viernes, 9 de marzo de 2012

Llenar las espinas de rosas

Haré lo que no se debe hacer en ningún texto, y es comenzar por el final. Benjamín Prado dice que Vicente del Bosque debe ser la persona más feliz en su trabajo, aunque no sé yo si el propio Benjamín no disfruta tanto con la convocatoria y la alineación titular de las letras como el propio Del Bosque con su Roja. O por lo menos eso es lo que transmite. ¡Cómo si no va a escribir un texto sobre trabajo y vamos a acabar encantados de leerlo! ¡Y encima en viernes!

Esta es mi vida, pero no soy yo
Por Benjamín Prado en El País
En las preguntas no hay direcciones prohibidas, de modo que también se pueden hacer a contracorriente. Eso las vuelve más inoportunas, pero a la vez más visibles. Aquí y ahora, por ejemplo, y en mitad de esta época sombría en la que millones de personas pierden su empleo y otras viven amedrentadas por la posibilidad de ser también despedidas, ¿no es el momento oportuno para apreciar lo que vale un trabajo y para volver a pensar en la necesidad de ser felices llevándolo a cabo? Es verdad que en estos instantes tenemos todas las razones del mundo para seguir “viviendo en continuo diálogo con el pánico”, como recuerda que hemos hecho tradicionalmente el historiador Jean Felumeau en su libro El miedo en Occidente, recién publicado por la editorial Taurus. Y también es cierto que cuando las crisis queman y el Estado de derecho se tuerce, los países se llenan de ciudadanos dispuestos a hacer lo que sea para salir adelante. Pero eso, naturalmente, no es lo ideal. “Si tu trabajo te cansa pero no te aburre, es que es el tuyo”, escribió el psiquiatra Carlos Castilla del Pino.
Sin olvidar nunca aquella idea de Mark Twain según la cual en este mundo existen tres tipos de engaños, que son las mentiras, las patrañas y las encuestas, un estudio reciente de la empresa de gestión de recursos humanos Adecco deja varias pistas interesantes, aunque algunas tan contradictorias como que ocho de cada diez españoles se declare feliz en el trabajo pero un 44,7% asegure que cambiaría de profesión si pudiera echar el tiempo atrás. Aparte de eso, tres de cada cuatro piensan que para ser feliz en el trabajo hay que tener vocación; el 97%, que los asalariados contentos son más productivos y, en general, que los factores más importantes para conseguir estarlo son el ambiente laboral, el sueldo, la realización personal y el horario.
Santiago Vázquez, que es sociólogo, economista, licenciado en Ciencias Políticas y director de Personas de la compañía de telecomunicaciones por cable R, opina que para que las cosas mejoren lo primero que debemos hacer es cambiar de mentalidad: “Por una parte, nos han enseñado que el trabajo es una especie de condena, una cortapisa que nos impide hacer las cosas que realmente nos gustan; y, por otra, existe la idea, muy extendida, de que sentirse satisfecho es ser conformista, mientras que el espíritu crítico es más respetable, de modo que en cualquier empresa en la que el 90% de los operarios estén satisfechos y el 10% esté incómodo por la razón que sea, este último grupo será el que más ruido haga, el que más se deje notar y oír. Y, sin embargo, no hace falta esforzarse mucho para entender que si la búsqueda del bienestar es el motor de la vida, también debe serlo en el ámbito laboral. Y eso vale siempre, incluso en circunstancias tan adversas como las que sufrimos hoy día. El empresario que piense que por haber más de cinco millones de personas en paro puede descuidar a su plantilla, dado que sería tan fácil de sustituir, cometerá dos errores: el primero, olvidar que una crisis es también una buena ocasión para sobreponerse a las dificultades y ganar prestigio; el segundo, no saber que los buenos resultados no se consiguen generando angustia o incertidumbre, sino confianza. ¿Dónde juega mejor y es más decisivo Messi: en el Barcelona, donde le animan a ser el mejor futbolista del mundo, o en la selección argentina, donde se lo exigen?”.
Es un buen argumento, pero ¿es también un buen ejemplo? ¿Los conflictos que pueda tener una figura del deporte, es decir, alguien admirado, rico y joven, son comparables a los del resto de las personas? ¿Tenemos que volver a confiar en la célebre Pirámide de Maslow, esa teoría psicológica según la cual las necesidades de los seres humanos obedecen a una jerarquía y se dividen en cinco niveles, situándose lo puramente biológico en la base y la “autorrealización”, o “necesidad de ser” (B-needs), en la cima? “No se trata de estar arriba o abajo, sino en tu sitio”, concluye Santiago Vázquez, “pero es evidente que todos tenemos unas necesidades elementales, un derecho a prosperar y, a partir de ahí, muchas posibilidades abiertas. Un barrendero puede ser feliz y Michael Jackson, Whitney Houston o Amy Winehouse no, como indican sus vidas turbulentas y sus muertes trágicas. Es obvio que alguien que está haciendo cola en una oficina del Inem no tiene nada de lo que reírse; pero también que otros muchos mejoraríamos si le dedicáramos menos tiempo a lamentarnos por lo que nos falta y a temer perder lo que tenemos, y más a valorarlo en su justa medida”. Lo cual, en cierto sentido, nos recuerda que no hay nada más lógico que “buscar la felicidad de forma intuitiva, lo mismo que los borrachos buscan su casa sabiendo que tienen una”, como escribió Voltaire, pero también que habitamos un mundo en el que la realidad contradice a la razón y la única filosofía posible es la de los mercados.
Pero donde no alcanza la filosofía, llegan los libros de autoayuda, y por eso la búsqueda de un camino que lleve del trabajo a la alegría ha dado lugar a diversas reflexiones, desde las que ofrece en sus famosos libros el psicólogo norteamericano Martin Seligman, a las que aporta el Dalái Lama en El arte de la felicidad en el trabajo o las que contienen otros títulos igual de explícitos, como La hora feliz es de 9 a 5, de Alexander Kjerulf. El primero, un best seller mundial famoso por haber creado el concepto de “optimismo aprendido”, sostiene en obras como La auténtica felicidad que esta “se logra sabiendo identificar en qué somos fuertes y usando esa información en el trabajo, con la familia y durante nuestros momentos de ocio”. El segundo, en conversación con el neurólogo y psiquiatra Howard C. Cutler, recomienda “cultivar la mente, adiestrarla para encarar las dificultades desde la serenidad e identificar las emociones destructivas para conseguir un ambiente laboral óptimo”. El tercero, asegura que es posible “llenarnos de energía mientras trabajamos, pasárnoslo bien, hacer una labor fantástica, disfrutar de las personas con las que compartimos la oficina, asombrar a nuestros clientes, estar orgullosos de lo que hacemos, y tener tantas ganas de que lleguen los lunes por la mañana como otras personas anhelan los viernes por la tarde”.
Kjerulf, que es danés, presume de que los escandinavos, tradicionalmente los trabajadores más dichosos del mundo, hayan sido capaces hasta de inventar una palabra, arbejdsglæde —cuyas dos mitades, arbejde y glæde significan, por supuesto, trabajo y felicidad—, y afirma que la presencia obsesiva de ese término en los países nórdicos ha sido la clave del éxito de empresas como Nokia, IKEA, Carlsberg, Lego o Ericsson. Su conclusión es que cuando sube el agua suben todos los barcos, porque el hecho de que los operarios felices sean “más eficaces, más rápidos y más flexibles, se preocupen por la calidad de los productos y caigan menos en el absentismo hace que sus empresas atraigan a personas más competentes, tengan mayores ventas y clientes más fieles”. Otra investigación, esta vez llevada a cabo por corporación Gallup, calculó hace unos años que la infelicidad de sus empleados le costaba a algunas de las firmas comerciales más competentes de Estados Unidos cerca de 400.000 millones de dólares anuales.
 
Para contener esa hemorragia, muchas compañías que ya se habían tomado muy en serio las tácticas del branding que el popular rey del marketing, Tom Peters, explicó en libros como En Busca de la excelencia, Nuevas organizaciones en tiempos de caos o El meollo del branding, donde sentenciaba que lo que singulariza a una marca comercial son sus activos intangibles y que “la pasión es la materia prima de los negocios”, ahora empiezan también a creerle cuando dice que ningún negocio puede hacerse grande si no consigue “establecer expectativas razonables y claras para sus empleados y garantizarles la autonomía necesaria para que puedan hacer aportaciones directas a su trabajo”. De forma muy gráfica, Peters sostiene que el epitafio más triste que se puede poner sobre la tumba de cualquiera, es este: “Podría haber hecho cosas realmente fantásticas... pero su jefe no se lo permitió”.
Los Premios E&E a la Innovación en Recursos Humanos, que recientemente han celebrado su novena edición, dan un indicio de por dónde van las cosas: DHL se llevó uno por fomentar la identificación de sus trabajadores con la compañía invitándoles a debatir y gestionar cinco proyectos de expansión; Philips Ibérica, porque puso en marcha, en el verano de 2010, las Recognition cards, un sistema orientado a motivar a sus mejores profesionales con unos puntos que podían canjear por diversos productos de la marca; o la propia R, donde trabaja Santiago Vázquez, por haber desarrollado un modelo de felicidad en el trabajo que, entre otras cosas, ordena aumentar o reducir los incentivos variables de los jefes de cada departamento según el clima laboral que logren establecer en él. El porvenir está en manos de todos aquellos que sean capaces de darle la vuelta a la fatalidad y conseguir que las espinas estén llenas de rosas.
Eduard Punset, autor de libros como Viaje al optimismo o Excusas para no pensar y conductor del programa Redes, ha defendido que “la felicidad de los empleados debe ser un objetivo primordial de las empresas” y que estas “tienen que aceptar que la gente controle parte de los procesos en que está inmersa, para que así pueda desarrollar sus cualidades innatas”. Pero añade ahora que, en su opinión, tampoco suelen vivir bien aquellos que consideran el trabajo su centro de gravedad: “Los estudios más serios sobre las dimensiones de la felicidad coinciden en no identificar el trabajo como una de sus fuentes básicas, porque antes que eso están las relaciones personales, el control de la propia vida e incluso los niveles de renta. Y las investigaciones más recientes en el campo de la neurología ponen de manifiesto la necesidad de conciliar entretenimiento y conocimiento: es preciso entretener para enseñar. Lamentablemente, muchas universidades no han asimilado todavía este principio, y el mundo corporativo está todavía más lejos de practicarlo. De todos modos, la actual dicotomía entre trabajo y felicidad desaparecerá a medida que se cambien los esquemas de la revolución industrial por estrategias menos fundamentadas en los conocimientos académicos y más en la creatividad”.
Sin embargo, como advierte una vez más Jean Delumeau en El miedo en Occidente, “cuando las personas están asustadas corren el riesgo de disgregarse, su personalidad se cuartea y su sensación de estar adheridas al mundo desaparece”; así que ¿cómo se pueden combinar, en estos momentos, la búsqueda de la felicidad en el trabajo y el pánico a perderlo, en medio de esta crisis y justo después de la última reforma laboral? “No dejándose vencer o intimidar por el miedo”, concluye Punset. “El miedo ha sido evolutivamente la mayor amenaza de la felicidad, a la que he definido como la ausencia del miedo”. El problema es cuando ese estado de alarma pasa de ser individual a ser colectivo. Delumeau lo resume con una pregunta inquietante: “¿Las civilizaciones pueden morir de miedo, como las personas?”.
¿Existen trabajos capaces de hacer felices por sí mismos a las personas que los desempeñan? Según un sondeo recién llevado a cabo por la Universidad de Chicago y publicado por la revista Forbes, las 10 ocupaciones más gratificantes que existen son, por este orden: cura, bombero, fisioterapeuta, escritor, profesor de educación especial, maestro de escuela, artista, psicólogo, agente de ventas e ingeniero. El novelista Gustavo Martín Garzo, a punto de publicar Y que se duerma el mar, está de acuerdo con que su profesión esté en ese inventario, porque reconoce disfrutar escribiendo, lamenta que eso no les ocurra a demasiados profesionales y piensa que “habría que recuperar la noción del trabajo gustoso, como lo llamaba Juan Ramón Jiménez. Estar en paro es un drama tremendo, incomparable, pero también es una pena que tanta gente que sí trabaja piense más en lo que saca de su oficio que en lo que le puede dar. Antes muchas personas amaban su trabajo, por modesto que fuera, y eran felices al entregarlo bien hecho, pero ahora vivimos un tiempo de prisas y de chapuzas, en el que solo importa la rentabilidad. Esa es la llave de este asunto: hacer las cosas de cualquier manera no puede hacer feliz nada más que a un sinvergüenza; hacerlas bien, puede hacer feliz a una persona honrada”.
Finalmente, nos hemos preguntado quién podría ser la persona más feliz de España con su trabajo, y la respuesta, a todas luces, solo podía ser una: Vicente del Bosque, el entrenador amable que nos ha hecho campeones del Mundo y de Europa. Así que cómo acabar este artículo sin preguntarle.
—¿Es usted feliz con su trabajo, seleccionador?
—Bueno, la felicidad es propia de la infancia, y ser futbolista profesional, como yo lo fui tantos años, es ir estirando la infancia todo lo que se puede, seguir jugando hasta que la diversión se convierta en oficio. Luego, los que nos hacemos entrenadores llevamos todo eso un poco más allá todavía. Imagino que las dos mejores razones que uno puede tener para sentirse contento con lo que hace son sentirse un privilegiado y notar que te quieren. Y a mí me pasó eso antes y me sigue pasando ahora. Un futbolista de élite es un elegido, alguien que logra estar entre los pocos que consiguen lo que muchos querrían, y yo creo que casi todos los niños sueñan con ser estrellas, llegar a Primera División, ser internacionales… todo eso. Así que cuando yo lo era, claro que me sentía feliz. Y ahora, con los éxitos que hemos podido tener en la selección, pues también estoy contento por haber logrado nuestros objetivos, porque nuestra tarea haya tenido esa recompensa y porque siento todo el afecto que la gente me da, así que de nuevo se puede decir que tengo suficientes razones ser feliz en mi trabajo, dicho sea con toda la moderación que le impone a uno la edad, por supuesto.
—Y si no hubiera sido futbolista y entrenador, ¿en qué otro trabajo cree que podría haber sido feliz?
—Seguramente de maestro. De hecho, tenía esa otra vida en la recámara, por así decirlo, porque estudie Magisterio. Enseñar es bonito, ir formando a los chicos, ser uno de esos profesores que dan todas las asignaturas: matemáticas, lengua, historia. Tampoco es tan diferente a ser entrenador.
Así que érase dos veces un hombre feliz. ¿Cuántos de nosotros podríamos decir, al menos, la mitad de eso?

2 comentarios:

Juan Jo dijo...

Más importante que hacer lo que nos gusta es tratar por todos los medios de que nos guste lo que habitualmente tenemos que hacer. O como decía León Tolstoi, el secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace. En cualquier caso, en lugar de echar en falta la felicidad cuando se pierde es mejor valorarla en lo mucho que vale cuando se disfruta de ella. ¡Es tan frágil!
Leer a Benjamín es una forma de ser feliz.

Sonia Betancort dijo...

Hacía mucho que no me pasaba por aquí, es refrescar la mirada. Cómo me sorprende la versatilidad de Benjamín... O no. La verdad es que conozco pocos intelectuales tan abiertos, ecuánimes y reveladores. Poéticas del fúlbol, libros, rizoma de autores, disfrute de estéticas. Lo que escribe es siempre una forma de la felicidad. Un abrazo grande y gracias!!!