Benjamín Prado defiende que en esta vida hay dos privilegios "haber pagado la hipoteca, y ser escuchado". Él cada jueves disfruta del segundo, en las páginas de El País, y por eso también cree que ya que te están escuchando debes aprovecharlo para contar algo, para implicarte con lo que cuentas. Predica con el ejemplo...
Se veía venir, porque a España se le habían metido demasiados patriotas en el mismo traje y porque con tanto querer que los pantalones de la Constitución le sigan quedando bien al mismo tiempo a Fraga y a Carrillo, al final la tela se ha rasgado, el forro se ha desprendido y se han abierto todas las costuras, tanto las de las chaquetas nuevas como las de las camisas viejas. No hay más que ver al PP votando con ERC en el Senado, no se sabe si porque creen que las siglas de esa formación son la abreviatura de España Regia y Católica o porque están maquiavélicos perdidos y piensan que el fin justifica los medios, los miedos y las medias tintas. En consecuencia, que se han puesto a romper España, sin duda cegados por lo que Manuel Azaña llamaba "el brillo lacerante y enloquecedor del momento", y que sus rivales se frotan las manos con tanto entusiasmo que algunos parecen moscas con un ataque de ansiedad. Ahí está, por ejemplo, el presidente Zapatero, que ha venido a decir que, para fastidiar al Gobierno, el líder de la oposición sería capaz de encerarle la calva a la momia de Lenin usando como trapo la bandera nacional. O a la vicepresidenta De la Vega, que impulsada por el espíritu navideño que es propio de esta época ha llamado a Rajoy ni más ni menos que "Herodes presupuestario", convirtiéndolo así en la figura más antipática del Belén. O, sin ir más lejos, al ministro de Sanidad y Consumo, Bernat Soria, que acusa a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, de querer "romper el país" a base de hacer campañas de vacunación "a su aire", sin darse cuenta de que esas cosas hay que unificarlas y se deben llevar a cabo a la vez en todo el territorio español para que sean eficaces, "porque los virus no entienden de fronteras, no saben dónde se acaba la Comunidad de Madrid y dónde empieza Castilla La-Mancha", cosa que él debe de saber porque es un científico que sólo a fuerza de estudiar Biología Molecular y Medicina Regenerativa se regeneró en político, lo cual le permite reprocharle a Aguirre que después de quejarse tanto de que "Cataluña y el País Vasco van a la suya", resulta que al final "quien rompe el país es ella".
Juan Urbano es de los que saben que cuando cambia el viento cambian de dirección todas las banderas, pero aún así, qué raro ver a los conservadores pintándose de morado la mano para irse por ahí de presupuestos con los mismos que, según ellos, rompen España cada día, mientras desayunan huevos revueltos con gaviotas. Eso sí que es ponerle una vela al diablo y otra a Dios, los senadores del Partido Popular silbando la sintonía de Ezquerra Republicana de Cataluña en la Cámara alta y Esperanza Aguirre inaugurando el Nacimiento de la Real Casa de Correos.
Eso sí, mientras las vacunas de Madrid se llenan de virus ideológicos y sus agujas se vuelven lanzas, las Urgencias de los grandes hospitales de la ciudad siguen colapsadas, según denuncian los profesionales del Ramón y Cajal, el 12 de Octubre y el Gregorio Marañón, que se quejan de tener cada vez menos medios a su alcance para combatir la avalancha de pacientes que arrastra el invierno. La causa es conocida en su superficie, pero también se sospecha lo que hay en su fondo: por una parte, parece obvio que la apertura de los ocho hospitales nuevos de la región se ha llevado a cabo por el proceso de desvestir a un sanitario para vestir a otro, puesto que para abastecer de personal los centros de Majadahonda, San Sebastián de los Reyes, Coslada, Valdemoro o Parla se han reducido las plantillas de los sanatorios que ya existían. Por otro lado, la mayor parte de la gente piensa que la destrucción de la sanidad pública es uno de los grandes objetivos del actual Gobierno de la Comunidad de Madrid, a cuya presidenta le priva privatizar.
Juan Urbano se fue a casa, no fuera a ser que España se rompiese justo por donde él estaba y acabase en una zanja. Se sentó cerca de una ventana, para ahorrar luz, y volvió a abrir el volumen VI de las obras de Manuel Azaña, que acaba de publicar la editorial Taurus, por donde lo había dejado la noche anterior. "La autonomía no es violar los límites del Estado", le dijo el antiguo presidente de la República, como si en lugar de haber muerto en el 39 acabara de salir del Senado. Luego, Juan se abrigó, no fuera a resfriarse y tuvieran que ponerle una de esas vacunas que vaya usted a saber lo que pueden llevar dentro y, sobre todo, debajo.
1 comentario:
Qué buenísimo artículo, muy muy acertado.
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