Domínguez son acusados de dopaje. Los dos se han quejado de ser víctimas de uno de esos linchamientos a los que se refería Elvira Lindo. "Me pongo a pensar y me parece increíble que se me haya hecho un juicio público de esa clase, lleno de comentarios gratuitos y malintencionados por parte de personas que parecían querer que me sancionaran y acabasen con mi carrera para poderlo contar", ha dicho el ganador del Tour de Francia, el Giro de Italia y la Vuelta a España, cuyo juicio en Lausana, a cargo de la Unión Ciclista Internacional y la Agencia Mundial Antidopaje, se ha seguido como si fuera la escena final de una película de suspense.

Y la corredora, persuadida de que tal vez es precisamente el peso de las muchas medallas que ha ganado lo que tira de ella hacia abajo, considera que se ha visto "obligada a sufrir la pena del telediario", porque hasta que fue exculpada de la acusación de traficar con sustancias prohibidas en la llamada Operación Galgo, "la prensa me trató como a lo peor, mientras que la justicia, en la que confío al cien por cien, me ha declarado inocente".

¿En eso se han convertido los periódicos, las emisoras de radio y, sobre todo, las cadenas de televisión, inundadas de programas donde los colaboradores opinan a gritos y los invitados no se sabe si van a vender su dignidad o a intentar rehacer su castillo con las piedras que le arrojan sus entrevistadores? Más de uno preferiría, tal vez, parecerse a estos versos grandilocuentes de Francisco Villaespesa: "Ni la derrota en mi valor rehúyo... / Mas, antes de rendirme fatigado, / me encerraré en la torre de mi orgullo, / y en sus escombros moriré aplastado". Pero fuera de los poemas las cosas no son tan sencillas.

El cantante Antonio Orozco cree que "el público en general es limpio, es inteligente y es muy generoso, pero parece que en determinadas franjas horarias el deporte nacional no sea el fútbol, sino hacer leña del árbol caído. Y esa gente siempre receta lo mismo, que es la medicina de la desgracia ajena, y lanza un mensaje idéntico: no se preocupen, por mal que les vaya a ustedes, a estos otros les va aún peor. Y a muchos eso les reconforta y les anima. Y otros se aprovechan de ello". No hemos debido de avanzar mucho, a juzgar por lo que se parece eso a lo que cuenta Nietzsche de la Grecia del siglo V antes de Cristo, en su obra El ocaso de los ídolos: "La influencia de Sócrates se basó en su astucia, porque adivinó que su fealdad, sus limitaciones y su decadencia moral hipnotizarían a una sociedad que en todas partes estaba a un paso de la depravación; así que se presentó como un caso extremo de la miseria colectiva, y lo pusieron en un altar". No por mucho tiempo, porque como se sabe, al final lo condenaron a morir envenenándose con cicuta, tras culparlo de cuestionar a los dioses y de corromper a la juventud ateniense. ¿Qué índice de audiencia habría tenido hoy la retransmisión en directo de su suicidio, que desde el siglo XVIII nos hemos tenido que conformar con ver en el cuadro de Jacques-Louis David expuesto en el Museo Metropolitano de Nueva York? ¿Hubiera tenido tantas visitas en Internet como el ahorcamiento de Sadam Husein en Irak?

Porque parece que eso, la cuota de pantalla, lo justifica todo. La pregunta es si la telebasura y sus alrededores manipulan a los espectadores o los obedecen, como cree Gustavo Bueno: "La gente le exige a sus televisores que sean espejos además de pantallas, y que en ellos se representen sus propias frustraciones. Es una ecuación que sirve de terapia: si esos personajes que fueron conocidos y respetados tienen unas vidas tan complicadas y las nuestras no son ni la mitad de difíciles, es que en el fondo no nos va tan mal. Y además podemos desahogarnos con ellos". Queda claro que en este mundo no hay nada más fácil que pasar de aplaudidos a abofeteados.

El presentador Jaime Cantizano cree que "los famosos siempre se han consumido deprisa, y más ahora, que hay muchos más canales de televisión, todos ellos en busca de una exclusiva, y por añadidura también hay una cámara en cada rincón del mundo, en cada teléfono móvil, lo que hace que todo esté a la vista continuamente, con lo cual es muy difícil mantener el misterio. ¿Cómo iba a haberlo, si todo va a Facebook o a Twitter a los cinco minutos de haber ocurrido, a veces porque lo cuelga la gente y a veces porque lo cuelgan los mismos interesados, que a menudo tienen la obsesión de reinventarse, para seguir en la brecha? Ahora, sí que es verdad que en España eso resulta complicado, porque aquí, primero, olvidamos con rapidez y, segundo, tenemos la costumbre de desechar al que tropieza de un modo en que nunca lo harían en EE UU, Inglaterra o Alemania".

"Tengo la impresión", dice el actor Santiago Segura, "de que esa frase nuestra tan célebre de 'virgencita, virgencita, que me quede como estoy', tiene una parte oculta, que es 'y que los demás empeoren'. Es igual que cuando nos reímos al ver a alguien caerse en la calle, o dar un tropezón. ¿Por qué lo hacemos? A lo mejor es porque ver tambalearse a otros nos da sensación de estabilidad. Y con respecto a la tele, es probable que nos cueste poco pasar de las ganas de saber a la simple curiosidad y de ahí al morbo, pero todo se puede hacer bien o mal. Manuel Summers, por ejemplo, hizo un documental buenísimo que se titula Juguetes rotos, donde se cuenta qué pasó con el futbolista Guillermo Gorostiza, el boxeador Paulino Uzcudum o el torero Nicanor Villalta. Y lo hizo como homenaje, no como burla, ni para conseguir que los espectadores se comparasen con los protagonistas y fuesen felices porque salían ganando".

En su reciente libro Historia cultural del dolor, el profesor Javier Moscoso estudia el modo en que la Iglesia y los Estados usaron siempre el arte con fines propagandísticos e intimidatorios, para que los cuadros en los que se representaban tormentos o ejecuciones fuesen instaurando entre la población una "economía del sufrimiento", un "teatro de la crueldad" y un "museo del horror" en los que "el cuerpo, ya fuera el del criminal o el del mártir, estuvo llamado a convertirse en ejemplo".

La exposición de los cadáveres de Gadafi y su hijo en el congelador de una carnicería de Trípoli, reproducida hasta la náusea en todos los monitores del planeta y celebrada por tantos con júbilo, alivio o indiferencia, nos hace pensar que no se equivoca Moscoso cuando dice que "hemos cambiado las sábanas, pero dormimos en camas ajenas nuestros sueños de violencia".

Recién celebradas las elecciones generales, resueltas con la mayoría absoluta del Partido Popular y la deblacle del PSOE, las palabras ganador y perdedor, éxito y fracaso, victoria y derrota están por todos lados, y dada la situación, parece que, esta vez más que nunca, muchos votos han sido menos una apuesta política que un ajuste de cuentas. Algo normal, por otra parte, en el proceso democrático.

La pregunta es cuántas personas van a brindar por el éxito de los que han reconquistado el poder y cuántas por la capitulación, la deshonra o el siniestro total de quienes han tenido que entregarlo, cuyos apellidos se han vuelto sinónimos de hundimiento, catástrofe, decadencia... ¿Miraremos ese proceso con los mismos ojos con los que muchos contemplan los programas de televisión donde los contertulios, que con frecuencia actúan como una especie de Santa Inquisición por lo civil o Tribunal Supremo de andar por casa, se ensañan con los personajes de los que hablan, siempre con la moral cargada de cuchillos y en busca de lo vergonzoso, lo obsceno, lo inconfesable?

En uno de ellos, la entrevista a la madre de uno de los imputados por el asesinato de la joven Marta del Castillo ha provocado una reacción tan indignada de los ciudadanos y de los familiares de la víctima, que varias empresas han decidido retirar su publicidad del espacio. Pero también es cierto que esas declaraciones, por las que al parecer se pagaron diez mil euros, fueron seguidas por casi dos millones de espectadores.

"Vivir es ver volver", dijo Azorín. Es una gran frase, llena de inteligencia y melancolía, pero muy fácil de envenenar: sólo hace falta sustituir volver por perder para que se transforme en un pensamiento siniestro.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Noche de fútbol en Madrid

Benjamín Prado es madridista por devoción. Una característica que no será motivo de loa para todos, pero que agradecemos porque eso quiere decir que el fútbol es una de sus preocupaciones, y por lo tanto uno de sus temas para sus artículos. Hubo un tiempo que escribía crónicas sobre fútbol, y desde que abrimos el blog, allá por el 2008 nos ha dejado interesantes textos sobre este deporte. Por eso, hoy, que el Real Madrid y el Atlético de Madrid, los dos mejores equipos de la ciudad, se enfrentan en el llamado derbi, he desempolvado un texto del año 2003 en el que Benjamín habla de fútbol, y aprovecha para, independientemente del diseño de la camiseta, sacarle los colores a todos los equipos, que apoyan a los violentos que acuden al fútbol a amedrentar y a mostrar su violencia.

Creo que en este tema sí se ha avanzado algo en estos 7 años. Creo que cada vez hay menos y que algunos equipos han dejado de mirar para otro lado. Pero aún quedan energúmenos. Benjamín los denunciaba así:

Madrid - Atlético
Por Benjamín Prado. El País. 16/01/2003

Puedes impedirle a alguien que robe, pero no que sea un ladrón, dice en uno de sus libros el escritor austriaco Arthur Schnitzler, y por desgracia uno puede confirmar la veracidad de esa frase dos o tres veces por día, sólo hace falta cambiar ladrón por canalla, mentiroso, idiota o criminal y el aforismo vuelve a ser cierto. Sin embargo, no hay por qué quedarse nada más que con la segunda parte de la sentencia, con su mitad desesperanzada, y olvidar la primera, porque en ese cincuenta por ciento de lo que dice el autor de El teniente Gustl están contenidos los principios de la ley y el orden, que no tienen nada que ver con lo que piensan de ellos los reaccionarios, quienes entienden la justicia únicamente como una máquina de represión, un ajuste de cuentas. ¿Qué es más importante, castigar un delito o evitarlo? Sería una pregunta sencilla, si no fuera por la cantidad de presidentes del Gobierno y ministros del Interior que la contestan al revés y por los escasos esfuerzos que suelen dedicarle a la prevención los defensores de la represión. Suenan parecidas esas dos palabras, represión y prevención, pero son una lo contrario de la otra, sobre todo para las víctimas.
Ya que estamos en la semana del derbi Real Madrid-Atlético de Madrid, que la ciudad entera tiene la cabeza y la boca abarrotadas de Raúl, Fernando Torres y etcétera; ya que éste será un hermoso domingo de Cibeles o Neptuno, la Castellana o el Manzanares; ya que todo eso, llevemos la frase de Arthur Schnitzler al Santiago Bernabéu y cambiemos ladrón por vándalo, salvaje o cualquier cosa que prefieran y signifique lo mismo. Estamos de acuerdo en la parte negativa: nadie puede evitar que los ultras violentos dejen de ser lo que son -pongan ustedes el adjetivo-. En lo que no parece que haya tanta seguridad es en el otro cincuenta por ciento de la cuestión: es posible evitar que alguien haga el salvaje, que importune, agreda, insulte, cohíba o amenace a los demás. ¿Es posible? La respuesta es sí. ¿Se hace? La respuesta es no.

El ministro de Justicia acaba de anunciar una medida para evitar que los hinchas violentos vuelvan a entrar en los estadios: colocarles una pulsera electrónica que permitirá a la policía saber dónde están exactamente en cada momento y comprobar que a la hora del partido no entran al campo. La idea, que está en proceso de pruebas pero ya se ha aplicado a algunos violadores y otros presos en libertad condicional, es interesante y sustituye al método clásico que siguen en Gran Bretaña y que consiste en recluir a los forofos en las comisarías, a la hora del encuentro. No sé si, además, será práctica, pero ¿por qué no probarla y ver qué ocurre? Lo que está claro es que lo que no hagan las autoridades no lo van a hacer los clubes de fútbol, que son, a partes iguales, cómplices y rehenes de los ultras. El Real Madrid y el Atlético de Madrid, como todos los equipos, no sólo toleran a los radicales, sino que los ayudan y los ensalzan. Los neonazis, o lo que sean, llegan a tener sus propias oficinas dentro de los estadios, reciben entradas gratuitas y acompañan al equipo en los desplazamientos; la mayor parte de los jugadores les ríe las gracias, se deja entrevistar por ellos para sus fanzines, jamás los censura y los considera, igual que los directivos, la parte más activa de la afición, ignorando que el otro noventa por ciento de esa misma afición los odia, se avergüenza de compartir sus colores con ellos y suele combatirlos con claridad en el propio estadio, cuando montan alguno de sus numeritos o exhiben alguna de sus pancartas fascistas. El último martes se oyó cantar en el Bernabéu a los ultras contra su propio jugador Tote, por su supuesto interés en ser fichado por el Atlético de Madrid, y el resto de los aficionados les contestó coreando a pleno pulmón el nombre del muchacho, un jugador estupendo ninguneado por el entrenador Del Bosque, tan ecuánime en otras cosas y tan injusto en este caso.

Ojalá la pulsera electrónica de la policía entre pronto en vigor y aleje del fútbol a los que sólo saben convertir los estadios en tabernas, la rivalidad deportiva en una pelea de matones y las fiestas, en funerales. Cuando eso ocurra, un derbi como el Real Madrid-Atlético del domingo será exclusivamente lo que tiene que ser: pura diversión, ni más ni menos. Todo lo demás, sobra.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La nueva portada del nuevo libro, que puedes ganar dedicado

El otro día Benjamín Prado nos hizo partícipes de la decisión de elegir la portada de su nuevo libro "Pura Lógica" (aún puedes hacerlo, votando en la encuesta que está activa a la derecha de este blog). Hoy Benjamín nos propone otro juego con motivo de la próxima salida de la nueva edición de Iceberg. Una edición esperada, y renovada. Así nos lo propone él...

"Te mando la portada de la nueva edición de Iceberg, que tiene seis cambios, aparte de la cubierta y la contra. ¿Jugamos con los amigos del blog a descubrir esos cambios? A ver quién acierta el juego de las seis diferencias, unas más fáciles que otras. Hay poemas nuevos, desaparecidos, versos que han cambiado de sitio, citas que no estaban y un nombre que se ha convertido en otro... Al primero que lo descubra todo, le envío un libro dedicado".

Podéis usar los comentarios del blog para dejar vuestras respuestas así sabremos, realmente, quién es el primero.

Por cierto, ¿de qué me suena a mi el dibujo de la portada :-)? ¿Sabéis quién lo dibujó? (Esta pregunta no entra en el concurso).

jueves, 17 de noviembre de 2011

De cara, qué cruz

No, lo siento, no he podido desmarcarme del ambiente preelectoral que nos invade. Pero ya que no puedo salir, por lo menos me lo tomaré con humor y si de es un humor muy inteligente y algo ácido, pues mejor. Pues eso, que siguiendo con la tradición se seguir recordando a Juan Urbano, os dejo con un artículo (hoy sí, en jueves) que publicó Benjamín Prado en el año 2004 en El País. Aquel año las elecciones fueron en marzo y el carnaval estaba cerca. Estas las veremos con las navidades a la vuelta de la esquina. A ver si va a resultar que los Reyes Magos que nos prometen los regalos en cada mitín van a ser un invento...

Qué cara tienes
Por Benjamín Prado. 19/02/2004

Todas las caras tienen su cara y su cruz, pero la primera carece de importancia y la segunda es, en el fondo, lo único que importa: la cruz, el contenido, la pura verdad. A los políticos, por ejemplo, les gusta buscar caras famosas para apoyar sus candidaturas, y a veces esas caras se convierten en un problema. Por ejemplo, entrevistan a la actriz Brooke Shields para que dé su opinión en una campaña antitabaco y ella declara: "El fumar mata y si te mueres, has perdido una parte muy importante de tu vida". O sale la cantante Mariah Carey apoyando un programa de ayuda alimentaria al continente africano y dice: "Siempre que pongo la tele y veo esos pobres niños hambrientos en todo el mundo, no puedo evitar llorar. Quiero decir, me encantaría ser así de flaquita, pero no con todas esas moscas, y muerte, y esas cosas". O sea, que ya ven.
Ahora que se acercan las elecciones generales de marzo, la ciudad se llenará, como siempre, con los carteles publicitarios que ponen los partidos en los muros y las farolas, y las caras de los aspirantes a presidente del Gobierno, más retocadas para la ocasión que el moño de una cantante folclórica, se multiplicarán por mil, transformándolos a cada uno de ellos en un auténtico ejército, en una criatura poliédrica de miles de ojos, poseedora del don de la ubicuidad y en algunos casos, gracias a la incongruencia de sus promesas, capacitada para moverse, igual que el ángel de un relato de Jorge Luis Borges, a la vez hacia el Norte y el Sur, hacia Oriente y Occidente.

Fíjense en esas caras que nos llaman, nos observan y nos silban música celestial, estemos donde estemos. Fíjense en lo que intentan transmitir: sinceridad, astucia, honradez, confianza. Y decidan qué parte es el hombre y qué parte es el disfraz. Hagan memoria de sus donde dije digo, digo Diego y sus de este agua no beberé, y decidan.

No deja de ser curioso, de cualquier forma, que el inicio de la carrera electoral coincida casi con la llegada de los carnavales, que empiezan en Madrid mañana y acabarán el día 25, Miércoles de Ceniza, con el clásico entierro de la sardina.

Por cierto, que lo de la sardina también es un disfraz, porque lo que se enterraba originalmente el primer día de Cuaresma, como símbolo de los ayunos de carne que se avecinaban, era una loncha de tocino a la que la gente, al parecer, llamaba "sardina". O sea, que el cerdo se transformó en pescado; lo cual, como metáfora de la política, tampoco está nada mal, tal vez, con perdón.

Se me ocurre que, ya que los carnavales y las elecciones van a juntarse, pensemos en las segundas si fuesen los primeros. No es ningún disparate, dados los precedentes, taparse los oídos para no oír los dircursos y hacerse unas cuantas preguntas: ¿Qué hay debajo de las caras de esos hombres que salen en los carteles promocionales? ¿Qué pasará cuando uno de ellos, alterando apenas un par de letras, pase de pretendiente a presidente? ¿Todos ellos son ellos mismos o alguno es otro, como se dice, sólo que con otra cara? Y ese otro, ¿es otro o es el mismo de antes? Señor, qué zozobra.

Por cierto, un cirujano francés llamado Laurent Lantieri acaba de asegurar en París que está preparado para efectuar el primer trasplante de cara de la historia y que, si le dejan, le colocará a un paciente desfigurado el rostro de un muerto.

Los periodistas le preguntaron a Lantieri qué ocurriría con el cadáver al que se le quitase la cara para ponérsela al otro: "Cubriré al difunto", aseguró, "con una máscara de látex que reproduzca su semblante. Así se podrá celebrar sin problemas el funeral". No me digan que no da todo un poco de miedo.

Estamos en febrero, la ciudad se va a llenar a la vez de carteles y de máscaras. Los bailarines bailarán y los políticos dirán cosas que, de un modo u otro, se parecerán a lo que la modelo Claudia Schiffer dijo hace no mucho de la modelo Naomi Campbell: "Esa rastrera sinvergüenza merece ser asesinada a coces por un asno.... y yo soy justo la indicada para hacerlo...". Que disfruten. Madrid será una fiesta. Está a punto de empezar el carnaval.



martes, 15 de noviembre de 2011

Acróbatas en un escenario de rock y poesía

El pasado domingo los vecinos de l'Hospitalet, y allegados, disfrutaron, en el marco del Festival Acróbatas. de un concierto que aunque no fue único, sí fue especial.

No fue único porque no es la primera vez que Pereza y Benjamín Prado se juntan, son ya varios los conciertos con el que este trío ha deleitado a los amantes de la música y la poesía porque eso fue lo que hubo el pasado domingo sobre el escenario.
Pero sí fue especial porque según ha publicado Benjamín en su twitter:
@: Fue genial lo de L`Hospitalet, y los 3, Rubén, Leiva y yo, pensamos lo mismo: nos divertimos siempre, pero éste es que más nos ha gustado.
Nosotros no estuvimos, y no por falta de ganas. Pero queremos dar las gracias a debit que con un "todavía alucinado" nos remitió un email con algunas fotos de ese día. Y gracias, también a verines82, que ha subido a Youtube alguno de los vídeos que he tomado prestados para este post, al igual que a mraktaeb

Así podemos disfrutarlo "casi" como si hubiéramos estado allí:

sábado, 12 de noviembre de 2011

Pura Lógica, portada democrática

Esta mañana Benjamín Prado me enviaba las dos propuestas de portada (desplegadas) para su nuevo libro de Aforismos que finalmente se llamará "Pura Lógica".

"Te envío dos posibles portadas y decidimos democráticamente", decía Benjamín. Pues eso, expresemos nuestra opinión. Clicad en la encuesta situada a la derecha del blog, y votad, verde o naranja.

Crítica en breve

Afortunadamente, pese a que se está cargando las mejores colaboraciones (como la de Benjamín los jueves), El País mantiene Babelia, un imprescindible análisis cultural que cada sábado nos informa de la actualidad de los mejores libros y en la que se cuelan críticas y opiniones como las de Benjamín Prado, que en esta ocasión nos habla de 


Un crimen en Calcuta
Por Benjamín Prado en El País, en Babelia.

Narrativa. Cada vez que Jerry Delfont se mira al espejo ve un mentiroso: todo el mundo cree que es novelista, pero sólo es un reportero, y piensa que viaja en busca de aventuras cuando en realidad sólo le interesa hacer turismo y ganarse unos miles de dólares. Al comienzo de Un crimen en Calcuta lo encontramos en India, donde ha ido a dar unas conferencias y a reconocer que es "un escritor con la mano muerta" y la mente en blanco; pero todo eso cambia cuando se cruza en su camino la señora Unger, una extraña viuda dedicada a la caridad, el misticismo y los masajes tántricos que lo seduce hasta apoderarse por completo de su voluntad y en quien él ve "exactamente la clase de persona inimaginable que un escritor sueña encontrar", es decir, un camino de salvación que en realidad, y aunque él no lo sepa, conduce a un abismo. Los dos escritores que es Paul Theroux, a un lado el novelista genial de Milroy, el mago o La calle de la media luna y al otro el autor de libros de viaje como El safari de la estrella negra o El viejo expreso de la Patagonia, se reúnen en Un crimen en Calcuta igual que antes lo habían hecho en los relatos de Elefanta suite, y construyen una novela policiaca en la que mientras el lector se hace preguntas sobre el crimen con que empieza la historia, obtiene respuestas sobre India, la desconfianza entre las civilizaciones y los peligros que conlleva dejarse fascinar por lo exótico y pretender formar parte de un mundo que te ve como un buen negocio pero también como a un invasor. Theroux, que hace de sí mismo una descripción muy poco favorecedora cuando el narrador se encuentra con él en un hotel de Calcuta, en un episodio que recuerda al J. M. Coetzee de Verano, logra que Un crimen en Calcuta se parezca al río hipnótico y siniestro, una mezcla de santidad y estancamiento, que él ve en el Ganges, y además de entretenernos con una trama llena de interés, plasticidad e intriga, nos alerta sobre el doble fondo que pueden tener misioneros como la señora Unger, que a veces esconden tras el brillo de sus limosnas oscuras fábricas donde se propicia la explotación infantil y se ganan montañas de dinero manchado de sangre. Cervantes dijo que todo el mundo es como Dios lo hizo y, por añadidura, mucho peor que eso, y si Paul Theroux hubiera puesto esa frase como cita de esta habilidosa novela sobre la mentira, el colonialismo económico y la impunidad, a nadie le habría extrañado.