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Aquí tenemos (aunque con algo de retraso, el artículo de cada jueves). Por cierto, Benjamín, recién aterrizado (y nunca mejor dicho) en Madrid. Has vuelto a lograr lo que a menudo me pasa con tus textos, en los que soy capaz de leer mis pensamientos. (Qué paradoja son los aeropuertos, a los que vas para que las aerolíneas te lleven volando al infierno).
Lo peor de todo es que la historia que contaba el diario era la misma de siempre, sólo que con otros nombres. Esta vez la culpable era AENA, la entidad que gestiona los aeropuertos españoles, y las víctimas, dos mujeres argentinas que pretendían llegar a Granada y a las que al aterrizar en Barajas nadie prestó el Servicio de Asistencia a Personas con Movilidad Reducida que habían solicitado porque una de ellas padece una incapacidad psíquica. Ningún empleado de Iberia o Eulen, que son las empresas que tienen subcontratada esa tarea, las ayudó; perdieron el vuelo de Madrid a Granada; un delincuente ocasional, es decir, una de esas personas que son honradas sólo hasta que se les presenta la ocasión de no serlo, las timó cien euros y, finalmente, tuvieron que hacer el viaje a Andalucía en autobús, cargadas de maletas. Bienvenidas a España.
El problema es que eso ocurre cada día, y los aeropuertos y compañías aéreas siguen sin cumplir con sus obligaciones; abusan de los viajeros; les dejan en tierra aunque hayan pagado sus billetes; les llevan presos en unos asientos incómodos e insanos en los que no hay espacio para las piernas; les pierden el equipaje; les hacen sufrir retrasos inauditos; les tratan como a ganado, y, por lo general, sólo son amables con ellos a la hora de sacarles dinero, lo cual hacen desde el instante en que compras el pasaje hasta dos segundos antes de llegar a tu destino, porque ahora que no te dan nada gratis en ellos, ni un vaso de agua; los aviones se han transformado en un bazar con alas en el que te intentan vender algo todo el tiempo: comida, bebida, regalos y, en algunos vuelos internacionales en los que están obligados a darte de comer, hay compañías como Air Europa que hasta te alquilan los auriculares para ver la película.
Al llegar el verano, los aeropuertos son un infierno con megafonía, y la gente deambula por sus salas como por un mal sueño. Vas a Barajas y ves tantas caras de desesperación, tantos rostros donde desaguan el cansancio, el nerviosismo y la ira, que te quedas impresionado de la cantidad de ciudadanos a los que les amargan las vacaciones y sorprendido de que no exista autoridad o ley que detenga este abuso que, en realidad, se ha hecho tan frecuente que se acata como algo normal; y lo contrario, que un vuelo salga y llegue a su hora, se considera una excepción y una sorpresa. Qué increíble.
Siempre que puede, Juan Urbano va en tren, que es mucho mejor porque, por lo general, en la Renfe te atienden de maravilla, no te dejan tirado en el andén y cumplen sus horarios; pero se enteraba por el periódico y por lo que le contaban los familiares y amigos que iban a visitarle a la playa de Rota, Cádiz, donde pasa el mes de agosto, de las catástrofes aéreas que sufren los pasajeros cuando aún están en tierra y en Barajas.
Alguna vez pensó en dibujar un mapa de Madrid en el que estuvieran representados los lugares que, a su juicio, parecen estar al margen de la ley o, como mínimo, de la realidad, y sabía que si lo hiciese en él tendrían un gran espacio pintado de rojo las cuatro terminales de Barajas, al lado de los aparcamientos, los bancos, las compañías telefónicas, las autopistas de peaje y, en fin, todos esos negocios que te esquilman a base de cobrarte lo que no te dan, no darte lo que has pagado o hacerte pagar dos veces por lo mismo. Parece un trabalenguas, pero no es un juego, porque no tiene gracia y sale demasiado caro.
La verdad es que llega el verano y tener que ir a Barajas es una pesadilla, de modo que en lugar de cargar las maletas en el taxi y atravesar sonriendo la M-40 o la calle de Cea Bermúdez, porque uno va a tomarse un descanso y a ser 30 días feliz a la orilla del mar o, como en el caso de esas dos mujeres que llegaban a Madrid desde Buenos Aires y a las que el avión se les hizo un autobús como a Cenicienta se le convierte la carroza en una calabaza, uno va lleno de miedo, rezando para que le dejen embarcar y él y sus maletas lleguen a tiempo a su destino. Qué increíblemente lento es el transporte más rápido del mundo.
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