lunes, 28 de noviembre de 2011

Leña al árbol

Algún lunes tenía que ser. Una buena noticia en el periódico. Un gran artículo, por extensión y por calidad. A la que nos tiene acostumbrados Benjamín, hoy en página doble. Reflexión sobre la felicidad desde la infelicidad. Aquí queda:

Hacer leña del árbol caído, ¿El deporte nacional?
Por Benjamín Prado en El País
Al final de un combate siempre hay tres tipos de espectadores posibles: los que aplauden al ganador, los que se apiadan del vencido y los que celebran su derrota. En un mundo tan veloz como el nuestro, donde la continua necesidad de cambios y novedades vuelve provisional cualquier prestigio, hace mucho tiempo que esa parte del público, la que prefiere festejar la caída de los ídolos a su ascenso, es la más numerosa. Para comprobarlo, sólo hay que ver los índices de audiencia de todos esos programas de televisión que hablan de carreras echadas a perder, estrellas venidas a menos, matrimonios rotos o fortunas dilapidadas. La exhibición del fracaso, sin embargo, es un buen negocio para la prensa rosa o amarilla y un mal camino para nosotros, porque nos convierte en coleccionistas de naufragios, en oscuros visitantes de las ruinas. ¿Por qué despierta tanta curiosidad la ceremonia de la decadencia? ¿En el siglo XXI asistimos al declive de las celebridades y a la comercialización de sus problemas como en el XIX se iba a los circos a ver al Hombre Elefante, a la Mujer Liliputiense o a la caravana de personas insólitas que protagonizaron la película La parada de los monstruos, de Tod Browning, el Esqueleto Humano, las Niñas Siamesas, el Torso Viviente o el Hermafrodita? Da la impresión, al menos, de que consideramos a la mayor parte de los que triunfan unos impostores y, en consecuencia, nos gusta que se los desenmascare y humille en público, tal vez porque creemos que su castigo, de alguna forma, nos purifica y nos iguala a todos. Luego, sólo hay que mezclar a Albert Camus con Oscar Wilde para estar de acuerdo con el primero en que "es más fácil lograr la fama que merecerla" y con el segundo en que "un tonto nunca se repone de un éxito". No hay perdón para quienes no saben estar a la altura de las cimas a las que han llegado.

"Creo que el motor de todo esto es el resentimiento", dice el filósofo Gustavo Bueno, que es autor, entre otros muchos libros, del ensayo Telebasura y democracia. "En España el éxito se admira, pero no se perdona, probablemente porque somos muy orgullosos y como en la admiración hay casi siempre un punto de acatamiento, sentirla por alguien nos llena de rencor hacia él. No hay más que ver con qué ferocidad tratamos a los expresidentes del Gobierno, que sólo se diferencian de Luis XIV en que a ellos no les cortamos la cabeza".

¿Es entonces nuestro país especialmente cruel con sus compatriotas más sobresalientes? La escritora Elvira Lindo también cree que sí: "Los españoles tenemos un problema con el éxito. Aceptamos mal no ya el dinero ajeno, sino casi diría que el bienestar ajeno. Es algo cultural y supongo que tiene raíces religiosas. Aquí cuando se tiene algo es mejor no enseñarlo ni hacer ostentación de ello. Le tenemos miedo a la envidia y a que esa envidia nos estropee los buenos momentos. Por eso veneramos a los ídolos caídos. Cuando una persona está en lo alto ayudamos a derrumbarla, y hay una cierta propensión al linchamiento. Eso sí, cuando esa persona está totalmente caída, nos vuelve a caer bien, le perdonamos los errores pasados y la comprendemos".

Resulta inquietante darse cuenta del modo en que le da la razón el epitafio que hizo poner en su tumba el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela: "Si queréis los mayores elogios, moríos".

El director de cine Agustín Díaz Yanes comparte con preocupación esas teorías: "La verdad es que si sumamos las opiniones de Gustavo Bueno y Elvira Lindo, sale un retrato bastante siniestro, que viene a decir que vapuleamos a todos los expresidentes menos a Adolfo Suárez, porque de él ya se ocupa el alzhéimer. Por eso, antes le llovían las críticas a derecha e izquierda y ahora se ha ganado el respeto general. Como modelo de comportamiento da pánico: significa que las únicas estatuas que nos interesan son las que terminan arrancadas de sus pedestales y pateadas por el pueblo, como la de Sadam Hussein en Bagdad. Sólo que en nuestro caso no se hace para celebrar la caída de un dictador, sino para que paguen nuestros platos rotos personas cuyos dos únicos delitos, en muchos casos, son o haber dejado de tener éxito o tener demasiado".

Por suerte, nada de eso ocurre sólo en España. En Estados Unidos, por ejemplo, la policía acostumbra a utilizar a los personajes populares para hacerse publicidad, difundiendo sus fotos en comisaría cuando los detienen y son fichados. Algunas de esas imágenes, en las que se ve a David Bowie, Jim Morrison, Frank Sinatra o Jimi Hendrix bajo arresto, son legendarias, como la de Jane Fonda levantando el puño ante la cámara, tras ser acusada de tráfico de drogas y resistencia a la autoridad, sin duda para asustarla y que dejase de encabezar manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Y la tradición sigue ahora con los actores Keanu Reeves, Carmen Electra, Robert Downey, Hugh Grant o, entre otros muchos, Lindsay Lohan, a quién los jueces sentenciaron a pasar su libertad condicional trabajando en un tanatorio de Los Ángeles, donde pronto tocaron a tres paparazzis por cada coche fúnebre.

En el deporte, donde tanto los medios de comunicación como los aficionados tienden a exaltar los triunfos y dramatizar las derrotas, la muchedumbre parece rugir de placer viendo a Diego Armando Maradona caer desde su mito al lodo; o escuchando al boxeador Myke Tyson decir que está sin blanca, cuando antes gastaba miles de dólares en alimentar a los dos tigres que tenía como mascotas; o contando los torneos que ya no gana y los patrocinadores que abandonan al golfista Tiger Woods, tras acusarle su esposa de un kilómetro de infidelidades. En España, la sombra de la sospecha también se alimenta de oscuros titulares cuando campeones del nivel del ciclista Alberto Contador o la atleta Marta Domínguez son acusados de dopaje. Los dos se han quejado de ser víctimas de uno de esos linchamientos a los que se refería Elvira Lindo. "Me pongo a pensar y me parece increíble que se me haya hecho un juicio público de esa clase, lleno de comentarios gratuitos y malintencionados por parte de personas que parecían querer que me sancionaran y acabasen con mi carrera para poderlo contar", ha dicho el ganador del Tour de Francia, el Giro de Italia y la Vuelta a España, cuyo juicio en Lausana, a cargo de la Unión Ciclista Internacional y la Agencia Mundial Antidopaje, se ha seguido como si fuera la escena final de una película de suspense.

Y la corredora, persuadida de que tal vez es precisamente el peso de las muchas medallas que ha ganado lo que tira de ella hacia abajo, considera que se ha visto "obligada a sufrir la pena del telediario", porque hasta que fue exculpada de la acusación de traficar con sustancias prohibidas en la llamada Operación Galgo, "la prensa me trató como a lo peor, mientras que la justicia, en la que confío al cien por cien, me ha declarado inocente".

¿En eso se han convertido los periódicos, las emisoras de radio y, sobre todo, las cadenas de televisión, inundadas de programas donde los colaboradores opinan a gritos y los invitados no se sabe si van a vender su dignidad o a intentar rehacer su castillo con las piedras que le arrojan sus entrevistadores? Más de uno preferiría, tal vez, parecerse a estos versos grandilocuentes de Francisco Villaespesa: "Ni la derrota en mi valor rehúyo... / Mas, antes de rendirme fatigado, / me encerraré en la torre de mi orgullo, / y en sus escombros moriré aplastado". Pero fuera de los poemas las cosas no son tan sencillas.

El cantante Antonio Orozco cree que "el público en general es limpio, es inteligente y es muy generoso, pero parece que en determinadas franjas horarias el deporte nacional no sea el fútbol, sino hacer leña del árbol caído. Y esa gente siempre receta lo mismo, que es la medicina de la desgracia ajena, y lanza un mensaje idéntico: no se preocupen, por mal que les vaya a ustedes, a estos otros les va aún peor. Y a muchos eso les reconforta y les anima. Y otros se aprovechan de ello". No hemos debido de avanzar mucho, a juzgar por lo que se parece eso a lo que cuenta Nietzsche de la Grecia del siglo V antes de Cristo, en su obra El ocaso de los ídolos: "La influencia de Sócrates se basó en su astucia, porque adivinó que su fealdad, sus limitaciones y su decadencia moral hipnotizarían a una sociedad que en todas partes estaba a un paso de la depravación; así que se presentó como un caso extremo de la miseria colectiva, y lo pusieron en un altar". No por mucho tiempo, porque como se sabe, al final lo condenaron a morir envenenándose con cicuta, tras culparlo de cuestionar a los dioses y de corromper a la juventud ateniense. ¿Qué índice de audiencia habría tenido hoy la retransmisión en directo de su suicidio, que desde el siglo XVIII nos hemos tenido que conformar con ver en el cuadro de Jacques-Louis David expuesto en el Museo Metropolitano de Nueva York? ¿Hubiera tenido tantas visitas en Internet como el ahorcamiento de Sadam Husein en Irak?

Porque parece que eso, la cuota de pantalla, lo justifica todo. La pregunta es si la telebasura y sus alrededores manipulan a los espectadores o los obedecen, como cree Gustavo Bueno: "La gente le exige a sus televisores que sean espejos además de pantallas, y que en ellos se representen sus propias frustraciones. Es una ecuación que sirve de terapia: si esos personajes que fueron conocidos y respetados tienen unas vidas tan complicadas y las nuestras no son ni la mitad de difíciles, es que en el fondo no nos va tan mal. Y además podemos desahogarnos con ellos". Queda claro que en este mundo no hay nada más fácil que pasar de aplaudidos a abofeteados.

El presentador Jaime Cantizano cree que "los famosos siempre se han consumido deprisa, y más ahora, que hay muchos más canales de televisión, todos ellos en busca de una exclusiva, y por añadidura también hay una cámara en cada rincón del mundo, en cada teléfono móvil, lo que hace que todo esté a la vista continuamente, con lo cual es muy difícil mantener el misterio. ¿Cómo iba a haberlo, si todo va a Facebook o a Twitter a los cinco minutos de haber ocurrido, a veces porque lo cuelga la gente y a veces porque lo cuelgan los mismos interesados, que a menudo tienen la obsesión de reinventarse, para seguir en la brecha? Ahora, sí que es verdad que en España eso resulta complicado, porque aquí, primero, olvidamos con rapidez y, segundo, tenemos la costumbre de desechar al que tropieza de un modo en que nunca lo harían en EE UU, Inglaterra o Alemania".

"Tengo la impresión", dice el actor Santiago Segura, "de que esa frase nuestra tan célebre de 'virgencita, virgencita, que me quede como estoy', tiene una parte oculta, que es 'y que los demás empeoren'. Es igual que cuando nos reímos al ver a alguien caerse en la calle, o dar un tropezón. ¿Por qué lo hacemos? A lo mejor es porque ver tambalearse a otros nos da sensación de estabilidad. Y con respecto a la tele, es probable que nos cueste poco pasar de las ganas de saber a la simple curiosidad y de ahí al morbo, pero todo se puede hacer bien o mal. Manuel Summers, por ejemplo, hizo un documental buenísimo que se titula Juguetes rotos, donde se cuenta qué pasó con el futbolista Guillermo Gorostiza, el boxeador Paulino Uzcudum o el torero Nicanor Villalta. Y lo hizo como homenaje, no como burla, ni para conseguir que los espectadores se comparasen con los protagonistas y fuesen felices porque salían ganando".

En su reciente libro Historia cultural del dolor, el profesor Javier Moscoso estudia el modo en que la Iglesia y los Estados usaron siempre el arte con fines propagandísticos e intimidatorios, para que los cuadros en los que se representaban tormentos o ejecuciones fuesen instaurando entre la población una "economía del sufrimiento", un "teatro de la crueldad" y un "museo del horror" en los que "el cuerpo, ya fuera el del criminal o el del mártir, estuvo llamado a convertirse en ejemplo".

La exposición de los cadáveres de Gadafi y su hijo en el congelador de una carnicería de Trípoli, reproducida hasta la náusea en todos los monitores del planeta y celebrada por tantos con júbilo, alivio o indiferencia, nos hace pensar que no se equivoca Moscoso cuando dice que "hemos cambiado las sábanas, pero dormimos en camas ajenas nuestros sueños de violencia".

Recién celebradas las elecciones generales, resueltas con la mayoría absoluta del Partido Popular y la deblacle del PSOE, las palabras ganador y perdedor, éxito y fracaso, victoria y derrota están por todos lados, y dada la situación, parece que, esta vez más que nunca, muchos votos han sido menos una apuesta política que un ajuste de cuentas. Algo normal, por otra parte, en el proceso democrático.

La pregunta es cuántas personas van a brindar por el éxito de los que han reconquistado el poder y cuántas por la capitulación, la deshonra o el siniestro total de quienes han tenido que entregarlo, cuyos apellidos se han vuelto sinónimos de hundimiento, catástrofe, decadencia... ¿Miraremos ese proceso con los mismos ojos con los que muchos contemplan los programas de televisión donde los contertulios, que con frecuencia actúan como una especie de Santa Inquisición por lo civil o Tribunal Supremo de andar por casa, se ensañan con los personajes de los que hablan, siempre con la moral cargada de cuchillos y en busca de lo vergonzoso, lo obsceno, lo inconfesable?

En uno de ellos, la entrevista a la madre de uno de los imputados por el asesinato de la joven Marta del Castillo ha provocado una reacción tan indignada de los ciudadanos y de los familiares de la víctima, que varias empresas han decidido retirar su publicidad del espacio. Pero también es cierto que esas declaraciones, por las que al parecer se pagaron diez mil euros, fueron seguidas por casi dos millones de espectadores.

"Vivir es ver volver", dijo Azorín. Es una gran frase, llena de inteligencia y melancolía, pero muy fácil de envenenar: sólo hace falta sustituir volver por perder para que se transforme en un pensamiento siniestro.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Noche de fútbol en Madrid

Benjamín Prado es madridista por devoción. Una característica que no será motivo de loa para todos, pero que agradecemos porque eso quiere decir que el fútbol es una de sus preocupaciones, y por lo tanto uno de sus temas para sus artículos. Hubo un tiempo que escribía crónicas sobre fútbol, y desde que abrimos el blog, allá por el 2008 nos ha dejado interesantes textos sobre este deporte. Por eso, hoy, que el Real Madrid y el Atlético de Madrid, los dos mejores equipos de la ciudad, se enfrentan en el llamado derbi, he desempolvado un texto del año 2003 en el que Benjamín habla de fútbol, y aprovecha para, independientemente del diseño de la camiseta, sacarle los colores a todos los equipos, que apoyan a los violentos que acuden al fútbol a amedrentar y a mostrar su violencia.

Creo que en este tema sí se ha avanzado algo en estos 7 años. Creo que cada vez hay menos y que algunos equipos han dejado de mirar para otro lado. Pero aún quedan energúmenos. Benjamín los denunciaba así:

Madrid - Atlético
Por Benjamín Prado. El País. 16/01/2003

Puedes impedirle a alguien que robe, pero no que sea un ladrón, dice en uno de sus libros el escritor austriaco Arthur Schnitzler, y por desgracia uno puede confirmar la veracidad de esa frase dos o tres veces por día, sólo hace falta cambiar ladrón por canalla, mentiroso, idiota o criminal y el aforismo vuelve a ser cierto. Sin embargo, no hay por qué quedarse nada más que con la segunda parte de la sentencia, con su mitad desesperanzada, y olvidar la primera, porque en ese cincuenta por ciento de lo que dice el autor de El teniente Gustl están contenidos los principios de la ley y el orden, que no tienen nada que ver con lo que piensan de ellos los reaccionarios, quienes entienden la justicia únicamente como una máquina de represión, un ajuste de cuentas. ¿Qué es más importante, castigar un delito o evitarlo? Sería una pregunta sencilla, si no fuera por la cantidad de presidentes del Gobierno y ministros del Interior que la contestan al revés y por los escasos esfuerzos que suelen dedicarle a la prevención los defensores de la represión. Suenan parecidas esas dos palabras, represión y prevención, pero son una lo contrario de la otra, sobre todo para las víctimas.
Ya que estamos en la semana del derbi Real Madrid-Atlético de Madrid, que la ciudad entera tiene la cabeza y la boca abarrotadas de Raúl, Fernando Torres y etcétera; ya que éste será un hermoso domingo de Cibeles o Neptuno, la Castellana o el Manzanares; ya que todo eso, llevemos la frase de Arthur Schnitzler al Santiago Bernabéu y cambiemos ladrón por vándalo, salvaje o cualquier cosa que prefieran y signifique lo mismo. Estamos de acuerdo en la parte negativa: nadie puede evitar que los ultras violentos dejen de ser lo que son -pongan ustedes el adjetivo-. En lo que no parece que haya tanta seguridad es en el otro cincuenta por ciento de la cuestión: es posible evitar que alguien haga el salvaje, que importune, agreda, insulte, cohíba o amenace a los demás. ¿Es posible? La respuesta es sí. ¿Se hace? La respuesta es no.

El ministro de Justicia acaba de anunciar una medida para evitar que los hinchas violentos vuelvan a entrar en los estadios: colocarles una pulsera electrónica que permitirá a la policía saber dónde están exactamente en cada momento y comprobar que a la hora del partido no entran al campo. La idea, que está en proceso de pruebas pero ya se ha aplicado a algunos violadores y otros presos en libertad condicional, es interesante y sustituye al método clásico que siguen en Gran Bretaña y que consiste en recluir a los forofos en las comisarías, a la hora del encuentro. No sé si, además, será práctica, pero ¿por qué no probarla y ver qué ocurre? Lo que está claro es que lo que no hagan las autoridades no lo van a hacer los clubes de fútbol, que son, a partes iguales, cómplices y rehenes de los ultras. El Real Madrid y el Atlético de Madrid, como todos los equipos, no sólo toleran a los radicales, sino que los ayudan y los ensalzan. Los neonazis, o lo que sean, llegan a tener sus propias oficinas dentro de los estadios, reciben entradas gratuitas y acompañan al equipo en los desplazamientos; la mayor parte de los jugadores les ríe las gracias, se deja entrevistar por ellos para sus fanzines, jamás los censura y los considera, igual que los directivos, la parte más activa de la afición, ignorando que el otro noventa por ciento de esa misma afición los odia, se avergüenza de compartir sus colores con ellos y suele combatirlos con claridad en el propio estadio, cuando montan alguno de sus numeritos o exhiben alguna de sus pancartas fascistas. El último martes se oyó cantar en el Bernabéu a los ultras contra su propio jugador Tote, por su supuesto interés en ser fichado por el Atlético de Madrid, y el resto de los aficionados les contestó coreando a pleno pulmón el nombre del muchacho, un jugador estupendo ninguneado por el entrenador Del Bosque, tan ecuánime en otras cosas y tan injusto en este caso.

Ojalá la pulsera electrónica de la policía entre pronto en vigor y aleje del fútbol a los que sólo saben convertir los estadios en tabernas, la rivalidad deportiva en una pelea de matones y las fiestas, en funerales. Cuando eso ocurra, un derbi como el Real Madrid-Atlético del domingo será exclusivamente lo que tiene que ser: pura diversión, ni más ni menos. Todo lo demás, sobra.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La nueva portada del nuevo libro, que puedes ganar dedicado

El otro día Benjamín Prado nos hizo partícipes de la decisión de elegir la portada de su nuevo libro "Pura Lógica" (aún puedes hacerlo, votando en la encuesta que está activa a la derecha de este blog). Hoy Benjamín nos propone otro juego con motivo de la próxima salida de la nueva edición de Iceberg. Una edición esperada, y renovada. Así nos lo propone él...

"Te mando la portada de la nueva edición de Iceberg, que tiene seis cambios, aparte de la cubierta y la contra. ¿Jugamos con los amigos del blog a descubrir esos cambios? A ver quién acierta el juego de las seis diferencias, unas más fáciles que otras. Hay poemas nuevos, desaparecidos, versos que han cambiado de sitio, citas que no estaban y un nombre que se ha convertido en otro... Al primero que lo descubra todo, le envío un libro dedicado".

Podéis usar los comentarios del blog para dejar vuestras respuestas así sabremos, realmente, quién es el primero.

Por cierto, ¿de qué me suena a mi el dibujo de la portada :-)? ¿Sabéis quién lo dibujó? (Esta pregunta no entra en el concurso).

jueves, 17 de noviembre de 2011

De cara, qué cruz

No, lo siento, no he podido desmarcarme del ambiente preelectoral que nos invade. Pero ya que no puedo salir, por lo menos me lo tomaré con humor y si de es un humor muy inteligente y algo ácido, pues mejor. Pues eso, que siguiendo con la tradición se seguir recordando a Juan Urbano, os dejo con un artículo (hoy sí, en jueves) que publicó Benjamín Prado en el año 2004 en El País. Aquel año las elecciones fueron en marzo y el carnaval estaba cerca. Estas las veremos con las navidades a la vuelta de la esquina. A ver si va a resultar que los Reyes Magos que nos prometen los regalos en cada mitín van a ser un invento...

Qué cara tienes
Por Benjamín Prado. 19/02/2004

Todas las caras tienen su cara y su cruz, pero la primera carece de importancia y la segunda es, en el fondo, lo único que importa: la cruz, el contenido, la pura verdad. A los políticos, por ejemplo, les gusta buscar caras famosas para apoyar sus candidaturas, y a veces esas caras se convierten en un problema. Por ejemplo, entrevistan a la actriz Brooke Shields para que dé su opinión en una campaña antitabaco y ella declara: "El fumar mata y si te mueres, has perdido una parte muy importante de tu vida". O sale la cantante Mariah Carey apoyando un programa de ayuda alimentaria al continente africano y dice: "Siempre que pongo la tele y veo esos pobres niños hambrientos en todo el mundo, no puedo evitar llorar. Quiero decir, me encantaría ser así de flaquita, pero no con todas esas moscas, y muerte, y esas cosas". O sea, que ya ven.
Ahora que se acercan las elecciones generales de marzo, la ciudad se llenará, como siempre, con los carteles publicitarios que ponen los partidos en los muros y las farolas, y las caras de los aspirantes a presidente del Gobierno, más retocadas para la ocasión que el moño de una cantante folclórica, se multiplicarán por mil, transformándolos a cada uno de ellos en un auténtico ejército, en una criatura poliédrica de miles de ojos, poseedora del don de la ubicuidad y en algunos casos, gracias a la incongruencia de sus promesas, capacitada para moverse, igual que el ángel de un relato de Jorge Luis Borges, a la vez hacia el Norte y el Sur, hacia Oriente y Occidente.

Fíjense en esas caras que nos llaman, nos observan y nos silban música celestial, estemos donde estemos. Fíjense en lo que intentan transmitir: sinceridad, astucia, honradez, confianza. Y decidan qué parte es el hombre y qué parte es el disfraz. Hagan memoria de sus donde dije digo, digo Diego y sus de este agua no beberé, y decidan.

No deja de ser curioso, de cualquier forma, que el inicio de la carrera electoral coincida casi con la llegada de los carnavales, que empiezan en Madrid mañana y acabarán el día 25, Miércoles de Ceniza, con el clásico entierro de la sardina.

Por cierto, que lo de la sardina también es un disfraz, porque lo que se enterraba originalmente el primer día de Cuaresma, como símbolo de los ayunos de carne que se avecinaban, era una loncha de tocino a la que la gente, al parecer, llamaba "sardina". O sea, que el cerdo se transformó en pescado; lo cual, como metáfora de la política, tampoco está nada mal, tal vez, con perdón.

Se me ocurre que, ya que los carnavales y las elecciones van a juntarse, pensemos en las segundas si fuesen los primeros. No es ningún disparate, dados los precedentes, taparse los oídos para no oír los dircursos y hacerse unas cuantas preguntas: ¿Qué hay debajo de las caras de esos hombres que salen en los carteles promocionales? ¿Qué pasará cuando uno de ellos, alterando apenas un par de letras, pase de pretendiente a presidente? ¿Todos ellos son ellos mismos o alguno es otro, como se dice, sólo que con otra cara? Y ese otro, ¿es otro o es el mismo de antes? Señor, qué zozobra.

Por cierto, un cirujano francés llamado Laurent Lantieri acaba de asegurar en París que está preparado para efectuar el primer trasplante de cara de la historia y que, si le dejan, le colocará a un paciente desfigurado el rostro de un muerto.

Los periodistas le preguntaron a Lantieri qué ocurriría con el cadáver al que se le quitase la cara para ponérsela al otro: "Cubriré al difunto", aseguró, "con una máscara de látex que reproduzca su semblante. Así se podrá celebrar sin problemas el funeral". No me digan que no da todo un poco de miedo.

Estamos en febrero, la ciudad se va a llenar a la vez de carteles y de máscaras. Los bailarines bailarán y los políticos dirán cosas que, de un modo u otro, se parecerán a lo que la modelo Claudia Schiffer dijo hace no mucho de la modelo Naomi Campbell: "Esa rastrera sinvergüenza merece ser asesinada a coces por un asno.... y yo soy justo la indicada para hacerlo...". Que disfruten. Madrid será una fiesta. Está a punto de empezar el carnaval.



martes, 15 de noviembre de 2011

Acróbatas en un escenario de rock y poesía

El pasado domingo los vecinos de l'Hospitalet, y allegados, disfrutaron, en el marco del Festival Acróbatas. de un concierto que aunque no fue único, sí fue especial.

No fue único porque no es la primera vez que Pereza y Benjamín Prado se juntan, son ya varios los conciertos con el que este trío ha deleitado a los amantes de la música y la poesía porque eso fue lo que hubo el pasado domingo sobre el escenario.
Pero sí fue especial porque según ha publicado Benjamín en su twitter:
@: Fue genial lo de L`Hospitalet, y los 3, Rubén, Leiva y yo, pensamos lo mismo: nos divertimos siempre, pero éste es que más nos ha gustado.
Nosotros no estuvimos, y no por falta de ganas. Pero queremos dar las gracias a debit que con un "todavía alucinado" nos remitió un email con algunas fotos de ese día. Y gracias, también a verines82, que ha subido a Youtube alguno de los vídeos que he tomado prestados para este post, al igual que a mraktaeb

Así podemos disfrutarlo "casi" como si hubiéramos estado allí:

sábado, 12 de noviembre de 2011

Pura Lógica, portada democrática

Esta mañana Benjamín Prado me enviaba las dos propuestas de portada (desplegadas) para su nuevo libro de Aforismos que finalmente se llamará "Pura Lógica".

"Te envío dos posibles portadas y decidimos democráticamente", decía Benjamín. Pues eso, expresemos nuestra opinión. Clicad en la encuesta situada a la derecha del blog, y votad, verde o naranja.

Crítica en breve

Afortunadamente, pese a que se está cargando las mejores colaboraciones (como la de Benjamín los jueves), El País mantiene Babelia, un imprescindible análisis cultural que cada sábado nos informa de la actualidad de los mejores libros y en la que se cuelan críticas y opiniones como las de Benjamín Prado, que en esta ocasión nos habla de 


Un crimen en Calcuta
Por Benjamín Prado en El País, en Babelia.

Narrativa. Cada vez que Jerry Delfont se mira al espejo ve un mentiroso: todo el mundo cree que es novelista, pero sólo es un reportero, y piensa que viaja en busca de aventuras cuando en realidad sólo le interesa hacer turismo y ganarse unos miles de dólares. Al comienzo de Un crimen en Calcuta lo encontramos en India, donde ha ido a dar unas conferencias y a reconocer que es "un escritor con la mano muerta" y la mente en blanco; pero todo eso cambia cuando se cruza en su camino la señora Unger, una extraña viuda dedicada a la caridad, el misticismo y los masajes tántricos que lo seduce hasta apoderarse por completo de su voluntad y en quien él ve "exactamente la clase de persona inimaginable que un escritor sueña encontrar", es decir, un camino de salvación que en realidad, y aunque él no lo sepa, conduce a un abismo. Los dos escritores que es Paul Theroux, a un lado el novelista genial de Milroy, el mago o La calle de la media luna y al otro el autor de libros de viaje como El safari de la estrella negra o El viejo expreso de la Patagonia, se reúnen en Un crimen en Calcuta igual que antes lo habían hecho en los relatos de Elefanta suite, y construyen una novela policiaca en la que mientras el lector se hace preguntas sobre el crimen con que empieza la historia, obtiene respuestas sobre India, la desconfianza entre las civilizaciones y los peligros que conlleva dejarse fascinar por lo exótico y pretender formar parte de un mundo que te ve como un buen negocio pero también como a un invasor. Theroux, que hace de sí mismo una descripción muy poco favorecedora cuando el narrador se encuentra con él en un hotel de Calcuta, en un episodio que recuerda al J. M. Coetzee de Verano, logra que Un crimen en Calcuta se parezca al río hipnótico y siniestro, una mezcla de santidad y estancamiento, que él ve en el Ganges, y además de entretenernos con una trama llena de interés, plasticidad e intriga, nos alerta sobre el doble fondo que pueden tener misioneros como la señora Unger, que a veces esconden tras el brillo de sus limosnas oscuras fábricas donde se propicia la explotación infantil y se ganan montañas de dinero manchado de sangre. Cervantes dijo que todo el mundo es como Dios lo hizo y, por añadidura, mucho peor que eso, y si Paul Theroux hubiera puesto esa frase como cita de esta habilidosa novela sobre la mentira, el colonialismo económico y la impunidad, a nadie le habría extrañado.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Tal día como hoy

El jueves 11 de noviembre, pero del año 2004, Benjamín Prado escribía en su columna semanal de la edición impresa de El País, en la sección de Madrid, un artículo que quizá pudiera ser el germen del libro que el propio Benjamín escribiría 6 años después. O sino el germen, que eso solo lo sabe el autor, sí el principio del comienzo, que eso lo sabemos todos los que hemos leído Operación Gladio. Sea como fuere, y para no perder la constumbre del artículo semanal de Benjamín, aquí rescatamos esta opinión:

Franco, váyase

En pleno siglo XXI, a 65 años del final de la Guerra Civil española y a casi 30 de la muerte del Funeralísimo, como siempre lo llamaba Rafael Alberti, no sólo da la impresión de que en España no hubo jamás franquistas, por lo que el general sedicioso debió gobernar 36 años el país en completa soledad y combatido por todos, sino que también se ha llegado a un punto en el que nadie quiere hacerse cargo de su sombra envenenada, al menos a cara descubierta. No hay más que ver el caso de la estatua ecuestre del golpista que aún cabalga sobre la dignidad de todo Madrid en la plaza de San Juan de la Cruz, ¡vaya por Dios!, justo el poeta que supo profetizar la desesperación de tantos españoles de la posguerra cuando dijo: "¿Qué muerte habrá que se iguale / a mi vivir lastimero, / pues si más vivo más muero?".

El Congreso acaba de aprobar, por fin, con la oscura abstención de la derecha, una iniciativa que exige la retirada de todos los símbolos fascistas -y, por lo tanto, anticonstitucionales- que aún ennegrecen los edificios públicos y las calles de nuestro país. El Caudillo a caballo de la plaza de San Juan de la Cruz galopa también en los patios de la Academia Militar de Zaragoza, la Capitanía General de Valencia, la Academia de Infantería de Toledo, sigue en la plaza del Ayuntamiento de Santander, en Melilla, en Guadalajara... Si las estatuas significan cosas -y debe ser así cuando, por ejemplo, la imagen de la invasión de Bagdad que dio la vuelta al mundo fue la de la estatua de Sadam Husein derribada por los soldados norteamericanos-, entonces debemos preguntarnos qué significa que Franco aún esté en las calles de nuestras ciudades: ¿Significa que algunos de los pactos a los que se llegó para lograr la transición política a la democracia aún son inconfesables? ¿Significa que todavía estamos en peligro? No lo creo. En cualquier caso, a veces la prudencia está mucho más lejos de la sensatez que de la cobardía, o es la virtud del perezoso, o la coartada del neutral, o un afluente del cinismo. En cualquier caso, nada sano.

A Franco no queda hoy quien lo defienda, pero sí hay quienes no lo condenan claramente, o lo hacen de modo tan matizado, tan tímido y tan respetuoso, que su condena parece más hija de la necesidad, la hipocresía o el miedo que de la convicción. ¿Quién va a quitar esa tumba en forma de jinete de la plaza de San Juan de la Cruz? El Ayuntamiento de la ciudad, pese a que la obra del escultor José Capuz, tallada en 1956, aparece en el Catálogo de Elementos Singulares de la Concejalía de Urbanismo de la capital, asegura que la estatua está bajo la jurisdicción del Ministerio de Fomento y éste dice que, en todo caso, si no le pertenece al municipio, sería responsabilidad del Ministerio de Economía y Hacienda, al que pertenece la Dirección de Patrimonio Nacional. Parece muy fácil resolver el problema: ¿No es de ustedes? Entonces, es nuestra: la quitamos y asunto resuelto.

Hay quien opina que las estatuas de Franco no deben moverse de sitio, porque así siempre habrá un lugar donde ir a indignarse y soltar adrenalina. El problema es que a lo que se va allí todos los años, cada 20 de noviembre, es a honrar su memoria y a deshonrar la de todos los que murieron en su guerra. A nadie se le ha ocurrido permitir semejante disparate en Alemania o Italia.

El pretexto artístico o histórico, al que han recurrido muchos para barrer los símbolos franquistas, no tiene justificación: con el mismo argumento con que el ex alcalde popular de Madrid, Álvarez del Manzano, se negó a quitar la estatua de Nuevos Ministerios, "la Historia es la Historia", se le podría hacer otra estatua a los etarras que volaron a Carrero Blanco o se podría levantar, junto al monumento a los abogados laboralistas de la calle de Atocha, otro a sus asesinos. La Historia no es sólo la Historia, sino la suma de ella, de la verdad y de la justicia. Y lo que hace la gente como Francisco Franco no es escribir la Historia, sino pervertirla.

Por cierto, no estaría nada mal que en el hueco que deje la estatua del dictador se pusiera otra de Manuel Azaña, el presidente legítimo al que el militar sublevado echó a tiros del lugar en el que le habían puesto, con sus votos, los ciudadanos. Es sólo una idea, naturalmente.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

De tesoros recién desenterrados

Noviembre empieza como el mes de los muertos y en el número 736 de Cuadernos Hispanoamericanos, pese a que es del mes de Octubre, Benjamín Prado escribe sobre ellos, y sobre literatura, por supuesto. Un detalle de calidad en unos cuadernos de muchos kilates, que en esta edición cuentan con Santiago Roncagliolo, Reina María Rodríguez, Hugo Mujica, Ada Salas, poemas de Leopoldo María Panero, o Irene Zoé Alameda, entrevistas a Olga Lucas, José Luis Sampedro, puntos de vista de Juan carlos Abril, Julio Neira, Ramón Acín... así como una extensa "Biblioteca".

Yo os dejo con

Algunos muertos tienen mucho que escribir
Por Benjamín Prado en Cuadernos Hispanoamericanos nº736, Octubre 2011

En este mundo obsesionado hasta la extenuación por el futuro, el progreso y las novedades, es difícil encontrar un minuto para mirar atrás, y por eso el porvenir vive mejores tiempos que el pasado. Nos movemos en la superficie y a la carrera, olvidando, o no queriendo saber, que para que el tiempo sea de verdad oro hay que detenerse y cavar, y no queriendo o pudiendo entender en muchas ocasiones que renunciar a la historia es quedarse sin la mitad de la vida, que está compuesta por "un adelante, la acción; y un atrás: el recuerdo", como dice el psiquiatra y escritor Carlos Castilla del Pino en uno de sus Aflorismos, publicados ahora, a los dos años de su muerte, y en los que se reúnen sus pensamientos más espontáneos pero también más certeros, casi un millar de anotaciones que se amparan en una cita de Samuel Johnson elegida para explicar que el brillo y la profundidad son antagónicos pero no incompatibles y que la concisión es una victoria por lo que ahorra y una renuncia por lo que evita: "Tal vez un día el hombre, cansado de preparar, explicar, convencer, llegue a escribir sólo aforísticamente".

De momento, lo que sí sabemos es lo que ya ha pasado y ya se ha escrito, pero nunca del todo, porque libros como el de Castilla del Pino, preparado y prologado por Celia Fernández, logran que los autores desaparecidos puedan seguir manteniéndose en contacto con nosotros a rtavés de sus inéditos, a veces, como en este caso, porque dejaron lista alguna obra para su publicación, y en otras, como ha ocurrido últimamente con el Diario anónimo de José Ángel Valente y con la Correspondencia entre los novelistas Carmen Martín Gaite y Juan Benet, ambos aparecidos en Galaxia Gutenberg; o con el Epistolario inédito sobre Miguel Hernández, 1961-1971, que ha sacado la editorial Renacimiento y en el que se recogen las cartas cruzadas ente el crítico Darío Puccini y Josefina Manresa, la viuda del autor de Viento del pueblo. Leer todos esos libros no sólo nos permite conocer más acerca de esos escritores admirables, sino también conocerlos desde otro sitio, en este caso desde la intimidad, porque lo que ahora nos llega a los ojos no estaba hecho para la luz pública, sino para ser leído de puertas para adentro. Uno vulnera esa intimidad y aunque por una parte se sienta un extraño que partidipa de una fiesta a la que no había sido invitado, también tiene una sensación de privilegio y un sentimiento de cercanía.

Es una suerte que, a pesar de todo, aún estemos dispuestos unos a invertir su esfuerzo y su dinero en rescatar del olvido textos de esta naturaleza y otros a disfrutar de ellos como lo que son: un tesoro recién desenterrado.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Menudo rostro

Los jueves teníamos a Juan Urbano, que nos traía su visión filosófica a pie de calle para bajarnos los temas más elevados a la tierra. En su honor, y recuerdo, cada semana rescatamos una de sus opiniones. Como este texto del pasado 2003 publicado en edición local para hablar de la presente campaña electoral que anoche arrancó en toda España. Entonces Benjamín jugó con el título de un libro de Javier Marías y, como la buena literatura, ni el libro del uno ni la opinión del otro han quedado desfasadas.

Tu rostro hoy
Por Benjamín Prado en El País 27/02/2003

Quién es la gente; qué quieren decir en realidad las cosas que se dicen y qué encubre o silencia cada palabra; qué esconde cada persona tras el camuflaje de sí misma y de qué hechos trascendentes pueden ser una pista o un aviso los hechos que en apariencia son más anodinos.

Todas esas preguntas están en el fondo de la última novela del escritor Javier Marías, Tu rostro mañana, un libro sobre delatores, espías, falsas apariencias y verdades que lo fueron pero ya no lo son, pero sobre todo un libro sobre lo invisible, sobre la incapacidad de los seres humanos para ver la verdadera naturaleza de sus semejantes, para prever la traición, la envidia o la calumnia que arden en el corazón de algunos de los que nos rodean, los que en el futuro van a vendernos o a conspirar contra nosotros en busca de nuestra destrucción. Las apariencias son un puente que cada uno tiende entre él y los demás y que en cualquier momento se puede romper, entregándonos al vacío.

En nuestros días, estos tiempos globales y centristas en que todo se quiere parecer tanto a todo que uno no termina de saber dónde empieza la derecha y acaba la izquierda o al revés, uno de los grandes defectos de la política es, precisamente, el que cada vez se base menos en las ideas y más en las apariencias, en las campañas de publicidad que intentan vender rostros en lugar de conceptos, hasta tal punto que los presuntos votantes se ven obligados, en demasiadas ocasiones, a confiar solo en lo que nunca se puede confiar: en lo que se ve, no en lo que se sabe o debería saberse.

En los peores casos, como la candidata o el candidato en campaña no tiene la más mínima intención de cumplir lo que promete, resulta que parte de su trabajo promocional consiste en volver a decir lo que ya han dicho sus rivales, sólo que agrandándolo: voy a construir más casas protegidas que el otro y a llevar el metro mucho más lejos; haré hospitales, centros de acogida, ambulatorios y escuelas; acabaré con la especulación inmobiliaria, los problemas del tráfico, el abuso de los alquileres, la contaminación, la desigualdad, la violencia doméstica y el crimen organizado; créanme, no tienen más que mirarme a los ojos para saber que no les miento.

En algunos casos la cosa llega tan lejos que el mismo aspirante que no hizo nada o lo hizo casi todo mal mientras tuvo el poder, nos reclama que confiemos en el futuro, pero no en el pasado: no se fían de lo que he hecho, solo tengan fe en lo que podría hacer a partir de mañana, si me eligen.

Mi rostro de mañana, eso es en lo único que deben pensar.

Creo que hay millones de ciudadanos que cuando viven, como lo hacemos ahora en Madrid, una campaña electoral, piensan que sería estupendo que pasara una de estas dos cosas, o mejor aún ambas: en primer lugar, que cada candidato diese por escrito y firmadas sus promesas, junto con su compromiso notarial de dimitir en caso de incumplirlas, en un documento del dominio público -¿se atreverían a hacer algo tan simple?-; en segundo lugar, que las campañás, al menos en su inicio, fuesen anónimas, de forma que el partido en cuestión, y no su candidato, hiciera ofertas concretas y nosotros no tuviésemos que fiarmos de una cara, de un tono de voz o de una oratoria más o menos convincente, sino sólo de un programa, de una serie de planes.

¿No se han dado cuenta de que cuánto más visible es alguien menos se ve lo que dice? Pues, de este modo, se solucionaría la cuestión y quizá dejásemos de tener más madera que carcoma.

Mientras tanto, tendremos que intentar leer en esos rostros de hoy que nos prometen un paraíso, sus rostros de mañana.

Adivinar qué hay detrás de esas mujeres y hombres que nos dicen: confía en mí porque soy yo, olvidando que, como dice Javier Marías en su novela, "yo" no es nunca nadie.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Reflexión tecnológica, imprescindible

Casi por sorpresa, en Ciberpaís, el suplemento digital de El País, el pasado 27 de Octubre Benjamín nos regalaba este texto, esta reflexión, esta verdad. Disfrutadlo.

Lo probamos todo... ¿Sin comprender nada?
Por Benjamín Prado, en el Ciberpaís

¿Cuánto vale lo que no nos cuesta nada? ¿Qué importancia le damos a las cosas que logramos sin ningún esfuerzo? En estos tiempos líquidos en los que si tienes 10 minutos y un ordenador puedes conseguir casi cualquier cosa sin ir a buscarla a ninguna parte, porque basta con pulsar dos teclas para que Internet te ponga en la mano el disco, la noticia o la imagen que estuvieras buscando, parece que es más fácil desear las cosas que quererlas y que a fuerza de acumular titulares, citas y resúmenes nos arriesgamos a sustituir el conocimiento por la simple curiosidad, que es un buen punto de partida, pero un mal destino. Importa más probar que elegir y estar al tanto de lo que sucede que tener una opinión sobre ello, lo cual en muchos casos nos vuelve a la vez insustanciales e insaciables. ¿Se puede considerar informada una persona que lee los teletipos que le van llegando a su teléfono móvil? ¿Oír dos canciones de cada CD que se edita te convierte en melómano? ¿Coleccionar frases célebres te vuelve un amante de la filosofía?

Hace poco, el novelista Manuel Vicent publicó una biografía del anterior duque de Alba, titulada Aguirre, el magnífico, que fue criticada por su viuda en un artículo enviado a este periódico. A los pocos días, otro diario sacó una página entera en la que se reproducían "los 10 párrafos más polémicos de la obra que ha irritado a la duquesa". Después de eso, ¿ya no hace falta leer el texto completo para poder decir que uno sabe lo que se cuenta en él?

Algunas personas creerán que lo fragmentario es la única opción en este mundo en el que ya no ganan los más fuertes, sino solo los más rápidos y la paciencia ha sido sustituida por la velocidad; otras verán en ello la negación de la propia cultura, que no consiste en tantear la superficie de las cosas, sino en profundizar en ellas, y su suplantación por una poscultura que, como escribe el profesor Javier Gomá en su obra Ingenuidad aprendida, es el último recurso de unas sociedades en decadencia "cuya única identidad reside, tras el ocaso de Occidente, el eclipse de las ideologías, la muerte de Dios y el fin de la historia, en ser posterior a lo anterior: cultura posmoderna, posindustrial, poshistórica...". No parece gran cosa, porque una secuela no puede ser un buen punto de partida.

"Es cierto que en Internet ya no se navega, solo se surfea", dice el director de cine Fernando León de Aranoa, "porque el usuario se ha vuelto promiscuo: al menor indicio de decepción, cambia de ola. Hay menos compromiso, menos fidelidad y por añadidura una mayor pasividad, porque ahora son los contenidos los que salen en tu busca, y no al revés. Eso lo cambia todo, empezando por el periodismo, porque como la volubilidad es una amenaza continua, los titulares de los periódicos se vuelven promesas, ganchos, son un ejercicio de seducción que busca más atraer al lector que enunciar la noticia. ¿Afectará esto también a la música, al cine? ¿Se convertirán los primeros actos de las películas en imanes que garanticen la descarga completa del producto? ¿Empezarán un día las canciones por el estribillo? No sé, pero, de momento, los estímulos e impresiones han reemplazado a la reflexión y el análisis. Supongo que quienes logren articular la información, que parece tan inabarcable, serán los gurús del futuro".

El mundo de la música es, por ahora, la mayor víctima cultural de la Red, y sus consumidores, habitantes de un mundo en el que vivimos de una parte "sitiados por la abundancia", como dice el ensayista Marek Sobczyk en su libro recién publicado De la fatiga de lo visible, y de otra hipnotizados por la piratería, que al ponerle el cartel de gratis a los productos culturales les quita todo su valor, son los que más han cambiado, normalmente, para entregarse a la voracidad, porque las descargas legales y, sobre todo, ilegales hacen que casi todo el mundo tenga en su ordenador o su mp3 100 veces más canciones de las que podrá escuchar en un día, un mes o incluso un año.

La cultura del picoteo, del querer meter la cuchara en todos los platos del restaurante para hacerse una idea de su sabor, tiene aquí su máxima expresión y ha transformado por completo a los aficionados, que si antes seguían a un artista en particular o un género específico, ahora lo degustan todo, para hacerse una idea y porque, al fin y al cabo, no hay que pagarlo. "Es evidente", dice Rubén Pozo, la mitad del grupo Pereza, que en estos días prepara su primer disco en solitario, "que ha aparecido una patología que podría denominarse algo así como síndrome de Diógenes 2.0 y que consiste en la acumulación excesiva y compulsiva de contenidos y descargas. Si yo fuera escritor, tampoco permitiría un resumen de una obra mía. Y estoy seguro de que a un auténtico amante de la literatura no le interesaría leerla. Me aventuro a decir que la gente que no duda en leerse la síntesis de una novela en Internet es la misma que invierte un montón de tiempo en saberse al dedillo la vida y milagros de Belén Esteban. Que tampoco pasa nada, por otro lado".

Su compañero Leiva, que también prepara su debut como solista, va más o menos por el mismo camino y alerta de los riesgos de la trivialidad: "En esto de la cultura del picoteo, creo que hay algo de querer gustar a todas y no irte con ninguna. De figurar pero no estar. Hay demasiada prisa, gente que parece creer que corriendo en muchas direcciones llegará a estar a la vez en varios sitios, o incluso en todas partes. Creo que harían falta cuatro vidas para escuchar los miles y miles de canciones que acumula la mayor parte de la gente en su ordenador. Peor para ellos, a mí no me interesa saltar de una cosa a la otra, sino oír un disco, por ejemplo, de arriba abajo, tal y como se hizo, y ese es mi sistema de medida: para mí, de Madrid a Bilbao no hay 395 kilómetros, ni tampoco, 70 canciones, sino cuatro discos y medio".

Los extremos de la cuestión parecen claros: a un lado, la posibilidad de obtener respuestas inmediatas y al otro la falta de tiempo y espacio para reflexionar sobre ellas. De una parte, las ganas de saber y de otra tan solo la de estar enterados o, al menos, fingirlo, como sugiere el actor Juan Diego Botto: "Internet es un atajo que lo acerca todo, pero también puede ser una máscara, un laboratorio donde construirse una falsa identidad. Siempre me han dejado perplejo esas personas que acumulan recortes de información o sentencias o anécdotas, para luego soltarlas en el momento que consideran más oportuno y dar la impresión de que saben mucho más de lo que dejan ver. Admiro tanto a la gente que sabe como a la que quiere saber, pero no me gusta la que finge que sabe lo que, en realidad, solo ha ido a buscar a Internet, que es un lugar en donde también el que no quiera aprender nada lo tiene todo a su disposición, resumido y clasificado".

Al actor esa palabra, clasificado, le parece peligrosa. "Tengo la impresión que en ese gusto por las listas y los inventarios que tanto abundan en Internet está una parte importante del problema: ahí están desde las mejores y las peores frases del presidente del Gobierno o sus ministros, por ejemplo, hasta las 10 canciones del mes, y, naturalmente, las escenas más célebres, más espectaculares o más polémicas, por la razón que sea, de tal actor o tal actriz. En el cine es difícil valorar un trabajo por dos secuencias, pero seguro que ya hay quien busca y encuentra los 10 mejores planos de una película, mira cuántas estrellas le han puesto los críticos y ya se atreve a opinar acerca de ella. Y, por lo demás, Internet es una maravilla. Todo depende de quién lo use y para qué".

En eso coincide casi todo el mundo: un cuchillo es un cubierto, una herramienta o un arma dependiendo de la mano en la que acabe. El músico Iván Ferreiro, en plena promoción de su disco Confesiones de un artista de mierda, lo dice en línea recta: "Es lo de siempre, hay gente que tiene una esponja en el cerebro y gente que lo tiene envuelto en plástico, unos se empapan de todo y a otros les resbala. Muchos confunden tener algo en el disco duro con saber lo que es y luego hay personas que adquieren una cultura impresionante en la Red, encuentran huellas que seguir, artistas en los que profundizar. Unos aprovechan que existe Internet para robar los libros o leerlos abreviados y otros lo usan como un pasadizo a las librerías. Los que tienen cabeza y saben para qué usarla, aprovechan la facilidad de tenerlo todo a un intro de distancia. Los otros apilan cosas y les da igual, porque la montaña cada vez es más alta, pero ellos no cambian de tamaño".

Eva Amaral y Juan Aguirre, ya ensayando la gira de su nuevo disco, Hacia lo salvaje, admiten que la información suministrada en píldoras produce sobredosis, pero también atrae a lectores nuevos y seguro que algunos de ellos sí querrán profundizar en lo que les llega, da igual si es la página entera de un periódico o su abreviatura en la pantalla del móvil. "Todo depende del uso que le des a cada cosa: nosotros no usamos Twitter, por ejemplo, como un canal de promoción, sino de comunicación con nuestros seguidores, o con cualquier persona interesada en nuestro trabajo. Y en Internet vemos los peligros que ve cualquiera, pero también muchas ventajas. La música es un mundo en el que la revolución digital ha logrado, para empezar, que cayeran las fronteras temporales, porque al lado de este disco de Amaral hay uno de Serge Gainsbourg y puedes comprarlos y bajártelos uno a continuación del otro".

Spotify, donde puedes escuchar miles de discos, nos lanza un reto que debería cambiar nuestra mentalidad y enseñarnos que no hay que poseer para disfrutar. "Es cierto que gran parte de los beneficios que el mundo del arte y la cultura podrían obtener de Internet se pierden a causa de la piratería, y que ese es un precio muy alto. Pero también es una lección que debería de haber servido para algo y nos tememos que no haya sido así. No sé qué pasará con los libros, pero nos da la impresión de que el mundo editorial no ha aprendido nada de lo ocurrido en el de la música. Por ejemplo, estamos seguros de que el lector del último libro de Paul Preston, que es el que ahora tenemos entre manos, habría agradecido que al comprarlo en una librería le hubiesen dado con él un código de descarga para tener a su disposición también la versión digital y poderlo leer en un iPad cuando vaya de viaje. A veces, por querer venderte la misma cosa dos veces, al final se quedan sin nada", añaden los músicos.

"Mejor el picoteo que la ignorancia total", dice el director de cine y escritor David Trueba. "Creo que una buena metáfora de todo esto que ocurre la tenemos en los restaurantes más prestigiosos, que ya no son los que te dan dos grandes platos, sino 11 pequeños, y que de ninguna forma son peores. Por supuesto que vivimos tiempos de confusión, en los que todo parece aún por definir, porque no es fácil querer saberlo todo y estar orientado, de manera que muy a menudo perdemos la oportunidad de disfrutar de las cosas por completo y olvidamos, por seguir con el mismo ejemplo de la comida, que siempre es mejor consumir despacio y lo justo a engullir e indigestarse. Nada va a ser como era, pero eso no debe asustarnos: simplemente, habrá que experimentar otras cosas y atreverse a mezclar lo que nunca había estado junto, como los cocineros".

Tiempos líquidos, como los ha llamado el premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman, en los que sin duda tenemos que construirnos "una identidad flexible que haga frente a los cambios continuos de la realidad" y siga el ritmo de los avances tecnológicos, pero en los que también corremos el riesgo de no ahondar en nada a base de catarlo todo, sin darnos cuenta de que dar un paso en cada dirección es una manera de no moverse.

martes, 1 de noviembre de 2011

Hay que contarlo


El pasado 24 de octubre, el protagonista fue Benjamín Prado, en una conferencia titulada "Si no quieren que lo cuentes es que es una buena historia". Nosotros no pudimos asistir, pero los diarios regionales dieron buena cuenta de ello en sus ediciones on line, y gracias a ellos pudimos saber cómo fue, y gracias a ellos podemos rescatar algunas de las ideas que nos dejó el autor, y que reproducimos a continuación. Aunque para verlos en su fuente original, leedlo en El diario de Ávila, o en Ávila Digital. Si, además, alguien asistió y nos lo quiere contar y ayudarnos en esta labor de "apilar", aquí estamos.

La semana pasada Benjamín Prado fue el encargado de abrir "Los lunes literarios", un ciclo cultural que se celebra en Ávila y que cuenta con escritores que, cada lunes, cuentan cómo ven ellos el oficio de escribir o hablan de lo que consideran interesante para el público y/o lector.


Píldoras de Los Lunes literarios

Benjamín Prado, novelista y poeta que se considera «un hombre libre porque estoy preso sólo en las cosas que me gustan».

"La literatura es un acto de fe, una pasión, además de una aventura creativa capaz de conseguir algo más que entretener, que también, para «alcanzar alguna importancia civil», utilidades a las que luego él ha añadido las de «ser capaz de ir más allá» y «ofrecer algún grado de belleza o de originalidad que fascine al lector».

«Lo que se les escapa a los historiadores es precisamente lo que podemos contar los novelistas, la historia emocional de la gente, cómo los grandes sucesos afectan a las pequeñas personas».

«Aprendo más de la famosa crisis en el autobús o en un bar que escuchando a los grandes gurús de la economía».

Benjamín Prado afirmó estar convencido de que «el periodismo es la última oportunidad que tenemos de saber la verdad de lo que pasa, porque ésa no nos la cuenta ningún diputado», y un buen ejemplo de ello es la labor que desarrolla la protagonista de su última novela, Alicia Durán, una profesional capaz de «escuchar no lo que le dicen, sino lo que le ocultan». En reconocimiento a esa gran labor social, que tiene el riesgo de «que decir la verdad a veces tiene un precio terrible».

“Si no quieren que lo cuentes, hay que contarlo”.

Prado aseguró que algunos periodistas «se merecen una estatua, igual que esos profesores que consiguen que los jóvenes lean... a pesar de todo».

«Escribo siempre a partir de una idea que creo que merece la pena y que siempre me viene a la cabeza con el género elegido, como si cada sombrero viniese con su sombrerero». «Lo que más me gusta es la poesía, por su capacidad de vulnerar las leyes del espacio para que lo más grande cabe en lo más pequeño», una forma de alcanzar el alma de las cosas que «también puede estar en una novela, en un cuadro, en una película o en el fútbol».          

Benjamín Prado trabaja actualmente en su próxima publicación, un libro de aforismos que llevará por título Pura lógica, además de en una nueva novela y un libro de poemas, una variedad de géneros en la que reconoció sentirse cómodo, ya que -apuntó- “escribo desde una idea que me viene con el género en el que irá".