Nadie compra un libro para leer el prólogo (siempre estamos las excepciones), pero sí puede ser que alguien compre un libro porque ha leído el prólogo. Porque esa es la función que debe tener el prólogo, explicarnos qué vamos a encontar nadando páginas adentro. Para ello nos debe dar ánimos, nos debe poner la piel en los labios.
El Pais ha publicado hoy el libro nº 19 de su antología de poesía. Hoy le correspondía el turno a Blas de Otero y a una selección de poemas, y a Benjamín Prado, su prologuista. Una muy buena pareja...
Ayer comenzaba el prólogo, hoy lo continuamos...
Todos los poetas que se llamaron Blas de Otero.
Prólogo. Benjamín Prado. A la edición de poesía de El País.
[...] y el título que le puso a un volumen publicado por la editorial Losada en Buenos Aires, en 1960, en el que reunió sus obras Pido la Paz y la palabra y En castellano. Y una gran mayoría de los ciudadanos que deseaban el fin de la opresión y la llegada de la libertad encontraron en los versos formidables de Blas de Otero a veces una bandera y por lo general un consuelo.
Así que cuando murió en Majadahonda, Madrid, en junio de 1979, el poeta bilbaíno era una de las figuras más respetadas de nuestra literatura, y se le consideraba quizás el eslabón más sólido los y más brillante de la cadena que unía a los autores de posguerra con los maestros de la Generación del 27. Títulos suyos como el citado Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia - que posteriormente, como es sabido, unió en el tomo Ancia-, los también mencionado Pido la paz y la palabra y En Castellano, Que trata de España y Mientras, que es todo lo que llegó a publicar en vida- aparte del tomo en prosa Historias fingidas y verdaderas, y algunos poemas inéditos dispersos en diferentes antologías-, justifican esa admiración: en todos ellos, Blas de Otero se revela como un poeta profundo y valiente, emparentado con la tradición pero también decidido explorador de las vanguardias, conservador e innovador a partes iguales y, por encima de todo eso, un poeta reconocible, de tono personalísimo y, en consecuencia, muy influyente en quienes lo siguieron, pero también en quienes lo rodeaban. Los que habían tenido que huir de España tampoco tardaron en reconocer el valor de Blas de Otero, y Rafael Alberti, que, sin duda, es a quien él más deseaba parecerse en algunas cosas, pronto saludó su talento, en prosa y en verso, y lo señalo como un autor importante. Y en esto estuvieron de acuerdo los compañeros del autor de Sobre los ángeles que se habían quedado en España, pues tanto Vicente Aleixandre como Dámaso Alonso le dedicaron por escrito contundentes elogios. Y si entre sus maestros y sus contemporáneos el acuerdo fue grande, entre los más jóvenes tampoco hubo demasiadas dudas, y no hace falta más que recordar lo que escribieron y dijeron sobre él miembros tan sobresalientes de la Generación del 50 como Ángel González o Gil de Biedma.
La obra de Blas de Otero tiene una dimensión política que, sin duda, le proporcionó un éxito popular añadid, pero en aquellos años eran muchos los escritores alistados en las filas de la poesía social y muy pocos los que llegaron a su nivel. Sus poemas, en cualquier caso, no caminan por un solo camino, ni es menor la belleza de los que brotan de una religiosidad atormentada que mezcla a San Juan de la Cruz con Miguel de Unamuno, y que están entre lo mejor de su producción; o los que parten del mismo existencialismo meditativo que tanto admiraba Juan Ramón Jiménez. Y en todos los casos, es notable la manera en que el autor de Pido la paz y la palabra asumía riesgos sucesivos en su escritura, indagaba nuevas direcciones y no se conformaba con lo ya dominado y aplaudido por todos, sino que continuaba aventurándose con cad anueva obra, se atrevía a utilizar coloquialismos impensables en un poema, a bordear la prosa en ocasiones y en otros casos a hacer de la metapoesía y, si me permite el modernismo, de la metabiografía los combustibles de sus poemas: leer a Blas de Otero es ser Blas de Otero mientras dura el libro, porque su escritura era también coherente en ese sentido: si su personaje era el del hombre normal, su discurso podía ser una voz y al mismo tiempo un eco, representarlo a él y a cualquiera. En cualquier caso, su inconformismo llegó hasta el final y llama la atención el giro evidente que se percibe en los poemas en los que trabajaba cuando murió y con los que se formaría el volumen doble Hojas de Madrid con la Galerna. Algunos de los poemas de esa obra habían aparecido en la antología Expresión y reunión y en Mientras, y fueron suficientes esos indicios para demostrar que Blas de Otero había vuelto a transformarse del modo en que siepre lo hacía, que era conservando lo mejor de su etapa anterior y ganando nuevos espacios a su poesía. En este caso, su escritura anunciaba una vinculación mayor con el surrealismo y una libertad formal que buscaba con la cercanía del lector siguiendo su idea, expresada en Historias fingidas y verdaderas, de que "si no se debe escribir como se habla, tampoco resulta conveniente escribir como no se habla", y que en mi opinión, es una de sus virtudes más perdurables: textos leves, sin ataduras rítmicas, con muy poco andamiaje retórico pero de una eficacia brutal, que dan sensación de inocencia y a la vez de profundidad, que experimentan con el verso libre y que muestran influencias antagónicas que ayudaron a darle el equilibrio insólito que posee: en un extremo, Rilke, y en el otro, José Martí, a cuya obra se aficionó cuando vivía en Cubra, entre 1964 y 1968. Su prestigioy su autoridad sobre la poesía posterior aún siguen vigentes.
Dominador de los metros clásicos, y en especial deo soneto, al que renovó llenándolo de modernidad, y persistente forjador de novedades, Blas de Otero hizo de su poesía un laboratorio en el que convivían la investigación estética y la conciencia ética, y de esa tensión surge la fórmula de su poesía. Su personalidad oscila entre el pesimismo de quien no puede olvidar que "se muere si se nace", como dice en Ancia, y la vitalidad del que lucha por un mundo mejor hasta atreverse a afirmar, en Pido la paz y la palabra, "yo doy todos mis versos por un hombre / en paz". O, si se prefiere, viene y va del cristianismo al comunismo y transforma esa paradoja en poesía. A fin de cuentas, hay cosas que no pueden convivir dentro de una catedral, pero sí fuera, y Blas de Otero siempre fue un hombre de fe, que jamás dejó de confiar en la importancia y en la necesidad de la literatura: "Si he perdido la vida, el tiempo, todo / lo que tiré, como un anillo, al agua, / si he perdido la voz en la malez, / me queda la palabra.// [...]// si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, / si abrí mis labios hasta desgarrármelos,/ me queda la palabra".
Blas de Otero fue muchos poetas en muy poco tiempo y muy poco espacio, porque su muerte a los 63 años interrumpió una obra que, sin duda, habría continuado creciendo en tamaño y en variedad. Lo extraordinario es que ninguno de ellos sea prescindible y que releer su obra, aunque sea abriendo al azar cualquiera de sus libro, siga siendo una confirmación y una sorpresa: en cualquier página hay una didea, un verso o un hallazgo llamativos que, a menudo, parecen escritos ayer y que nos dan ganas de exclamar, citando libremente a uno de sus admiradores confesos, el poeta Ángel González: "Parece que no hubiera pasado la muerte por vosotros".
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