jueves, 19 de junio de 2008

Juan Urbano ejerciendo de maestro

Quizá porque fui a un colegio público, y no tuvimos las preguntas por anticipado, quizá porque la selectividad cae ya algo lejos... el caso es que me ha sorprendido ver a Juan Urbano hablar de esta macabra e injustísima prueba. Aunque no lo olvidemos, Juan sabe de lo que habla, es profesor... además de todo un maestro.

Lo entiendo algo más cuando en el reflejo del escaparate por el que pasa Juan Urbano me parece ver a Benjamín Prado diciendo que "cuando algo deja de ser un servicio público para convertirse en una empresa, el qué le cede su sitio al cuánto y ya no importan tanto los resultados como las ganancias."

Trampas en la selectividad
por Benjamín Prado. El País.
Se dice que Homero no escribió la Odisea ni la Ilíada, que Cervantes no nació en Alcalá de Henares sino en un pueblo de León y que Maquiavelo nunca escribió que el fin justifica los medios, sino sólo una frase que se le parece: "En las acciones de los hombres, y particularmente en las de los príncipes, donde no hay apelación posible, nada más que se deben de juzgar los resultados". Qué más da, en cualquier caso, si la Odisea o el Quijote van a seguir siendo igual de importantes y esa sentencia, sea o no de Maquiavelo, va a seguir siendo igual de verdad; o incluso va a serlo más ahora, en estas sociedades basadas de manera casi exclusiva en el éxito y el poder, en las que sólo importa hasta dónde llegas, no el camino por el que vayas allí, por muy oscuro que éste resulte.
Juan Urbano pensó todo eso al leer la noticia de que un profesor de Filosofía acababa de denunciar la filtración de los exámenes de selectividad, cosa que supo al llegar con sus alumnos a la Universidad Carlos III y hablar con una colega de un centro privado que conocía las preguntas que iban a caer este año. Su reclamación no va a llegar a ninguna parte, aunque ya haya llegado a la Consejería de Educación, porque la presentó después de haberse realizado las pruebas, cuando, según le dicen, debía de haberlo hecho antes. Pero, si me permiten un juego de palabras, en el fondo ésa es una cuestión superficial. Lo que realmente importa es que esa trampa se repita cada año y que no venga de donde sería lógico que viniera, que es de los estudiantes, sino de sus propios colegios, sobre todo si son privados. ¿Por qué? Es fácil, piénsenlo un minuto y llegarán a una respuesta de la que, como siempre, forma parte la palabra dinero.

De qué hablamos cuando hablamos de amor se titula un libro de relatos de Raymond Carver, y aunque él lo escribió así, sin interrogaciones, What we talk about when we talk about love, dan ganas de responderle: de dinero, lo mismo que cuando hablamos de cualquier otra cosa. Porque de eso se trata también en esta ocasión: de que para atraerse una buena clientela muchos colegios usan como señuelo el índice de aprobados de sus alumnos en la selectividad y, como con eso prospera el negocio, todos hacen lo posible porque esos tantos por ciento sean deslumbrantes y algunos no se paran en las fronteras de la ley, sino que las saltan. Es sencillo: se habla con algún miembro de los tribunales que eligen las preguntas, se les pasan a los chicos para que las lleven preparadas y asunto resuelto. Más claro, agua.

Y además, qué más da, se dijo Juan Urbano, si luego tampoco se va ya a la Universidad a formarse intelectualmente como médico, abogado o filólogo, sino sólo a encontrar trabajo, porque la mayor parte de los jóvenes ya no hablan de vocaciones sino de carreras que tienen salida o que no la tienen, que te pueden conseguir un empleo rápido, que te abren o te cierran puertas en el mercado laboral. Yo creo que Homero escribió la Odisea, y que Cervantes nació en Alcalá de Henares, pero sospecho que si hubiesen vivido en la España del siglo XXI habrían estudiado Empresariales y no hubieran escrito una línea. Y no me vengan con que Homero era ciego, porque para contar billetes sobra con los dedos y para hacer cuentas no se usan los ojos, sino la cabeza.

Sin duda, ése es el riesgo que se corre cuando todo se convierte en algo utilitario, que debe dar dividendos; y ése es, también, el peligro de privatizar la sanidad y la educación: que cuando algo deja de ser un servicio público para convertirse en una empresa, el qué le cede su sitio al cuánto y ya no importan tanto los resultados como las ganancias.

Por otra parte, si existe la duda de que pueda ser verdad lo que denuncia el profesor de Filosofía del que hablábamos, ¿qué más da cuándo la haya planteado? Seguro que es muy fácil ampararse en una cuestión tan burocrática como ésa para echar tierra sobre el caso, pero tal vez lo sería más aún mirar los exámenes de los alumnos del colegio bajo sospecha y comprobar si su eficacia a la hora de responder los temas que se supone que les habían soplado es demasiado uniforme, demasiado difícil de creer. Porque supongo que todos estamos de acuerdo en que lo que no puede ser es que el fin justifique los medios, lo dijera quien lo dijera.

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