sábado, 9 de agosto de 2008

Un prólogo de uñas

Benjamín Prado prologa, de vez en cuando, y cuando lo hace dota al libro de un plus que le hace digno de que lo tenga en cuenta. En esta ocasión he encontrado el prólogo del libro de Ferran Barber, titulado "¿Quién nos cortará las uñas cuando hayamos muerto?".



Prólogo de ¿Quién nos cortará las uñas cuando hayamos muerto?, de Ferran Barber.

Por Benjamín Prado.



Sobre alguien de cuya vida no hay nada que contar, también se puede escribir una novela, y esa es la idea que Ferran Barber, el autor de ¿Quién nos cortará las uñas cuando hayamos muerto?, parece compartir con Albert Camus, con Dostoievsky, John Cheever y tantos otros escritores que, a base de contar la historia de alguien a quien no le sucede nada especial, han terminado contando la Historia de este mundo lleno de silencios, personas al margen y horas vacías.


Al protagonista de esta novela no le gusta estar donde está, ser parte de su familia ni llevar los zapatos que su padre quiere que lleve, como si creyera que unos zapatos son la negación del camino. Y lo que necesita él es justamente eso, un camino por el que huir, una manera de evitar que su vida sólo se mueva hacia atrás y hacia los lados. Hay ocasiones en las que el único modo de no morir de aburrimiento o decepción es atreverse a vivir contra la vida, tal y como él mismo dice, seguramente por encontrar palabras que lo ayuden a abrirse paso entre la maleza de la decepción.


Es curioso que esta novela haya querido ser a la vez dos novelas distintas y que la segunda también pudiera habérsele ocurrido a Conrad o a Rimbaud. Sobre todo, al Conrad de El corazón de las tinieblas, aquel que hizo a Coppola imaginar la muerte de Kurtz como el degollamiento de un buey, del mismo modo que en ¿Quién nos cortará las uñas cuando hayamos muerto? el protagonista descubre la muerte disparando a un cerdo. Y a Arthur Rimbaud no porque se fuera a África huyendo de todo lo que no es África en este mundo, exactamente igual que hace aquí­ el muchacho llamado Silver, sino porque lo hizo para intentar encontrar a esa otra persona que creía ser y que tan mal se llevaba con la persona que los demás creían tener derecho a exigirle que fuese. "Yo soy otro", escribiría Rimbaud. y Silver cree eso mismo y lo repite con frecuencia: No soy yo, yo no me llamo Silver, sólo ocupo su cuerpo.


De hecho, Silver no se llama realmente Silver, tal vez porque en lugares tan huecos como el sitio en el que vive uno tiende a inventar nombres que lo separen de su destino, y ésa es la razón de que en esta novela los personajes se llamen Chantal, Walter, Gump, el hijo del Armenio, Bernard, el doctor Muerte, Dos Vagones...


Claro que Rimbaud es el nombre de un poeta francés pero también es el nombre que le puso a su primera guitarra eléctrica Bob Dylan, quien, cuando fue preguntado por las razones que le llevaron a adoptar ese apellido, respondía simplemente: "No hay nada que explicar, yo no me habríaa puesto ese nombre si no hubiera sido esa persona." Silver también podría haberse llamado El Otro Rimbaud, hasta el punto de que acaba con algo clavado en la pierna que podrí­a dejarle sin ella, como al autor de Una temporada en el infierno.


Vale, sin duda Silver es un joven difí­cil, pero nadie que lea esta novela podría acusarlo de ser conformista y hasta es fácil que algunos acaben apreciándolo: "Si me conocieran de verdad coincidirían en que soy un chico listo", dice, y no sería yo quien le quite la razón. Y, si me permiten un consejo, les voy a recomendar que lean esta novela porque les van a entrar ganas de sentarse a esperar a que su autor escriba la siguiente. Está llena de cosas que recordar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bárbaro, encuentras las cosas más raras. Ése prólogo también tiene una historia rara: me llamó alguien que dijo ser el editor de una colección nueva que iba a publicar a jóvenes y que quería que cada uno de sus libros llevase un prólogo de un autor conocido que le gustara mucho al autor novel. Después de muchas llamadas, mensajes y retrasos por mi parte, leí esa novela y me gustó lo suficiente, de modo que escribí la introducción. Cuando ya la había mandado, el supuesto editor, después de insistirme hasta la saciedad en que le dijera sinceramente qué cosas no me habían gustado de la obra, me confesó que, en realidad, era suya. O sea, como en esas historias en las que la abuela resulta ser la madre, sólo que con la literatura de por medio.
Mañana saldrán dos artíclos míos en El País, uno es el comentario a la foto de cada domingo y el otro un texto para el suplemento EPS, sobre una encuesta que habla de los cien libros que le cambiaron la vida a cien escritores de nuestro idioma. Espero que os gusten.

Anónimo dijo...

Y mientras tanto seguirás con tu nueva novela supongo. ¿Sabes? Desde que lo sé, cuando paseo cada día por los lugares que tu frecuentas aqui en Rota, miro a veces los pinares, la playa, la gente con visión literaria, como si fueran no futuribles personales o decorados de tus libros sino como si ya lo hubiera leído y los mirara para reconocerlos, como cuando releí Los Aires Difíciles de Almudena para poder recrearme en los decorados y en los personales como reconocibles en este entorno occidental de la bahía, asi me ocurre ahora pero anticipándolos, porque sé que aunque esté ambientada en otro lugar tendrá, inevitablemente, algo de aqui.

Anónimo dijo...

Pues supongo que carece de importancia, pero no fue exactamente de ese modo. El editor es un señor llamado José Barrabés. Y el autor era Ferran Barber. Es de suponer que la confusión vino por ahí. Cada uno de los autores elegía al prologuista y Ferran optó por Benjamín, un novelista a quien respeta y admira. En fin. Saludos.