martes, 12 de junio de 2012

Una de cultura

Solo con ver la foto en miniatura de la entrevista...
apetece hincarle el ojo
El pasado sábado Benjamín Prado se volvía a asomar por las páginas que le echaron de su periodicidad pero a las que vuelve de vez en cuando. Esta vez fue la sección de cultura de El País, y Máximo José Kahn y el libro de Mario Martín Gijón sobre su personas quienes centraron el tema. Os dejo con el texto mientras sigo buscando la conversación entre Valdano y Benjamín que publica el número uno de la revista Líbero y que espero tener pronto entre mis manos (Por cierto, mañana pasaros por aquí, que un adelanto os lleváis).

Un personaje robado al siglo XX
Por Benjamín Prado en Cultura de El País


Ninguna historia vuelve a estar completa hasta que se le devuelven los personajes que han desaparecido de ella con el paso del tiempo. Y es fácil intuir que unos acontecimientos tan llenos de ángulos y bifurcaciones como los que dieron lugar a la II República, la Guerra Civil y la diáspora del exilio tuvieron que tener más actores de los que caben en el cartel de la obra. Uno de ellos es Máximo José Kahn, nacido en 1897 en Fráncfort de Meno, la ciudad con mayor índice de ciudadanos judíos de toda Alemania, y muerto en Buenos Aires, en 1953 y con un pasaporte de ciudadano español en el bolsillo. Sus tres pasiones fueron el judaísmo, España y la literatura, y supo hacerlas compatibles muy pronto, a los 24 años, cuando se trasladó de Berlín a Toledo y empezó a colaborar en La estafeta literaria de Ernesto Giménez Caballero como corresponsal de la literatura alemana, igual que hacía de cronista de la actualidad cultural española en el semanario Die Literarische Welt. Lo primero sirvió para que se empezase a hablar aquí de Thomas Mann, Rilke o Kafka, y lo segundo para que se tuvieran allí noticias de los libros de Gómez de la Serna, Benjamín Jarnés, Ayala o Lorca, que era su gran debilidad. Kahn era en esos años escandalosamente subjetivo, tendía a decir barbaridades y, además, tenía dos caras, porque en muchos de sus textos sobre España publicados en Berlín, la imagen que da de nuestro país es bastante despectiva. Pero todo eso cambió con la llegada del nazismo y la sublevación de 1936, y Kahn terminó avergonzándose de su país antisemita y orgulloso del nuestro, que con tanto heroísmo sin esperanzas combatía al fascismo. En La patria imaginada de Máximo José Kahn, Mario Martín Gijón hace un completo inventario de la vida y trabajos de este intelectual que fue amigo íntimo de Rosa Chacel y Juan Gil-Albert, compartió los dorados años veinte y treinta con los poetas y narradores de la generación del 27; defendió la República, denunció infatigablemente el antisemitismo de Franco y ocupó puestos diplomáticos menores; y que tras la derrota tuvo que exiliarse, pasó por el campo de concentración de Kashba Tadla, en Marruecos, y después por Nueva York, México, donde se hizo muy amigo de Octavio Paz y Elena Garro y, finalmente, Argentina, donde publicó las novelas Año de noches y Efraín en Atenas. Persiguiendo a este personaje casi desconocido, el lector aprende cosas nuevas sobre lo ya conocido, y ésa es una de las virtudes de esta obra, publicada por Pre-Textos. Renacimiento, por su parte, recupera uno de los títulos del propio Kahn, Arte y Torá, donde dio rienda suelta a su pasión por el judaísmo sefardita. En él se juntan, eso sí, erudición y delirio, dadas sus teorías sobre el origen judío de casi todo, desde la fiesta de los toros, que justifica relacionando, por ejemplo, las esculturas de Guisando con el mito del Becerro de Oro, hasta los nombres de nuestras ciudades: el de Cádiz, según él, viene de la palabra hebrea kades, sagrado. El apasionado Kahn sostiene que los judíos deben afirmar su condición de pueblo elegido, porque “si fueran hombres como los demás, no se les perseguiría”; pero también les exige un camino de perfección: “No sólo hay que creer en Dios, sino merecer que él crea en nosotros”. Es la obra de un hombre de fe, y por lo tanto tiene tanta emoción como falta de equilibrio, como todo lo que no busca la imparcialidad. Y es, junto con la biografía de Martín Gijón, una buena oportunidad para recuperar la historia de este hombre y reconstruir algunos hechos olvidados de los años maravillosos y terribles que le tocó vivir.

1 comentario:

Marta Ávila dijo...

Me gusta esto: "No sólo hay que creer en Dios, sino merecer que él crea en nosotros”. ¿Qué hubiera ocurrido si todas las energías que los hombres han derrochado ante Dios las hubieran encaminado para el propio género humano y lo hubieran hecho sin un gramo de hipocresía o doblez...?