La ruta de los embargos
Por Benjamín Prado. El País.
Como la crisis había metido la cuchara en su cuenta del banco y se le había comido todos los ahorros, Juan Urbano no tenía presupuesto para irse de vacaciones, como tanta gente, porque todas las playas del país estaban a más euros de distancia de los que él podía soñar, de modo que su plan era hacer turismo en su ciudad, Madrid, que con el calor que hace es como querer bailar El lago de los cisnes mientras te pegan con una pala en los dedos de los pies.
Además, él ya era una persona que se movía mucho por la ciudad el resto del año, y ni la Casa de Campo, por donde va a correr todos los fines de semana, ni el parque del Oeste, que es el lugar de sus paseos diarios siempre que no llueve, ni las salas del Museo del Prado o el Reina Sofía tienen secretos para él. Y el estadio Santiago Bernabéu está cerrado. ¿Qué hacer? Podría llamar a algún pariente con piscina y sin nada de lo que hablar, desde luego, pero eso le haría sentirse como quien va a resguardarse del bochorno a la sección de congelados. Y entonces se le ocurrió.
Había visto hacía poco la noticia de que una cosa llamada Círculo Financiero Internacional había tenido la brillante idea de poner un autobús que hacía lo que habían decidido llamar "ruta de los embargos", que es un viaje de turismo inmobiliario en el que los pasajeros buscan ofertas, ven casas cuyo precio en algunos casos está rebajado, según dicen los promotores, hasta un setenta por ciento. Con su cámara de fotos al hombro y una calculadora en la mano, los interesados recorren la ciudad y avistan algunos de los seiscientos inmuebles que dicen tener en su lista los organizadores de este safari urbano, que no se sabe bien si pretenden pescar por libre en el río revuelto de la economía o trabajan para alguno de los bancos que, a estas alturas, empiezan a estar desesperados porque los pisos no les caben en las cajas fuertes y porque, sin duda, mientras las hipotecas con que ataban a los demás empiezan a enredárseles a ellos mismos en las piernas, deben de sentirse como un cazador que ha metido el pie en su propia trampa.
Algunas entidades, como Caja Madrid, a través de su división inmobiliaria, Cismisa, y el Santander, ya venden y subastan propiedades por su cuenta, rebajadas alrededor de un cuarenta por ciento del precio que alcanzaban hace no muchos meses.
Tienen trabajo, porque en Madrid se calcula que en estos momentos hay unos sesenta mil pisos sin vender, la morosidad se ha triplicado en un año y la distancia entre las palabras "cementerio" y "cemento" es cada vez más corta. Y mucho más real que la que hasta hace no demasiado querían hacernos ver que existía entre usura y seguridad.
Juan Urbano, porque no tenía nada mejor que hacer y porque le gustaría cambiarse a una casa en la que le cupieran los libros, que ahora están por todas partes y lo tienen todo invadido hasta el punto de que algunos se han buscado un hueco en el botiquín del cuarto de baño y otros encima de la nevera, decidió subirse al chollobús, como ya lo han bautizado sus usuarios, y ver qué pasaba. La cosa no le pareció para tanto, porque los pisos eran un timo tan descomunal hasta hace poco, que incluso estando a mitad de precio siguen valiendo el doble de lo que puede pagar una persona normal. Así nos ha hecho vivir esta gente.
Además, a Juan Urbano le producía una gran tristeza esa historia de los embargados, que tal y como ahora se vende parecen ser los malos de la historia, los que no cumplen con aquello que habían firmado previamente. Él lo ve justo al revés y cree que esas personas fueron antes las víctimas de la ambición desmesurada de los bancos y ahora lo son de la incapacidad de los políticos para tomar las riendas de la crisis y hacer lo que nunca hacen porque jamás tienen dudas a la hora de elegir entre ideología y negocio, que es regular los precios, impedir la voracidad de los constructores y las entidades financieras, y construir vivienda pública suficiente. Lo que él veía en los pisos embargados eran vidas paradas, proyectos a los que les han quitado las llaves. Y en lugar de todo esto, en lugar de los pisos, ¿no podían los bancos rebajar las hipotecas un cincuenta por ciento? Igual así algunos podrían seguir pagándolas. Es la economía, estúpidos.
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