El jueves viene cargado de cosas buenas, porque las hay, dentro de nuestros límites (frontera es una palabra demasiado política) y están a disposición de todos. Solo hay que abrir el periódico y tras las noticias nacionalistas, leer cosas como que "muchos se equivocan con frecuencia de mitad y de pronto se ven agarrados a unas rejas plateadas sin saber si están dentro o fuera de la cárcel", o que "a la hora de escoger sus deseos, se empeñan en querer endulzar su vida convirtiendo un limón amargo en su media naranja", "esta vida no se trata de dónde vas, sino de con quién tengas la suerte o la desgracia de cruzarte". Un poco de filosofía de buen jueves sienta fenomenal.
El sufrimiento es opcional
Por Benjamín Prado. El País.
Lo primero que hizo fue acordarse de la explicación que un futbolista inglés le había dado a la prensa al final de un partido del que se tuvo que retirar gravemente lesionado: "Sentí un crujido en mi pierna izquierda, pero algo me dijo que era la derecha". Parece una estupidez y sin embargo no lo es, porque también tiene su parte de verdad: todos sabemos que uno a veces confunde los lados; que muchos se equivocan con frecuencia de mitad y de pronto se ven agarrados a unas rejas plateadas sin saber si están dentro o fuera de la cárcel; y que otros, a la hora de escoger sus deseos, se empeñan en querer endulzar su vida convirtiendo un limón amargo en su media naranja. Eso es de lo más normal y se arregla abriendo los ojos y echando a correr. El problema es cuando los que se confunden son otros, porque entonces te ocurre como al paciente que ingresó el otro día en un hospital de Parla para que le operasen de una hernia en la ingle derecha, y resulta que le operaron la izquierda. La cirujana que llevó a cabo la intervención ha afirmado que su actuación "fue correcta de principio a fin", aunque probablemente diría lo mismo si el enfermo hubiera ido a que le sacasen una muela y ella le hubiese implantado el hígado de una orca. Y también dice que la culpa es del herniado, "por no haberle señalado en ningún momento el sitio en que le dolía", lo cual es de lo más lógico: en un plano más general, ¿ustedes saben dónde les duele? ¿Son siempre capaces de distinguir lo que les hace daño de lo que les hace felices? Piénsenlo bien antes de contestar.
En cualquier caso, hay que matizar esa sentencia que dice que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional, para añadirle: excepto en la sanidad pública madrileña, donde el dolor no se evita, sino que sólo se cambia de lugar. Juan Urbano, que acababa de librarse de una angustia que lo acechaba como quien suelta un tesoro para no hundirse con él en el fondo del mar, sabía muy bien de qué estamos hablando y cuál es la diferencia entre la limpieza del dolor y la suciedad del sufrimiento: el primero puede ser una medicina; el segundo, sólo puede ser un veneno.
El consejero del ramo, que de un tiempo a esta parte es algo así como el payaso de las bofetadas del Gobierno regional, sí que sabe dónde le duele: en los oídos, porque ahí es donde van a parar los abucheos que le dirigen los doctores y los pacientes de los sanatorios que visita, como acaba de pasar otra vez en el de Getafe, donde medio centenar de trabajadores, internos y familiares de los convalecientes lo siguieron hechos unos basiliscos entre camillas y bombonas de oxígeno, gritándole "¡fuera!", "¡sinvergüenza!" o "¡mentiroso!", y acusándole de cerrar más de 100 camas del centro hospitalario hace un mes y de ordenar hace unos días su reapertura para que quedasen bonitas en el acto de ayer. Seguro que a él también le hubiese gustado estar en otra parte, y que la presidenta de la Comunidad le operara de la otra ingle y lo mandase de consejero de otra cosa. Pero de momento, nada de nada.
El hombre al que han operado de la hernia que no tenía, lo cual lo convirtió en otro mientras duró la anestesia, se hace preguntas y más preguntas en su casa, con lo cual debe estar a punto de enfermar de Filosofía, que es un mal crónico y para el que los investigadores aún no han encontrado una vacuna. Supongo que mientras que se espanta los porqués con la mano, intentará aliviarse leyendo, pero eso lo mismo puede darle serenidad que atormentarlo el doble, cada vez que la realidad eche su sombra encima de la teoría. Imagínenselo: abre, por ejemplo, un libro de Séneca, oye en él que el destino ayuda a quien lo acepta y arrastra a quienes se resisten a él y, de inmediato, la hernia que sí que tiene le pega una punzada en la ingle y descubre que el destino puede ser muchas cosas, porque en esta vida no se trata de dónde vas, sino de con quién tengas la suerte o la desgracia de cruzarte, que puede ser cualquiera, desde una mujer equivocada a un médico incompetente, pasando por un abogado más listo que el tuyo, un amigo desleal o un mecánico que te arregla mal los frenos del coche. Eso sí, aprovecho que estamos hablando para darte un consejo: amigo, ni se te ocurra volver al hospital de Parla a que te den algo contra la Filosofía, no vaya a ser que te extirpen el bazo y se dejen dentro unos cuantos trípticos de esos que hacen en la Comunidad para asegurar que la sanidad pública de Madrid funciona como un reloj.
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