martes, 14 de octubre de 2008

Una de prólogo: Tren Nocturno. Martin Amis.

Siguiendo la estela marcada por el Prólogo de Blueberry, aquí tenemos una nueva entrega de esos prólogos de Benjamín Prado que a mi particularmente tanto me gustan.

En esta ocasión pertenece al libro de Martin Amis, Tren Nocturno, dentro de la colección de las mejores novelas del siglo XX que publicó El Mundo.


Tren Nocturno. De Martin Amis.
Prólogo por Benjamín Prado


La única forma de ver las cosas completas es alejándose de ellas, poniéndose a mirarlas justo desde el lado opuesto al que ellas ocupoan y, sobre todo, siendo capaz de moverse a su alrededor, como un cóndor que sobrevolara a unas reses heridas, para mirarlas desde todos los ángulos. Al modo de los mejores escritores, Martin Amis (1949) lo ha hecho a menudo, ha buscado en la mayoría de sus libros las dos caras de la historia que estaba contando, que es la única forma de contar la historia entera, con sus hechos y con sus contradicciones: si no hay dos extremos, es imposible que haya una cuerda; si no hay abismos, los personajes no tienen ni donde caerse ni de dónde salir. Es el caso de los protagonistas de La información, dos escrcitores que al principio de sus carreras comparten sueños idénticos pero que, al final, se distinguen por el triunfo de uno, el fracaso total del otro y por el efecto que esto causa en el carácter de cara uno de ellos. Es, también, el caso de John Self, pesonaje central de su novela Dinero, un hombre capaz de llevar una vida completamente llena y, al mismo tiempo, completamente vacía. Martin Amis tiene un ordenador, pero también tiene un cuchillo y lo usa para cortar en dos sus historias y a sus personajes, igual que quien parte una naranja para ver cómo es por dentro y, despiés, sacarle todo el zumo hasta su última gota.

En tren nocturno, la partición de la realidad en dos mitades es aún más explícita; de un lado, tenemos a Jennifer Rockwell, una joven bella, inteligente, de buena familia y adinerada. En resumen, tenemos, al menos por su parte de afuera, una mujer perfecta ante la que todo el mundo se siente como si estuviera cayendo por la cuesta abajo de una montaña rusa.

En el rincón opuesto, tenemos a Mike Hoolihan, una policía no muy guapa, con una voz tan grave que cuando habla por teléfono suelen confundirla con un hombre y una infancia que consistió, básicamente, en ser violada por su padre desde los siete a los diez años. Jennifer Rockwell lo tiene todo, en el eje entorno al que parecen girar los acontecimientos de la parte lujosa de una pequeña ciudad norteamericana, un mundo feliz y acomodado en el que la detectiva Hoolihan parece un perro callejero husmeando en el jardín de un palacio. Sin embargo, algo no encaja: Mike Hoolihan es la que sigue viva y Jennifer Rockwell quien se ha matado, pegándose tres tiros. ¿Por qué?. se preguntan el padre de la chica- un coronel de la polocía que se niega a aceptar que su hija no haya sido asesinada-, su novio - Trader Faulkner, un profesor de porvenir brillante que estaba enamorado hasta los huesos de ella-, sus parientes y el resto de la ciudad.

Y, naturalmente, se lo pregunta la mujer policía mientras va haciendo averiguaciones o escucha, en medio de la noche, el paso del tren nocturno que hace vibrar las paredes de su apartamento. Lo extraño de todo esto es que, a medida que avanza en su investigación, Mike Hoolihan descubre que todo es, al mismo tiempo, justo lo que intuía y absolutamente diferente de lo que hubiera imaginado: las sospechas sobre un presunto crimen se van desvaneciendo mientas la forma de la chica muerta cambia sin parar; en el fondo, Jennifer Rockwell es una metáfora de la angustia, un ejemplo estremecedor de lo frágil que pouede ser por dentro alguien que, visto desde fuera, parece tan fuerte, casi invencible. Alguien a quien los demás empiezan, de pronto, a recordar de otra manera: un hombre que habló con ella en un club y la recuerda como a una persona más vulgar de lo que muchos habrían pensado, o Trader Faulkner, que confiesa el insaciable apetito sexual de la supuestamente modosa diosa, si se me permite la aliteración; o Bax Denziger, su jefe en el instituto de estudios astronómicos donde trabaja y donde lleva a cabo importantes tareas científicas, que recuerda cómo ella sentía una admiración casi enfermiza por Isaac Newton, por la forma en que el sabio, según la leyenda, solía mirar el sol cada mañana, para intentar comprenderlo, hasta quedarse ciego. Denziger sabe que su compañera era una mujer lúgubre a menudo, y confiesa que un día Jennifer le aseguró que lo que quería el padre de la ley de la gravedad al observar fijamente el sorl erar mirarle a los ojos a la muerte.

De manera que Mike Hoolihan tiene que borrar, poco a poco, como quien tacha los números de un problema mal resuelto, los datos que fue apuntando en su lista de cusas, sospechosos e indicios. Pero con cada línea que borra, la verdadera Jennifer Rockwell aparece con mayor nitidez. Ése es uno de los grandes aciertos de Tren Nocturno, una falsa novela policiaca, tan perturbadora, bella e inteligente: el modo en que nos hace ver cómo la verdad a veces es justo lo contrario de lo que aparecenta. Asi parece comprender la vida Martin Amis, como un tren que se oye en la noche y del que no sabemos mucho, ni de dónde viene ni si va a alguna parte. La solución es que todo es un misterio.

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