La cita con el jueves, la cita con Benjamín Prado, la cita con Madrid, la cita, hoy, con la política, pero también con la sanidad, con la cultura, con el agua, con la litareratura. Es lo que tiene Benjamín, en un artículo de opinión de escasa media cara es capaz de meter todo esto, y de que se entienda y tenga sentido.
¿Quién le para los pies a Espe?
Por Benjamín Prado. El País.
¿Quién teme a Virginia Wolf?, ¿Quién mató a Palomino Molero? y quién le para los pies a Esperanza Aguirre. A Juan Urbano se le vinieron a la cabeza esas tres preguntas después de leer en el periódico que además del Canal de Isabel II la presidenta iba a privatizar los servicios no sanitarios de los cuatro grandes hospitales públicos de la Comunidad, el Ramón y Cajal, el Gregorio Marañón, La Paz y el 12 de Octubre, y se preguntó por qué habría hecho, de manera intuitiva, esa asociación mental. ¿Quién teme a Virginia Wolf? es una obra de teatro de Edward Albee con la que Mike Nichols, el director de El graduado, hizo una película, protagonizada por Richard Burton y Elizabeth Taylor, que ganó cuatro oscars. ¿Quién mató a Palomino Molero? es una novela policiaca de Mario Vargas Llosa en la que un detective, el sargento Lituma, investiga la oscura muerte de un soldado que se enamoró de quien no debía y lo pagó caro. Y a Esperanza Aguirre, como es obvio, no la detienen nada ni nadie, ni su partido, ni la oposición, ni la lógica. Porque si recurres a la lógica, no te puedes explicar que por una parte diga que se ve obligada a quitarle el agua a los ciudadanos porque no tiene dinero, y por otra se gaste millón y medio de euros en una fiesta para presentar los Teatros del Canal, que es algo así como comer en el hotel Palace y luego salir a pedir limosna a la puerta, para poder pagar la cuenta.
Aguirre puede dedicarse a vender humo y a esconder la verdad tras el humo que les sobra
Aunque, en realidad, da lo mismo, para qué perder el tiempo imaginando parábolas, si cualquier argumento a favor de la sanidad, la educación o cualquier otro servicio público resulta inútil cuando se le plantea a una política que cree que una región o una ciudad no se gobiernan, sino que sólo se poseen, lo cual será menos democrático pero es más fácil de poner en práctica, porque por una parte no exige explicaciones, dado que nadie te puede obligar a rendir cuentas de lo que hagas con algo que te pertenece, y por otra resulta más rentable: vender lo que no es tuyo no duele y, sea cual sea el precio, sales ganando.
Aunque, en realidad, da lo mismo, para qué perder el tiempo imaginando parábolas, si cualquier argumento a favor de la sanidad, la educación o cualquier otro servicio público resulta inútil cuando se le plantea a una política que cree que una región o una ciudad no se gobiernan, sino que sólo se poseen, lo cual será menos democrático pero es más fácil de poner en práctica, porque por una parte no exige explicaciones, dado que nadie te puede obligar a rendir cuentas de lo que hagas con algo que te pertenece, y por otra resulta más rentable: vender lo que no es tuyo no duele y, sea cual sea el precio, sales ganando.
Pero dejando al margen el escándalo concreto del Canal de Isabel II, la cuestión de fondo es la que acaba de plantear Juan Urbano: ¿cómo es posible que en una democracia un cargo público tenga un poder incontestable? ¿Qué clase de sociedad es ésta en la que cualquier alcalde con mayoría absoluta, por ejemplo, puede hacer con su ciudad cualquier cosa que le apetezca o le venga bien, desde recalificar un espacio protegido para levantar una urbanización, hasta llenar las plazas de estatuas horribles o monumentos injuriosos de puro feos? Porque Aguirre y etcétera pueden ser tan autocráticos y tan poco autocríticos como ellos quieran, pueden dedicarse a vender humo y a esconder la verdad tras el humo que les sobra, o pueden mentir hasta tener calambres en la lengua sin por ello perder la sonrisa, como hizo un consejero al que cuando le preguntaron por la millonada que había costado la inauguración de los Teatros del Canal, respondió que la celebración se había hecho para todos los madrileños, y cuando le recordaron que a la fiesta sólo estaban invitadas algo más de 800 personas, hizo un escorzo moral, cambió de tiempo el verbo y como quien intenta cerrar una puerta giratoria de un portazo, añadió: será para todos los madrileños. Pues qué bien, yo ya me voy a ir poniendo en la cola para comer jamón de pata negra, bombón de foie almendrado, mediasnoches de carpaccio, tartaletas de brandada de bacalao, redondo de brie con membrillo y pinchos de atún rojo marinado en soja. Esa gente puede ser todo eso, pero lo frustrante es que la ley se lo permita. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que no ocurra nada cuando la presidenta monta una subasta en el hotel Ritz y ofrece al mejor postor los hospitales que pertenecen a la sanidad pública, que son un derecho constitucional de los españoles, utilizando para la convocatoria un reclamo que decía: "Aproveche las oportunidades de negocio para su empresa"?
En ¿Quién teme a Virginia Wolf?, Richard Burton y Elizabeth Taylor son un matrimonio que se odia, lo cual le hizo a Juan Urbano pensar en Aguirre y Gallardón. En ¿Quién mató a Palomino Molero? hay una viscosa historia de incestos, celos e intereses económicos bajo lo que parecía un crimen pasional. ¿Por qué será que esos títulos se le habían venido a la cabeza a Juan Urbano cuando leyó la noticia de la futura privatización de los cuatro grandes hospitales de Madrid? En lugar de responderse, se puso a silbar un son cubano cuyo estribillo era: "Quién le para los pies a Esperanza / quién se los puede parar".
1 comentario:
Hola, Meadow. Éste artículo lo publiqué en El País el lunes, en las páginas de opinión. Por otra parte, el texto que te mandé de Patti Smith es el que he hecho para el catálogo de la exposición del museo Artium de Vitoria. Abrazos.
Daniel Ortega persigue a Ernesto Cardenal
BENJAMÍN PRADO 22/09/2008
Hay países cuya historia es una sucesión de pesadillas, y para comprobarlo sólo hace falta visitar Nicaragua y ver que allí se vive igual que si todos los días fueran el día siguiente del terremoto que devastó Managua en 1972, entre ruinas, edificios a punto de caer y saqueadores que roban cualquier cosa que se les ponga por delante. Aquel seísmo que arrasó la ciudad la noche del 23 de diciembre, y que fue descrito como un ensayo en 30 segundos del Juicio Final, causó 10.000 muertos y entregó las calles a la oscuridad y el fuego. Las iglesias del Cristo de Rosario, El Carmen, El Calvario y El Redentor se desplomaron y en los muros de la imponente Catedral Metropolitana se abrieron grietas que no han sido reparadas y que mantienen el templo en un equilibrio milagroso. Por desgracia, a ese medio minuto lo han seguido 36 años funestos, porque aunque Nicaragua no ha sufrido un tercer terremoto después de los de 1931 y 1972, tampoco ha podido salir de entre los escombros, a causa de los sucesivos Gobiernos rapaces que desangraron un país que no ha tenido presidentes, sino carteristas, algo que vale para toda la dinastía Somoza, sirve para el infausto Arnoldo Alemán, condenado a 20 años de cárcel tras expoliar 250 millones de dólares al Estado entre 1997 y 2002, y parece irle como anillo al dedo a su actual mandatario, Daniel Ortega, el antiguo rebelde que cristalizó en autócrata y sobre el que recaen sospechas y acusaciones terribles que le atribuyen actos de corrupción, abuso de poder y violación, esto último por parte de su hijastra, Zoilamérica Narváez, que ha denunciado ante los tribunales la forma salvaje en que abusó de ella desde que tenía 11 años y la forzó sistemáticamente a partir de los 15. En un artículo publicado en EL PAÍS, Mario Vargas Llosa definió su drama como "la historia de una violación impune; de un movimiento hecho trizas, el sandinismo, y de una espuria alianza entre el ex revolucionario Ortega y el corrupto ex presidente derechista Arnoldo Alemán que evitó la rendición de cuentas de ambos ante la justicia y abrió paso a una suerte de autoritarismo institucional en Nicaragua". El terremoto de 1972 dejó la Casa Presidencial deshecha, pero en pie. Sus sucesivos inquilinos la han transformado en una guarida.
El comandante Ortega, de quien hoy se declaran enemigos irreconciliables casi todos los dirigentes históricos del FSLN, ha dado su última muestra de despotismo con la cacería a la que somete al poeta Ernesto Cardenal, a quien persigue con la justicia en la mano hasta el punto de haber hecho que se reabriera de forma arbitraria un caso contra él que había sido archivado hacía años y que se congelen sus cuentas bancarias. Todo ello, para vengarse del sacerdote, que desde hace años lo critica sin miedo. Si digo que Ortega lo persigue con la justicia en la mano, no es porque sus actos se ajusten a la ley, sino porque tiene a la mayoría de los magistrados de su país metidos en un puño. Ese control lo usó para que la Corte Suprema declarase prescritos los cargos que su hijastra hizo contra él y lo utiliza ahora para silenciar a sus opositores con la colaboración de los magistrados serviles a los que maneja desde las alturas.
El supuesto delito de Cardenal, que ha esquivado la cárcel por su edad pero está bajo arresto domiciliario, fue un artículo en el que imputaba al empresario alemán Immanuel Zerger numerosas anomalías en torno al hotel que regenta en la isla Mancarrón, en Solentiname, el archipiélago donde el escritor fundó hace casi medio siglo una comunidad en la que se enseñaba a leer y escribir poemas a los campesinos. Zerger le puso una demanda y el autor de El estrecho dudoso fue sancionado con una multa simbólica de 20.000 córdobas, unos 700 euros. Pero ésa es la coartada y la realidad es que Ortega intenta silenciar a Cardenal por atreverse a censurarlo, cosa que hizo por última vez en Asunción, mientras asistía a la toma de posesión del presidente de Paraguay, a la que no fue el tirano por las protestas de diversas organizaciones feministas del país y de la propia ministra de la Mujer, que aseguró que si el presunto violador asistía al acto, ella presentaría su renuncia. Cardenal fue recibido como un héroe, y cuando le preguntaron qué pensaba de Ortega contestó: "Es un ladrón".
La protesta internacional por el ataque al poeta la encabezan autores como Mario Benedetti, Nélida Piñón, José Saramago, Gioconda Belli, Tomás Eloy Martínez, Eduardo Galeano, Ángeles Mastretta, José Emilio Pacheco, Eugeni Evtuchenko, Laura Restrepo, Antonio Skármeta, Sergio Ramírez o Mario Vargas Llosa. Para los que aún tienen dificultades a la hora de distinguir a un inquisidor de un libertador y se preguntan si este caso "favorece a los enemigos de los procesos emancipadores de Latinoamérica", como ha hecho la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el propio Cardenal, que como se sabe fue durante 10 años ministro de Cultura de Nicaragua, ha dejado escrita la respuesta: "Ortega no es el sandinismo, sino su traición".
Benjamín Prado es escritor.
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