El día en el que he escuchado una de las frases más espectaculares de una de las personas menos espectaculares, Benjamín Prado se ha puesto escatológico.
No me podéis negar que "Crucé descalza charcos de sangre" no es una frase increíble. Cuando escriba una novela la empezaré así. Y quizá también la acabe, como Augusto Monterroso con su "Cuando se despertó el dinosaurio todavía estaba allí". Y no me diréis que leer de buena mañana que en Madrid hay sesenta millones de caca de perro no es, cuanto menos, poco digestivo.
No me podéis negar que "Crucé descalza charcos de sangre" no es una frase increíble. Cuando escriba una novela la empezaré así. Y quizá también la acabe, como Augusto Monterroso con su "Cuando se despertó el dinosaurio todavía estaba allí". Y no me diréis que leer de buena mañana que en Madrid hay sesenta millones de caca de perro no es, cuanto menos, poco digestivo.
Sesenta millones de cacas de perro
Por Benjamín Prado. El País
Las cifras apestan: hay alrededor de 255.000 perros en Madrid y como sólo dos de cada diez ciudadanos recogen los excrementos de su mascota cuando la saca a pasear, a lo largo de un año se quedan en las calles unos 60.000.000 de deposiciones. Sí, han leído bien: 60 millones, lo que hace que uno se encuentre, de media, una caca de perro cada 45 ó 50 metros. Como ven, la gran mayoría de las personas que tienen un chucho lo usan como arma de putrefacción masiva, lo cual es un asco. ¿Por qué tiene que ser el perro el mejor amigo del hombre, cuando podría haberlo sido directamente el cerdo? Juan Urbano, que vive en una calle como tantas otras, de esas que por la mañana, cuando sales hacia el trabajo, te reciben con el olor nauseabundo que ha dejado en ellas el 80% de los amantes de los animales, tiene la teoría de que habría que instaurar el carné de perro por puntos, como en los coches, e írselos quitando a los kaleborrokas caninos según les pillase la Policía Municipal dejando en la vía pública torres de canela, que les dice García Lorca en uno de sus poemas. O inventar radares que le apuntasen la matrícula a los desconsiderados que llevan a sus bichos a hacer sus necesidades a los parques o los jardines donde un par de horas más tarde van a ir a tirarse por los toboganes los niños. O poner como condición a todo aquel que quiera tener perro que instale en su casa un cuarto de baño especial para él, que seguro que ya está inventado. Pero está claro que algo hay que hacer para erradicar este resto de cultura medieval que queda en nuestras sociedades, tan llenas de contrastes que, por lo general, mientras el mastín, el chiguagua o el pastor alemán de turno dejan la acera de todos o la puerta del vecino hechas un Cristo, sus propietarios hablan elegantemente por un teléfono móvil último modelo, para disimular. La posmodernidad es hacer las mismas guarradas 100 años más tarde, según se ve.
Ahora, el Ayuntamiento de Madrid, que se supone que tenía una ley por la que debía de sancionar con 90 euros a quienes ensuciaran de ese modo la ciudad pero que hasta el día de hoy es evidente que se ha tapado la nariz y se ha desentendido del tema, porque el número de sanciones que pone por ese asunto es de risa, anuncia que por fin va a tomar medidas contra esos maleducados a los que tanto les gusta convertir las zonas verdes en zonas marrones, y que a partir del próximo año la multa que les va a poner oscilará entre los 750 y los 1.500 euros, dependiendo de dónde deje el regalo o de si es reincidente.
De momento ha puesto en marcha, con la colaboración del Colegio Oficial de Veterinarios, una campaña que tiene un lema muy acertado: "Si pudiera, lo haría yo mismo". Naturalmente, porque qué culpa tienen los pobres perros de que sus jefes sean tan marranos. Seguro que si la cosa funciona, hasta mejora el tráfico, porque ahora se pierde mucho tiempo esquivando cacas por las aceras...
Juan Urbano se alejó esperanzado por su calle, pensando que ojalá fuese verdad que el Ayuntamiento iba a tomar cartas en el asunto, aunque también temiendo que todo esto no fuera más que otro discurso vacío, como el de los millones de árboles que se iban a plantar en Madrid, y todo eso. Por desgracia, como iba hojeando el periódico, se distrajo unos instantes y hace unos segundos, justo cuando este artículo estaba a punto de acabar, el pobre dio un mal paso y notó que la suela de su zapato resbalaba de un modo muy sospechoso. Como es un hombre culto, en lugar de maldecir se acordó de ese poema de Dámaso Alonso que decía: Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres. Y se dijo que ese poema se podría actualizar muy fácilmente: Madrid es una ciudad de más de 60 millones de cacas de perro... Es que para alguna gente no pasan los siglos.
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