Una vez más Benjamín Prado ha vuelto a hacer eso por lo que me decidí a abrir este blog con su nombre, ha vuelto a ser capaz de plasmar en palabras lo que siento, pero que no sé ni explicarlo, ni casi pensarlo (y muchas veces ambas cosas se necesitan). Leyendo su artículo sobre fútbol y sobre España en la edición de El País de hoy me ha vuelto a pasar. Será porque tengo el sentimiento disparado y también creo que estamos viviendo la historia. Porque la historia, en nuestra época premoderna no se escribe con guerras, también con fútbol. Para unir a un país no es necesario un enemigo contra el que luchar, ni una guerra en la que vencer, basta con un balón y una copa de metal. Algo ya hemos ganado.
Y además tenemos a Benjamín...
Adiós a la otra España.
Por Benjamín Prado. La otra mirada. Estado de ánimo. El País.
Mañana jugamos la final de la Eurocopa y hoy creemos que vamos a ganarla. Es decir, que de lo que estamos hablando no es de un partido de fútbol, sino de una metamorfosis étnica: si este domingo se confirman las sospechas de que somos la mejor selección del campeonato, al acabar el partido empezará un nuevo país, otro sitio llamado también España, igual que el antiguo pero en el que se hayan ido al demonio los estereotipos que llevábamos colgados en la camiseta como si fuesen muñecos del Día de los Santos Inocentes, todo ese rollo de la falta de carácter, el miedo a ganar, la mala suerte histórica, etcétera.
Porque, además, hay algo que está a nuestro favor, y es que la Alemania de hoy sí que se parece a la Alemania de siempre como una gota de plomo a otra gota de plomo. Es un equipo tan previsible como temible y jugar contra ellos es como admirar una joya en su estuche: si dejas que el brillo del oro te hipnotice, te arriesgas a que la caja se cierre de pronto y te pille los dedos. Habrá que vigilar cada segundo del partido y saber que nos enfrentamos a uno de esos conjuntos con los que ser mejores no es bastante.
Una metamorfosis... Suena bien, es algo más profundo que un cambio y, sobre todo, más definitivo. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, como escribió Pablo Neruda, y ese hecho incontestable se debe, sin duda, a la transformación general que ha sufrido nuestro país y, en este caso concreto, a la salida de deportistas como Cesc, Torres o Xabi Alonso al extranjero como estrellas, no como emigrantes, y además como estrellas jóvenes, a las que sus entrenadores han dado una responsabilidad basada en la fe ciega en sus condiciones y a los que, nada más llegar, les han quitado el mono de subalterno para vestirlos con el uniforme del general: Cesc y Xabi Alonso no juegan en el Arsenal y en el Liverpool: los manejan, dan las órdenes y se han acostumbrado a mandar. Y al revés también sirve, porque el otro Xavi o Iniesta, por ejemplo, también hacen de jefes en el Barcelona y por todo lo alto porque las órdenes se las dan a tipos como Ronaldinho, Henry o Messi. No creo que nadie pueda decir que recuerda a una selección española con tanta jerarquía como ésta. ¿Qué vamos a estar haciendo mañana a las diez y media? Ojalá que estemos oé, oé, oé total, porque eso sería, sencillamente, hacer justicia, no sólo por lo que somos, sino también por lo que hemos dejado de ser: somos los que mejor tratan a la pelota y, por lo tanto, sus dueños; y no somos ya los perdedores de la furia inútil y la sangre sin venganza, sino un grupo de jóvenes que se ven a sí mismos grandes y poderosos, aunque sean pequeños de estatura y menos fuertes que esos centrales alemanes que, como suele decirse, son tan lentos que mientras corres a su lado te da tiempo a cambiarte las botas.
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