jueves, 27 de agosto de 2009

Fin de fiesta

El aire trae aromas de fin de fiesta, la península ibérica vuelve a hacerse cóncava y la población cae al centro, se retira de las orillas para dejar sitio al mar, que vuelve a bañar las playas. Los corticoles, el fútbol, las colecciones y las noches a las 21:00 nos recuerdan que todo lo que llegó, pasa. El nuevo año comenzará en breve, y seguiremos leyendo y escribiendo y disfrutando, como cada jueves, de los textos de Benjamín.

El de hoy, imprescindible...

Parques públicos privados, TDT gratis de pago
Por Benjamín Prado. El País.

Como a este último jueves del verano ya se le ve septiembre al fondo, con sus colegios, sus autobuses y sus oficinas encendidas, Juan Urbano dice que empieza a notar que se le acercan las noticias, que ya están saliendo de detrás de los titulares, en su periódico, y lo miran fijamente, dispuestas a saltar sobre él y a darle un zarpazo a su vida. Todo cambia cuando cambia el tiempo, tanto en el clima como en los horarios, y uno deja de sentirse libre para volver a sentirse perseguido. Los despertadores son los depredadores del sueño.
La palabra vacaciones es una cifra exacta, con sus diez letras justas, mientras que la palabra trabajo tiene siete, una para cada día de la semana, y gran parte de ellas son violentas, la te, la erre, la jota... Pero qué le vamos a hacer si la rueda gira hacia ese lado, mejor entrar a ciegas en el nuevo curso, sin hacerse demasiadas preguntas y tratando de no caer en el síndrome del regreso, que hace que algunas personas pisen arenas movedizas al pisar el asfalto de la ciudad y otras se encuentren perdidas del modo en que lo están quienes no saben dónde ir: cuando no sabes a qué puerto dirigirte, qué más da de dónde venga el viento, dice una sentencia marinera. Y cuando digo algunas personas, quiero decir muchas, todas esas que podrían haber dicho exactamente lo mismo que Bob Dylan cuando le han propuesto comprarle la voz para usarla en un GPS: "No creo que sea la persona indicada para orientar a nadie, yo que siempre acabo en la Avenida de la Soledad".

¿He dicho comprarle la voz? ¿Es que eso es posible? "Pues claro", responde Juan Urbano, "cuando las sociedades caen en las manos que caen, todo se vende, se alquila o se privatiza, como va a hacer de nuevo la Comunidad de Madrid, que en esta ocasión ha sacado a concurso una zona verde de Valdebernardo, 100 hectáreas que va a explotar alguna empresa durante 40 años, es decir, un franquismo entero y dos de propina, y en las que hay 30.000 metros cuadrados edificables, en los que se puede construir desde un hotel hasta un centro comercial, con sus cines y sus restaurantes de comida incomestible. ¿No es increíble? Dentro de poco, para entrar al Retiro o al Parque del Oeste habrá que sacar una entrada".

Como puede verse, Juan Urbano ya ha regresado a la realidad y sus huellas sobre la arena de la playa se las han llevado las olas. Y, desde luego, la realidad sale cara cuando vives en un lugar donde la única moral es la economía y el único plan la voracidad, con lo cual todo está encaminado a dejarte la cuenta a cero mientras te sonríen, desde la TDT gratuita sólo que de pago hasta los parques públicos sólo que privados.

Y el caso es que de algunas y algunos, como diría uno de esos políticos que confunden la demagogia con la ideología, ya te lo esperabas, y al menos te ahorras la sorpresa; pero de otros, no. O sea, que podría decirse que con esos te pasa lo que en julio le pasó con el propio Bob Dylan al policía que se asomó al coche patrulla donde lo acababa de meter una compañera, para ver si era él. La agente lo había detenido cuando lo vio merodeando solo por una calle desierta, pensando que se trataba de un vagabundo, y aunque él le dijo quién era y que estaba por allí para dar un concierto, como no llevaba ninguna documentación encima y su aspecto no debía de ser el de alguien que va a cenar a la casa del presidente, la mujer lo metió en su vehículo, pidió refuerzos y cuando el segundo guardia llegó, echó un viztazo por la ventanilla y dijo: "Eso no es Bob Dylan". Pues aquí igual, que miras hacia la Puerta del Sol y no ves nada que no esperases ver, pero miras hacia La Moncloa y dices lo mismo, aunque de momento sea en forma de pregunta: "¿Es él?".

Empieza el juego, pero las reglas han cambiado, tanto si vas hacia la derecha como si vas hacia la izquierda. O, por decirlo de otro modo: si quieres ver la televisión, tendrás que pagar; y si quieres pasear por un parque, también. Pura matemática.

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