Por Benjamín Prado.
La edad me ha ido dejando / sin venenos, / malgasté en mala hora / esa fortuna. / ¿Qué más puedo perder?", se pregunta José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) a sus 82 años recién cumplidos, en su nueva obra, La noche no tiene paredes, un libro de poemas cuyo título es "intencionadamente novelístico" y que hasta cierto punto sigue, según sus propias palabras, "la norma estilística del anterior, Manual de infractores, porque aunque en lo formal éste se acerque un paso más al irracionalismo, en su temática aparecen otra vez la obsesiva meditación sobre los estragos del tiempo y la ira hacia los desastres cotidianos de este mundo en el que por el lado de los poderosos predominan el caos, la injusticia, el engaño y las arbitrariedades, y por el lado de los débiles impera la sumisión". No es su caso, al menos no siempre, porque como también se dice en otros versos del poema que hemos citado, aunque a menudo sienta que ya vive "el tiempo / ruin de los antídotos", y que ya no tiene a mano "la osadía de bordes delictivos", "el amor consumiéndose / como un licor impuro" o "la excitante / trastienda de la noche", de vez en cuando vuelve a apoderarse de él "cierto amago fugaz de furia y desacato".
PREGUNTA. ¿No será que con tanto criticar la poesía social y convertir en sospechosos a los escritores comprometidos se terminó por alejar la poesía de la realidad y ahora va a hacer falta encontrar algún camino de regreso, algún atajo que la traiga de vuelta a los lectores?
RESPUESTA. La poesía social tuvo muy mala prensa, y con razón, porque muchos la habían abaratado a base de simplificar el lenguaje, reducir los argumentos del poema a simples consignas y desdeñar su parte artística en beneficio de su parte ideológica. De todo aquello queda lo único que puede quedar: los poetas como Blas de Otero, que era grande al margen de lo que escribiera. Y desde luego que hoy hace falta también una poesía que, como mínimo, no le dé la espalda a la degradación de las sociedades en las que vivimos y en las que los poderosos nos engañan, nos dejan sin apoyaturas, se reparten el mundo, se lo llevan todo y ganan siempre, en cualquier circunstancia, y más aún cuando todos los demás pierden, tal y como está viéndose ahora mismo, porque la crisis económica los está haciendo más ricos todavía. Yo creo que ya empieza a verse en ciertos poetas jóvenes una reacción, una crítica a lo que está ocurriendo, y eso es importante porque aunque éste sea un mundo de personas serviles, la buena literatura está hecha por gente desobediente.
P. Imagínese que en lugar de tener 82 años tuviese 25 o 30. ¿Sería uno de esos jóvenes? ¿Qué tipo de poesía intentaría escribir?
R. La que estoy escribiendo en los últimos tiempos, desde Manual de infractores hasta ahora mismo, en La noche no tiene paredes, cuyo título ya es una metáfora de la libertad. Creo que podría sentirme bastante cómodo entre algunos de esos poetas de ahora mismo cuya única escuela es que no tienen ninguna, sino que cada uno va por su lado, aunque me parece que todos ellos comparten, cada uno a su modo, un cierto gusto por el hermetismo y un rechazo hacia ese realismo plano que proviene del siglo XIX y que tan arraigado está en la poesía y la novela españolas. Yo estoy contra la poesía que cuenta las cosas tal y como son, porque para mí el poeta nunca puede caer en lo obvio, no debe ofrecer una fotocopia, sino una interpretación de la realidad, un modo de ahondar en ella, de buscar sus enigmas. A mí, el contacto con esos jóvenes a los que me une cierto parentesco estético me sienta bien, me quita años de encima.
P. Suele decir que la poesía tiene para usted un poder curativo. Si es así y en España se lee tan poca poesía, es que este país está enfermo... ¿De qué?
R. De indolencia. De apatía. De sumisión. La mayoría nos hemos vuelto conformistas, gregarios, cuando no directamente serviles. Y una minoría, pero que es muy ruidosa, no se ha vuelto nada, sigue igual que siempre, en el franquismo o en sus alrededores, me refiero a toda esa gente que no tolera los derechos de los demás, aunque ejercerlos no vulnere ninguno de los suyos: los que se manifiestan contra el divorcio, contra las bodas entre personas del mismo sexo, contra el aborto; a favor de que se imponga en los colegios, por la fuerza y sin alternativas, la asignatura de Religión; o que son enemigos viscerales de la Ley de la Memoria Histórica, porque preferirían que las víctimas de la represión sigan enterradas en fosas comunes y que las estatuas de Franco sigan en las plazas públicas... Reconozco que todo eso me indigna, me hace sentir que en España aún pervive un lado oscuro, cerril, grosero. Y es verdad que, frente a todo eso, frente a una realidad a veces tan escabrosa, para mí la poesía ejerce un poder curativo, y tengo la esperanza de que eso pudiera ocurrirles también a otros, por eso creo que cualquier iniciativa que se encamine a promover la lectura de poesía tiene que ser celebrada como una muy buena noticia. En cualquier caso, parece que de un tiempo a esta parte se lee algo más, aunque no se trate de un aumento espectacular en cuanto a la cantidad, pero sí en lo que respecta al porcentaje: si antes se vendían 2.000 ejemplares, ahora pueden venderse 4.000. Es poco, pero es el doble.
P. Y a un aspirante a poeta, ¿qué consejos le daría?
R. Bueno, que lea este libro tuyo que acabas de reeditar, Siete maneras de decir manzana. Yo lo acabo de releer con gusto y estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dices, aunque no comparto tu admiración por algunos poetas como Auden. Pero claro, ésa es una cuestión de gusto personal, porque a algunos compañeros de generación, como Jaime Gil de Biedma, también les gustaba mucho, y yo creo que, de hecho, tiene mucha influencia de él en su obra.
P. ¿Qué papel cree que puede jugar la poesía en este mundo de realidades globales, corrientes de opinión y pensamientos únicos?
R. Puede ser una defensa contra todo eso, porque la poesía nos enseña a pensar por nosotros mismos, a formarnos una opinión personal de las cosas y a esquivar las trampas de la realidad. Y además es una línea recta hacia la emoción, que yo creo que es el sentimiento más noble, el más exquisito de todos. Yo recuerdo muy bien ese sentimiento, me acuerdo de cuando empecé a leer y a saltar de un libro a otro; al principio, alguna novela de Emilio Salgari; luego, otras de aventuras, especialmente si ocurrían en el mar, que siempre fue mi escenario predilecto, y así llegué a Robert Louis Stevenson, a Joseph Conrad, a Herman Melville, a Jack London... Y después llegué a la poesía, en una temporada en la que estaba enfermo, en cama, y un amigo me llevó la antología de los poetas de la Generación del 27 hecha por Gerardo Diego y un tomo de Juan Ramón Jiménez que me dejó paralizado, me turbó de un modo inexplicable y me hizo sentir esa emoción rara y muy profunda que, en mi caso, fue lo que me impulsó a querer ser poeta. Otro consejo que le daría a un joven que quisiera aprender a escribir versos es que lea de arriba abajo a Juan Ramón Jiménez, que con todos sus excesos es un entrenador de poesía extraordinario.
P. Ahora aparece en EL PAÍS una colección de poesía que usted ha dirigido, y que pondrá al alcance de un número muy grande de lectores potenciales a treinta maestros de nuestro idioma que van de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado a César Vallejo, Federico García Lorca o Pablo Neruda. Ése puede ser un buen estímulo para que los lectores se aficionen al género.
R. A mí me parece extraordinario que un periódico como EL PAÍS se haya lanzado a esta aventura que, hasta donde yo sé, nadie había intentado antes, ni en España ni fuera de España. Desde que me lo dijo Juan Cruz, que fue quien tuvo la osadía de proponer ese proyecto, me pareció una idea magnífica, ejemplar; y desde luego, creo que si se ve desde el periodismo, puede parecer un atrevimiento, pero si se mira desde la poesía, es un acontecimiento. Seguro que muchos de estos libros llegarán a lectores poco habituados a la poesía, y es bonito imaginar que algunos de ellos encontrarán en cualquiera de estas obras esenciales, de pronto, un estímulo hasta ahora desconocido para ellos, algo que les haga sentir esa emoción de la que hablábamos hace un momento, algo que les ponga ante los ojos una ventana a lo desconocido, que es lo que siempre hay dentro de un buen libro de poemas, y estos treinta son de los mejores, reúnen buena parte de la mejor poesía contemporánea que se han escrito en nuestro idioma. Creo que la colección instigará y promocionará la lectura de poesía y que puede ser un auténtico revulsivo para el género. Yo, desde luego, he trabajado con esa ilusión. Y te puedo asegurar que he trabajado mucho, muchísimo.
P. Hagamos otro juego: si le dieran a elegir, ¿cuál de esos treinta autores le habría gustado ser?
R. ¿Y a ti?
P. No me importaría haber sido Neruda, por ejemplo.
R. Pues... no es sencillo contestar a eso, ni siquiera fue sencillo elegir sólo a treinta autores para la colección, porque cuando tienes que hacer eso sabes perfectamente que aunque los treinta que escojas sean indiscutibles, hay por lo menos otros siete u ocho que se van a quedar fuera, que también son excepcionales y que, por añadidura, están igualmente entre tus preferidos. O sea, que si me resultó doloroso elegir a treinta autores, imagínate elegir cuál de ellos me gustaría haber sido. Pero bueno, si me obligas, creo que me inclinaré por Juan Ramón Jiménez, por su respeto reverencial a la poesía, de la que hizo casi una religión y a la que dedicó su vida completa, hasta llegar, no lo niego, a sobrepasar todos los límites, a tener una vocación abusiva que, por lo que sabemos, ocupaba cada minuto de su existencia, lo que queda bien patente en aquel lema que a él le gustaba repetir: vida y poesía. Pero, con todas sus exageraciones, pocos como él han enaltecido el trabajo de escritor, que consideraba poco menos que sagrado. Yo, que soy una mezcla de romántico y surrealista, admiro mucho ese romanticismo extremo de Juan Ramón, con el que está claro que él siempre fue coherente.
P. Leer poesía puede ser un modo de resistencia contra la levedad del tiempo, ¿no? Sobre todo a una edad como la suya, que le hace sentir de vez en cuando, según se dice en otro de los poemas de La noche no tiene paredes, la "tristeza / de estar aquí acordándome de algo / que queda ya más lejos que el recuerdo".
R. Cuanto menos tiempo te queda, menos tiempo puedes perder, y yo tengo la segura convicción de que leer un buen poema jamás es una pérdida de tiempo, sino todo lo contrario, es un modo de enriquecerse, de multiplicar nuestras percepciones, de ganarle la partida a la ignorancia que nos acecha por todas partes en este mundo bárbaro entregado en cuerpo y alma a lo intrascendente.
P. En su caso, su estilo ha evolucionado en los últimos libros, se ha hecho menos barroco y más directo en Manual de infractores y ahora en La noche no tiene paredes.
R. Me ha preocupado siempre no estancarme, porque en la poesía el que no evoluciona se termina convirtiendo en una momia. Además, hay que estar siempre atento a lo que ocurre, a lo que te ofrece la vida, y también hay que buscar maneras de escribir que se adapten a lo que pretendes en cada momento y con cada libro. Yo he querido ser menos barroco en mis últimas obras, como dices, más severo en la dicción, porque creo que es lo que más les convenía a esos libros.
P. Siempre se ha definido como un escritor discontinuo, al que no le preocupaba pasar por épocas de sequía. Pero veo que en La noche no tiene paredes hay un poema que acaba así: "Me llamo Nadie, como Ulises. / ¿Y quién responde? / Nadie: / una página en blanco".
R. El problema de una página en blanco es que es el espejo de una mente en blanco; y ése, el de tener la mente en blanco, no es ni mucho menos un buen estado para un escritor, para alguien cuyo oficio consiste en imaginar, en tomar decisiones, en crear. Pero lo que a mí me ha ocurrido siempre es que he alternado etapas de absoluta pereza con otras de mucha actividad, que es en las que he escrito mis libros, y por eso nunca me he preocupado.
P. Volviendo a los cambios que ha habido en su última poesía, no deja de ser curioso que cuando quiere hacer una poesía que proteste, que clame contra los horrores de este mundo, opta por la severidad, en lugar de por la opulencia, que era el camino de Neruda, Alberti o Miguel Hernández. ¿Piensa, como Auden, que cualquier poeta moderno que levante demasiado la voz sonará falso?
R. Lo que está claro es que hoy ya no hay Albertis ni Nerudas, que ya no quedan poetas de esa estirpe, combativos, militantes, abanderados que tenían la voluntad de serlo porque escribían versos para ser dichos en plazas públicas llenas de banderas, por así decirlo, seguramente porque ni las circunstancias históricas son iguales ni la concepción que los poetas tenemos de nosotros mismos es la misma. Al menos en nuestra cultura, porque en el mundo árabe, por ejemplo, es muy distinto, yo he estado en algunos países en los que los poetas son poco menos que reverenciados, y los he visto leer para multitudes enfervorizadas, en campos de fútbol en los que sesenta o setenta mil personas los aclamaban como a héroes, coreaban los poemas... Algo increíble. En nuestro ámbito, a veces es fácil tener la impresión de que un artista es un estorbo, o un ornamento, pero en otras partes todavía se ve a los creadores casi como oráculos, o al menos se los considera, en principio, personas a las que merece la pena escuchar. Quizá es que el interés por la cultura es allí más profundo y aquí más superficial.
P. La Fundación Caballero Bonald, en Jerez de la Frontera, despliega una actividad increíble, allí se organizan continuamente cursos, conferencias, lecturas, un congreso anual, presentaciones de libros... ¿Cree que ése es un buen modelo para fomentar la literatura entre los ciudadanos?
R. Todo depende de cómo se haga y de quién la dirija. En España hay algunas fundaciones y también algunas fundiciones, en las que ciertos parientes del escritor que les da su nombre se dedican a saldar su obra y a dilapidar su prestigio. Yo tengo la suerte de que en la mía trabajen personas entusiastas y responsables, y de contar con un buen apoyo institucional que ayuda, pero no impone nada. Y sí, desde luego que este sistema me parece bueno tanto para poner a salvo de manos codiciosas o ignorantes la obra de un autor, su biblioteca, sus cartas y el resto de su legado, y esto lo digo pensando en ciertas viudas y otros parientes que andan por ahí, como para dinamizar la vida cultural de la ciudad en la que esté su sede. Yo estoy contento con la marcha de mi fundación.
Nos detenemos aquí, y Pepe Caballero vacía y deja sobre la mesa la copa de vino oloroso, que ha rellenado un par de veces durante la entrevista, y se somete, con una paciencia algo esquiva, a la sesión fotográfica. Mientras él posa, yo echo un vistazo a los libros que tiene sobre su mesa de trabajo y a algunas postales que hay en sus estanterías. Y al hacerlo, el círculo de la fidelidad se cierra, porque en ambos lugares ocupan un puesto central el retrato de Juan Ramón Jiménez, aquel genio tenaz que le abrió las puertas de la poesía, y algunos de sus libros, entre ellos una primera edición de Españoles de tres mundos. Otro de los volúmenes que están a la vista es, precisamente, el primero de la colección que ha preparado para EL PAÍS, y que es una antología de la obra en verso del premio Nobel de Moguer, prologada por él mismo. José Manuel Caballero Bonald sigue haciendo poesía e intentando difundirla entre los lectores, mientras sueña por escrito, en La noche no tiene paredes, con ser un hombre justo, "aquel que edificó su casa / con nobles piedras y a su abrigo / vivió adecuadamente / sin mandar ni ser mandado, / aquel que obedeció estatutos / de la naturaleza y así pudo / igualar con la vida el pensamiento". -