En el mes Tour guiño un ojo al ciclismo, y a un gran campeón español, Alberto Contador. Pero no dejo de lado los escritos de Benjamín Prado, de hecho me valgo de uno del año 2003. Pero en vez de quedarme con la política, que en definitiva es el epicentro del texto, me quedo con la primera parte del simil, con esa "carrera de buitres", describiendo una de las "hazañas" del ciclista americano. Escribía ayer el mejor cronista de ciclismo, Carlos Arribas, de la etapa previa, que Armstrong desató el Tour "de las alianzas raras, el de los campeones soberbios, el de las traiciones que dividían a las aficiones en bandos irreconciliables". Como dice Prado, "Ojo por ojo, ésa es la cuestión".
Ojo por Ojo.
Benjamín Prado. El País. 24/07/2003
Primero vio lo que todo el mundo había visto y luego oyó lo que todo el mundo decía. Tuvo la sensación de que una cosa y la otra no concordaban, pero como nadie parecía pensar como él -al menos en público-, él empezó a pensar de otro modo. Y entonces es cuando se le ocurrió. "Igual que en el Tour", se dijo, "claro que sí, lo vamos a hacer igual que en el Tour. Ojo por ojo, ésa es la cuestión". La persona que se dijo a sí misma esa frase era un alto cargo de un partido de izquierdas, y el día antes, como les digo, había visto por televisión la etapa del Tour en la que el ciclista estadounidense que iba en cabeza de la carrera se cayó y su máximo rival decidió esperarlo, para no aprovecharse de su accidente. Supongo que lo recuerdan, pero por si alguien no lo vio, la secuencia es, más o menos, ésta: el líder, Lance Armstrong, se va al suelo y su adversario, el alemán Jan Ullrich, en lugar de valerse de ello, aguanta a que el otro se levante, vuelva a montar en su bicicleta y salga otra vez a la carretera. Un poco más allá, el líder hace un cambio de ritmo feroz que no puede seguir su contrincante, y gana la etapa. En la línea de meta, los dos le quitan importancia a lo ocurrido y recuerdan un episodio de hace un par de años en que ocurrió exactamente lo mismo, sólo que al revés: Ullrich cayó y Armstrong lo esperó. Sin embargo, unos días antes, el español Beloki, otro de los candidatos a la victoria final, también cayó justo delante de Armstrong, como éste había caído justo delante de Ullrich, pero el estadounidense lo esquivó y siguió pedaleando, porque a Beloki no le debía ningún favor. "Ojo por ojo", piensa nuestro protagonista, "qué raro, estos tipos confunden la caballerosidad con la justicia".
Pero eso no era justicia, era un negocio privado entre Armstrong y Ullrich, un préstamo o una inversión: te cambio mi cortesía por la tuya. Al día siguiente, sin embargo, la prensa destacaba de forma unánime la elegancia de los dos deportistas y elogiaba el ataque todopoderoso de Armstrong y su triunfo. Nadie dijo nada de Beloki. En ese momento, precisamente en el momento de leer los diarios y ver que la reputación de Armstrong se había multiplicado por dos, fue cuando a nuestro protagonista se le ocurrió aplicar lo ocurrido en el Tour a lo ocurrido en la Comunidad de Madrid tras la traición de la cosa Tamayosáez, el tránsfuga de dos cabezas y ningún corazón. "Si vale para una carrera de ciclistas", se dijo, "¿por qué no iba a valer para una de buitres".
La idea era la siguiente: ojo por ojo, la única forma de neutralizar a dos canallas es con otros dos canallas, de manera que tenemos que crear dos miserables, infiltrarlos en el PP y devolverle la moneda a estos miserables. ¿Cómo se construye a un canalla? A nuestro protagonista se le ocurrió que lo mejor sería utilizar a dos niños: sería más lento, pero más seguro. Educarían a los niños en la más absoluta falta de principios, enseñándoles a ser marrulleros, egoístas, desalmados y mentirosos: cada vez que le robasen un juguete a otro niño, le hicieran cargar con una culpa que no era suya o le pusiesen una zancadilla, les darían un premio. Cada vez que aprobasen un examen copiando, se llevarían un regalo. Cada vez que se dejaran sobornar, les comprarían un helado. Cada vez que delataran a un compañero, les llevarían al cine. Que nunca sepa nadie lo que pensáis, les recomendaron. No olvidéis que el único amigo que merece la pena es ése al que merece la pena traicionar.
Nuestro protagonista empezó a tomar notas, estructuró su plan, incluso hizo una selección de presuntos candidatos a monstruo entre los hijos de algunos de sus camaradas. "Se van a enterar", pensó, "no sé cómo no se nos había ocurrido antes, aquí lo único que importa es el ojo por ojo; si vale para ellos, por qué no iba a servirnos a nosotros, qué tienen que ver los ideales con todo esto. Hablarán de mí como de un héroe, igual que hablan de Armstrong". Así fue elaborando un informe y una estrategia. Anteayer la llevó a la sede de su formación política y la dejó sobre la mesa de sus superiores. Ayer le echaron de su partido. Hoy, según se dice, se ha pasado al Partido Popular. "Aquí cabe todo el mundo", le dijeron, "nosotros estamos abiertos a todo. Eso es la democracia".
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