Dormir con tu abogado
Por Benjamín Prado. El País
Las camas de matrimonio deberían ser más grandes para que cupiesen en ellas los abogados de la pareja. Juan Urbano llegó a esa conclusión mientras pensaba en la cantidad de amigos separados que tenía y en la degradación absoluta a la que habían llegado algunos de ellos, que dejaron de ser personas decentes en cuanto la ley les puso en la mano la oportunidad de comportarse como miserables con las personas a las que habían querido y con las que compartían hijos, casas y cuenta en el banco. Será, digo, es un decir, como escribió el poeta César Vallejo, porque nuestros gobernantes han conseguido que los juzgados se transformen en una batidora que convierte el divorcio en una papilla hecha de derechos e interés tan grande y tan tentadora, que ya hay niñas que cuando rezan le piden a Dios que de mayores les dé un buen ex marido.
Pero, entonces, ¿por qué la gente sigue emparejándose? En la Comunidad de Madrid, según acaba de hacerse público, el número de parejas de hecho se ha multiplicado por cuatro desde julio, al ampliarse el horario de registro y desaparecer la lista de espera; y eso que después de haberse aprobado la Ley de Matrimonios Homosexuales, muchas personas del mismo sexo han descartado esta opción para cambiarla por una boda, ya saben, esa fiesta que empieza con una lluvia de arroz y termina con una tarta llena de cuñados.
Encontró dos respuestas a esa pregunta en el periódico. La primera, en una noticia que revelaba que, según una investigación científica recién publicada, vivir en pareja reduce el riesgo de alzhéimer. La segunda, en un estudio sociológico que aseguraba que en España hay un abogado por cada 400 habitantes, y en Madrid, dos. Volvió a pensar lo mismo que al comienzo de este artículo, pero ampliándolo: si patentaba una cama para cuatro, tal vez en forma de litera, en la que cupiesen los representantes legales de los novios, tal vez ganaría dinero y el premio Nobel de Medicina. ¿Por qué? Muy sencillo: con esa garantía en la mano, sabiendo cada contrayente que sus intereses iban a estar bien protegidos desde la misma noche nupcial, se fomentaría la vida familiar y se erradicaría prácticamente el alzhéimer. Y, en los malos momentos, bastaría con sonreír y frotarse las manos, que acaba de descubrirse que genera hormonas antiestrés. ¿Ustedes han visto alguna vez una mosca estresada? Claro que no, cómo iban a estarlo, con tanto frotarse las patas.
El subdirector general de Régimen Jurídico de la Consejería de Presidencia, Justicia e Interior señaló en la comparecencia en la que se dieron a conocer esos datos que el perfil de los componentes de las parejas de hecho es el de una persona de entre 31 y 45 años, soltera y de nacionalidad española; y dio una clave que puede explicar algunas cosas: en el caso de las parejas de hecho, "no existe modificación del estado civil", pero sí se consiguen "otros beneficios", como un permiso de descanso de 15 días para los funcionarios de la Comunidad de Madrid, una reducción en la base del impuesto de sucesiones y donaciones u otros beneficios de derecho privado. Y recordó también que este tipo de unión se acaba si la pareja decide casarse, si uno de ellos decide acabar con el emparejamiento y se lo comunica fehacientemente al otro, o en caso de que uno de ellos fallezca. A Juan Urbano le intrigó mucho ese adverbio: fehacientemente.
Como la crisis aprieta y septiembre va a estar tan cuesta arriba que mientras lo subimos nos va a dar la impresión de que octubre está en marzo, Juan se marchó a casa con espíritu de inventor y dispuesto a acabar su proyecto con toda la rapidez del mundo. De entrada, lo de las literas era interesante: así, las posibilidades serían muchas, la pareja podría dormir junta cuando estuviese bien y los abogados esperar arriba, en el mismo colchón pero separados por una cortina. Y cuando la cosa se torciese, podían pasar la noche cada uno con su abogado. Pasarla con el abogado del otro sería ilegal, por supuesto. Mil trescientas parejas inscritas desde julio en el registro de Madrid le hacían soñar con una gran cartera de clientes.
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