viernes, 7 de noviembre de 2008

Sobre el ranking

Hoy me apetecía echar la vista atrás y recuperar alguno de esos textos que tengo por ahí guardados. Esta tribuna corresponde, pásmense, al año 2000, pero me gusta porque sigue estando de una actualidad, cambiamos la fecha, lo publicamos mañana en El País y seguro que tiene otros 430 votos (como ya tuvo en su día). Y es que los ranking (sin tilde), las listas, etc... es uno de los 10 temas que nunca pasan de moda.

Ranking
Benjamin Prado. El País. 06/01/2000

Las cosas van mejorando, pero no mucho: a finales de los setenta, un imbécil mató a John Lennon en Nueva York y veinte años más tarde un ciberimbécil ha querido matar a George Harrison en Londres; el primero se llamaba Mark David Chapman y usó una pistola; el segundo se llama Michael Abram y tenía un cuchillo. Y me apuesto lo que quieran a que los dos acabarán tarde o temprano en una de esas listas que quieren resumir las cosas y hacer un extracto de los hechos, que analizan las décadas, hacen el sumario de los años y el esquema de los días, recapitulan, compendian, construyen un repertorio: de esa forma, los cinco grandes asesinos de estrellas del rock podrán sumarse a las diez canciones básicas, los cien mejores discos, las novelas, los largometrajes, los medicamentos, las actrices o los deportistas del siglo. Y su inventario tendrá justo la misma importancia que los demás: ninguna. Personalmente, lo cierto es que jamás me ha interesado este asunto; que prefiero elegir mis propios poetas, escultores o cineastas favoritos por la misma razón que me gusta masticar mi propia comida. Pero, aunque sea desde una cierta distancia, sí hay algo que me interesa: saber qué se pretende "exactamente" al catalogar de ese modo los acontecimientos; descubrir si esas listas intentan ser sólo un índice o también algo más, un canon. Porque en el primer caso pueden ser discutibles, pero en el segundo podrían llegar a ser peligrosas. A veces da lo mismo, uno le echa un vistazo a cualquiera de estas clasificaciones y se ríe, se sorprende o se irrita porque Steven Spielberg sea el primero de su profesión y Bob Dylan nada más que el cuarto o quinto de la suya, porque Maradona esté detrás de Beckenbauer, Violeta Parra supere a Carlos Gardel o Iríbar ni siquiera aspirase al podio de los guardametas que ocupan Yashin, Zoff, Maier y Banks -quiero que los pisaverdes de la Federación Internacional de Historia y Estadísticas del Fútbol sepan que esto último me lo he tomado como un insulto personal y que he entendido por qué sus siglas suenan a balón desinflándose: IFFHS-. Pero otras veces no es así. Otras veces no da lo mismo, porque esta manía de reducir o filtrar lo que pasó, con la disculpa de que entonces será más abarcable y más sencillo de comprender, no es más que otra posible pieza de nuestra ceguera, otro ladrillo de ese muro que nuestras apresuradas sociedades levantan ante los ojos de sus clientes con el fin de manipularlos. Las personas manipuladas son personas débiles, impersonales.

¿Me estoy poniendo melodramático? No lo creo. Fíjense en Madrid y comparen, por ejemplo, las librerías o las tiendas de música de toda la vida con las llamadas grandes superficies que hay ahora en la ciudad y verán que al pasar de unas a las otras la primera impresión es buena, que el caos de antes se ha transformado en un orden perfecto y la confusión en pura disciplina, que la maleza se ha convertido en un jardín. Sin embargo, también hay algo inquietante en ese mundo aséptico pero, sin duda, muy práctico, muy cómodo: uno pasa de las estanterías de los números uno más recientes a la mesa de los libros más vendidos y, poco a poco, va descubriendo otra clase de caos, otra clase de confusión basada, precisamente, en la ausencia de un laberinto; empieza a sentirse preso, encauzado, a notar que le empujan en una dirección determinada y le alejan de otras; empieza a sentir que le falla la voluntad y le vence el miedo, que no es un nadador, sino sólo alguien al que arrastra la corriente. Es difícil ser más poderoso que el río. Por supuesto, todo lo anterior podría ser una metáfora, una manera de exagerar para que me entiendan. ¿Lo es? Puede que sí; o puede que cada vez se vea por ahí más gente que se toma demasiado en serio ese tema de las listas, cada vez más mujeres y hombres que son persuadidos de que se están perdiendo algo o resultan incompletos porque no tienen una de las cien obras maestras del siglo, uno de los diez discos de la década, una de las películas más laureadas o más costosas o más taquilleras. Y, en ese caso, uno tiene derecho a alarmarse un poco, porque no olvidemos que cualquier selección implica un exterminio, que al elegir los cien-mejores-lo-que-sea también se está degradando al resto, se está diciendo que los que no salen en la antología pertenecen a los vagones de segunda clase, a la cara B, a la zona etcétera, etcétera. Aunque, en el fondo, es muy fácil escapar de esa red: basta con hacer nuestra propia lista de todo lo que amamos y no sale en las de ellos. ¿O eso sería hacer trampa?

1 comentario:

Pablo dijo...

Veo que has encontrado lo de escuchar los posts.
La verdad es que no funciona demasiado bien y a veces estropea alguna entrada, la vuelve a escribir entera sin formato después.
Un saludo