lunes, 26 de marzo de 2012

Los nombres de Antígona. El prólogo.

Los nombres de Antígona es un libro de Benjamín Prado del  año 2001 que tras mucho tiempo ha acabado en mi biblioteca particular, y monotemática, sobre Benjamín. Un libro protagonizado por escritoras, 5, unidas por Antígona, como símbolo "de la mujer valiente y perseguida [...] que para crear sus obras debieron sobreponerse a la persecución, el destierro y la tortura; a la enfermedad, los prejuicios y el infortunio", como reza la contraportada de esta edición de Aguilar.

La emperatriz errante, la de los tres exilios, la que se encuentra entre el dolor y el éxito, la mujer inventada y la que Tantas veces son, Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Carson McCullers, María Teresa León e Isak Dinesen. Ellas son Antígona y él, Benjamín, nos lo cuenta en este libro que él mismo prologa de este modo.

Los Nombres de Antígona, un esencial en la bibliografía de Benjamín Prado.
Prólogo de Los nombres de Antígona
Por Benjamín Prado

Una mañana, en algún momento de 1988 o 1989, entré en el hotel Palace de Madrid para encontrarme con Octavio Paz, un viejo amigo y maestro al que nunca dejaba de ver cuando venía a España, y hablamos, durante un par de horas, de lo que uno hablaba siempre con él: los libros, la política y Alberti; las ciudades y los poetas... Recuerdo que aquella mañana me había estado contando su relación con Robert Lowell, que de ahí pasamos a W.H.Auden y que, en este punto de la conversación apareció junto a nosotros otra persona con la que, por lo visto, Octavio también estaba citado ese día. Era un hombre mayor, vestido con unos pantalones oscuros y una camisa informal, de aspecto quebradizo y voz muy hermosa, con unos ojos que parecían débiles o sofocados; un hombre que hablaba en inglés suave y metódico, con acento extranjero. Cuando Octavio Paz me lo presentó, supe que, además de todo eso, era Joseph Brodsky, el premio Nobel de Literatura.

"Auden era un gran poeta - dijo Brodsky, sentándose a nuestro lado-. Aún más que eso: era un escritor genial y un bebedor maravilloso. Siempre he dicho que, a la hora de tomar unas copas, los dos mejores compañeros que encontré en mi vida fueron él y Anna Ajmátova".

Ésa fue la primera vez que oí el nombre de la escritora rusa. Brodsky y Octavio, que era una especie de pozo sin fondo de la sabiduría y que, por mucho que lo conocieses, siempre lograba sorprenderte con la variedad de sus conocimientos - recuerdo otra tarde en la que me estuvo hablando de Bob Dylan y el rock & roll-, se pusieron a charlar de Ajmátova, a contar su vida increíble y la de otros autores rusos que habían sufrido los más espantosos tormentos en la Unión Soviética de Stalin, poetas como Osip Mandelstam o Marina Tsvietáieva. Brodsky, además de rememorar algunas anécdotas personas de su amistad con la autora de Poema sin héroe, recitó de memoria algunos versos de Réquiem, un texto legendario de la escritora rusa, y contó la historia de sufrimiento, heroísmo y tenacidad que se esconde bajo ese poema. Desde ese día, he estado obsesionado con Anna Ajmátova y con su obra. Y puede que, incluso, también ese mismo día ya me diera cuenta de que alguna vez iba a contar su historia.

Pero la literatura es un sistema de puentes tendidos, ventanas abiertas y vasos comunicantes, de forma que cada escritor es un sendero que te lleva hacia otro escritor, ése hacia un tercero, y así sucesivamente. Los nombres de Antígona es, en primer lugar, un reflejo de esa especie de animal vertebrado que forman los escritores de una época determinada y quiere ser, por extensión, una crónica de esa misma época: si enumeramos los nombres de Anna Ajmátova, Marina Tsvitáieva, Carson McCullers, María Teresa León e Isak Dinesen no parece que estemos hablando de cinco escritoras conectadas entre sí, unidas por una serie de hechos, personas y circunstancias. Sin embargo eso es justo lo que ocurre: esas cinco mujeres, cuyas vidas oscilaron entre la felicidad y el drama, entre el éxito y el desastre, compartieron estrechamente los acontecimientos terribles de su siglo, en algunos casos trataron e influyeron unas a otras, en otros fueron, aun sin saberlo, piezas de un mismo engranaje, fragmentos esenciales de la historia de esa época en la que vivieron las guerras mundiales, la Gran Depresión norteamericana, el colonialismo europeo en África o la guerra civil española y, personalmente, sufrieron, en sus propias carnes o en las de sus familias, la derrota, el exilio, las purgas, las cárceles, la ruina, la enfermedad, el hambre, los crímenes, el ostracismo, los campos de concentración... Y, naturalmente, todas ellas protagonizaron una serie de descubrimientos y revoluciones literarias sin las que no se puede entender la evolución intelectual de ese siglo: literatura e historia, cara y cruz de un tiempo dividido entre el progreso y la barbarie, lleno de conquistas pero también de pasos atrás.

¿Por qué cinco mujeres? No hay ninguna razón en especial y, de hecho, aunque ellas sean las protagonistas absolutas de cada uno de los capítulos de este libro, también lo son, a su lado, una serie de autores que, de uno u otro modo, compartieron íntimamente sus vidas: Boris Pasternak, Osip Mandelstam, Rainer María Rilke, Tennessee Williams, Truman Capote, Rafael Albertí y un largo etcétera. Por supuesto, el hecho de ser mujeres en unas sociedades dirigidas con mano de hierro por los hombres condicionó en muchas ocasiones su trabajo y su existencia, y en esos casos he intentado señalar el sesgo discriminatorio de algunos acontecimientos, la misoginia de ciertos colegas escritores o el puto desprecio de algunos líderes políticos. pero mientras escribía Los nombres de Antígona he pensado en ellas como escritoras y como personas, al margen de géneros, y si están en este libro es, por encima de todo, a causa de su admirable talento, gracias al cual crearon algunas de las obras más bellas, profundas e inevitables de su siglo.

En la mitología y la literatura griega, Antígona es la hija de Edipo y quien le acompañó en su sufrimiento y su devastador exilio, guiándolo de Tebas a Colono, después de que él mismo se cegara. Cuando murió su padre, Antígona regresó a la ciudad tebana, presenció el espantoso combate entre sus hermano, Eteocles y Polinices, en el que murieron ambos, y por atreverse a darles sepultura, contraviniendo las órdenes de su tío Creonte, fue enterrada viva en el panteón familiar, donde se suicidó. Según otra leyenda, era hermana de Príamo y fue convertida por Juno en cigüeña, al atreverse a decir que su cabello era más bonito que el de la diosa. Las vidas de las protagonistas de este libro coinciden, en unos y otros aspectos, con el drama de Antígona, a veces son casi otra manera de contar la misma historia, y por eso las he identificado con ese símbolo de sufrimiento y del valor que representa la hija de Edipo: por muchas razones, Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Carson McCullers, IsakDinesen y María Teresa León son ella, con otro nombre. El Tiempo, juez único de todas las cosas, ha convertido en un mito y en un parábola llena de avisos y enseñanzas, la historia trágica y maravillosa de sus vidas.

3 comentarios:

Juan Jo dijo...

Recomiendo este magnífico ensayo porque uno va descubriendo poco a poco que el valor de las cinco escritoras de los nombres de Antígona se va engrandeciendo a medida que Benjamín nos relata la época que les tocó vivir y las circunstancias personales en las que tuvieron que llevar a cabo su excelente obra. Si a esto se le añade que la lectura del libro coincidió en el tiempo con la exploración de la ciudad de Buenos Aires, la experiencia puede calificarse de inolvidable. Además, poco tiempo después tuve la suerte de oír los latidos poéticos de Anna Ajmátova en el sótano legendario del Perro Vagabundo de San Petersburgo. Como se dice en el prólogo, cada escritor es un sendero que te lleva a otro escritor, ese hacia un tercero, y así sucesivamente.

Jorge Domínguez dijo...

se consigue en Argentina el libro? Me gustaría leerlo.Gracias

Jorge Domínguez dijo...

se consigue en Argentina el libro? Me gustaría leerlo.Gracias