Haré lo que no se debe hacer en ningún texto, y es comenzar por el final. Benjamín Prado dice que Vicente del Bosque debe ser la persona más feliz en su trabajo, aunque no sé yo si el propio Benjamín no disfruta tanto con la convocatoria y la alineación titular de las letras como el propio Del Bosque con su Roja. O por lo menos eso es lo que transmite. ¡Cómo si no va a escribir un texto sobre trabajo y vamos a acabar encantados de leerlo! ¡Y encima en viernes!
Esta es mi vida, pero no soy yo
En las preguntas no hay direcciones prohibidas, de modo que también se pueden
hacer a contracorriente. Eso las vuelve más inoportunas, pero a la vez más
visibles. Aquí y ahora, por ejemplo, y en mitad de esta época sombría en la que
millones de personas pierden su empleo y otras viven amedrentadas por la
posibilidad de ser también despedidas, ¿no es el momento oportuno para apreciar
lo que vale un trabajo y para volver a pensar en la necesidad de ser felices
llevándolo a cabo? Es verdad que en estos instantes tenemos todas las razones
del mundo para seguir “viviendo en continuo diálogo con el pánico”, como
recuerda que hemos hecho tradicionalmente el historiador Jean Felumeau en su
libro El miedo en Occidente, recién publicado por la editorial Taurus.
Y también es cierto que cuando las crisis queman y el Estado de derecho se
tuerce, los países se llenan de ciudadanos dispuestos a hacer lo que sea para
salir adelante. Pero eso, naturalmente, no es lo ideal. “Si tu trabajo te cansa
pero no te aburre, es que es el tuyo”, escribió el psiquiatra Carlos Castilla
del Pino.
Sin olvidar nunca aquella idea de Mark Twain según la cual en este mundo
existen tres tipos de engaños, que son las mentiras, las patrañas y las
encuestas, un estudio reciente de la empresa de gestión de recursos humanos
Adecco
deja varias pistas interesantes, aunque algunas tan contradictorias como que
ocho de cada diez españoles se declare feliz en el trabajo pero un 44,7% asegure
que cambiaría de profesión si pudiera echar el tiempo atrás. Aparte de eso, tres
de cada cuatro piensan que para ser feliz en el trabajo hay que tener vocación;
el 97%, que los asalariados contentos son más productivos y, en general, que los
factores más importantes para conseguir estarlo son el ambiente laboral, el
sueldo, la realización personal y el horario.
Santiago Vázquez, que es sociólogo, economista, licenciado en Ciencias
Políticas y director de Personas de la compañía de telecomunicaciones por cable
R, opina que para que las cosas mejoren lo primero que debemos
hacer es cambiar de mentalidad: “Por una parte, nos han enseñado que el trabajo
es una especie de condena, una cortapisa que nos impide hacer las cosas que
realmente nos gustan; y, por otra, existe la idea, muy extendida, de que
sentirse satisfecho es ser conformista, mientras que el espíritu crítico es más
respetable, de modo que en cualquier empresa en la que el 90% de los operarios
estén satisfechos y el 10% esté incómodo por la razón que sea, este último grupo
será el que más ruido haga, el que más se deje notar y oír. Y, sin embargo, no
hace falta esforzarse mucho para entender que si la búsqueda del bienestar es el
motor de la vida, también debe serlo en el ámbito laboral. Y eso vale siempre,
incluso en circunstancias tan adversas como las que sufrimos hoy día. El
empresario que piense que por haber más de cinco millones de personas en paro
puede descuidar a su plantilla, dado que sería tan fácil de sustituir, cometerá
dos errores: el primero, olvidar que una crisis es también una buena ocasión
para sobreponerse a las dificultades y ganar prestigio; el segundo, no saber que
los buenos resultados no se consiguen generando angustia o incertidumbre, sino
confianza. ¿Dónde juega mejor y es más decisivo Messi: en el Barcelona, donde le
animan a ser el mejor futbolista del mundo, o en la selección argentina, donde
se lo exigen?”.
Es un buen argumento, pero ¿es también un buen ejemplo? ¿Los conflictos que
pueda tener una figura del deporte, es decir, alguien admirado, rico y joven,
son comparables a los del resto de las personas? ¿Tenemos que volver a confiar
en la célebre
Pirámide de Maslow, esa teoría psicológica según la cual las
necesidades de los seres humanos obedecen a una jerarquía y se dividen en cinco
niveles, situándose lo puramente biológico en la base y la “autorrealización”, o
“necesidad de ser”
(B-needs), en la cima? “No se trata de estar arriba
o abajo, sino en tu sitio”, concluye Santiago Vázquez, “pero es evidente que
todos tenemos unas necesidades elementales, un derecho a prosperar y, a partir
de ahí, muchas posibilidades abiertas. Un barrendero puede ser feliz y Michael
Jackson, Whitney Houston o Amy Winehouse no, como indican sus vidas turbulentas
y sus muertes trágicas. Es obvio que alguien que está haciendo cola en una
oficina del Inem no tiene nada de lo que reírse; pero también que otros muchos
mejoraríamos si le dedicáramos menos tiempo a lamentarnos por lo que nos falta y
a temer perder lo que tenemos, y más a valorarlo en su justa medida”. Lo cual,
en cierto sentido, nos recuerda que no hay nada más lógico que “buscar la
felicidad de forma intuitiva, lo mismo que los borrachos buscan su casa sabiendo
que tienen una”, como escribió Voltaire, pero también que habitamos un mundo en
el que la realidad contradice a la razón y la única filosofía posible es la de
los mercados.
Pero donde no alcanza la filosofía, llegan los libros de autoayuda, y por eso
la búsqueda de un camino que lleve del trabajo a la alegría ha dado lugar a
diversas reflexiones, desde las que ofrece en sus famosos libros el psicólogo
norteamericano Martin Seligman, a las que aporta el Dalái Lama en El arte de
la felicidad en el trabajo o las que contienen otros títulos igual de
explícitos, como La hora feliz es de 9 a 5, de Alexander Kjerulf. El
primero, un best seller mundial famoso por haber creado el concepto de
“optimismo aprendido”, sostiene en obras como La auténtica felicidad
que esta “se logra sabiendo identificar en qué somos fuertes y usando esa
información en el trabajo, con la familia y durante nuestros momentos de ocio”.
El segundo, en conversación con el neurólogo y psiquiatra Howard C. Cutler,
recomienda “cultivar la mente, adiestrarla para encarar las dificultades desde
la serenidad e identificar las emociones destructivas para conseguir un ambiente
laboral óptimo”. El tercero, asegura que es posible “llenarnos de energía
mientras trabajamos, pasárnoslo bien, hacer una labor fantástica, disfrutar de
las personas con las que compartimos la oficina, asombrar a nuestros clientes,
estar orgullosos de lo que hacemos, y tener tantas ganas de que lleguen los
lunes por la mañana como otras personas anhelan los viernes por la tarde”.
Kjerulf, que es danés, presume de que los escandinavos, tradicionalmente los
trabajadores más dichosos del mundo, hayan sido capaces hasta de inventar una
palabra,
arbejdsglæde —cuyas dos mitades,
arbejde y
glæde significan, por supuesto, trabajo y felicidad—, y afirma que la
presencia obsesiva de ese término en los países nórdicos ha sido la clave del
éxito de empresas como Nokia, IKEA, Carlsberg, Lego o Ericsson. Su conclusión es
que cuando sube el agua suben todos los barcos, porque el hecho de que los
operarios felices sean “más eficaces, más rápidos y más flexibles, se preocupen
por la calidad de los productos y caigan menos en el absentismo hace que sus
empresas atraigan a personas más competentes, tengan mayores ventas y clientes
más fieles”. Otra investigación, esta vez llevada a cabo por corporación
Gallup, calculó hace
unos años que la infelicidad de sus empleados le costaba a algunas de las firmas
comerciales más competentes de Estados Unidos cerca de 400.000 millones de
dólares anuales.
Para contener esa hemorragia, muchas compañías que ya se habían tomado muy en
serio las tácticas del branding que el popular rey del
marketing, Tom Peters, explicó en libros como En Busca de la
excelencia, Nuevas organizaciones en tiempos de caos o El meollo del
branding, donde sentenciaba que lo que singulariza a una marca comercial
son sus activos intangibles y que “la pasión es la materia prima de los
negocios”, ahora empiezan también a creerle cuando dice que ningún negocio puede
hacerse grande si no consigue “establecer expectativas razonables y claras para
sus empleados y garantizarles la autonomía necesaria para que puedan hacer
aportaciones directas a su trabajo”. De forma muy gráfica, Peters sostiene que
el epitafio más triste que se puede poner sobre la tumba de cualquiera, es este:
“Podría haber hecho cosas realmente fantásticas... pero su jefe no se lo
permitió”.
Los
Premios E&E a la Innovación en Recursos Humanos, que
recientemente han celebrado su novena edición, dan un indicio de por dónde van
las cosas:
DHL se llevó
uno por fomentar la identificación de sus trabajadores con la compañía
invitándoles a debatir y gestionar cinco proyectos de expansión;
Philips Ibérica, porque puso en
marcha, en el verano de 2010, las
Recognition cards, un sistema
orientado a motivar a sus mejores profesionales con unos puntos que podían
canjear por diversos productos de la marca; o la propia R, donde trabaja
Santiago Vázquez, por haber desarrollado un modelo de felicidad en el trabajo
que, entre otras cosas, ordena aumentar o reducir los incentivos variables de
los jefes de cada departamento según el clima laboral que logren establecer en
él. El porvenir está en manos de todos aquellos que sean capaces de darle la
vuelta a la fatalidad y conseguir que las espinas estén llenas de rosas.
Eduard Punset, autor
de libros como
Viaje al optimismo o
Excusas para no pensar y
conductor del programa
Redes, ha defendido que “la felicidad de los
empleados debe ser un objetivo primordial de las empresas” y que estas “tienen
que aceptar que la gente controle parte de los procesos en que está inmersa,
para que así pueda desarrollar sus cualidades innatas”. Pero añade ahora que, en
su opinión, tampoco suelen vivir bien aquellos que consideran el trabajo su
centro de gravedad: “Los estudios más serios sobre las dimensiones de la
felicidad coinciden en no identificar el trabajo como una de sus fuentes
básicas, porque antes que eso están las relaciones personales, el control de la
propia vida e incluso los niveles de renta. Y las investigaciones más recientes
en el campo de la neurología ponen de manifiesto la necesidad de conciliar
entretenimiento y conocimiento: es preciso entretener para enseñar.
Lamentablemente, muchas universidades no han asimilado todavía este principio, y
el mundo corporativo está todavía más lejos de practicarlo. De todos modos, la
actual dicotomía entre trabajo y felicidad desaparecerá a medida que se cambien
los esquemas de la revolución industrial por estrategias menos fundamentadas en
los conocimientos académicos y más en la creatividad”.
Sin embargo, como advierte una vez más Jean Delumeau en El miedo en
Occidente, “cuando las personas están asustadas corren el riesgo de
disgregarse, su personalidad se cuartea y su sensación de estar adheridas al
mundo desaparece”; así que ¿cómo se pueden combinar, en estos momentos, la
búsqueda de la felicidad en el trabajo y el pánico a perderlo, en medio de esta
crisis y justo después de la última reforma laboral? “No dejándose vencer o
intimidar por el miedo”, concluye Punset. “El miedo ha sido evolutivamente la
mayor amenaza de la felicidad, a la que he definido como la ausencia del miedo”.
El problema es cuando ese estado de alarma pasa de ser individual a ser
colectivo. Delumeau lo resume con una pregunta inquietante: “¿Las civilizaciones
pueden morir de miedo, como las personas?”.
¿Existen trabajos capaces de hacer felices por sí mismos a las personas que
los desempeñan? Según un sondeo recién llevado a cabo por la
Universidad de
Chicago y publicado por la revista
Forbes, las 10 ocupaciones más gratificantes que
existen son, por este orden: cura, bombero, fisioterapeuta, escritor, profesor
de educación especial, maestro de escuela, artista, psicólogo, agente de ventas
e ingeniero. El novelista Gustavo Martín Garzo, a punto de publicar
Y que se
duerma el mar, está de acuerdo con que su profesión esté en ese inventario,
porque reconoce disfrutar escribiendo, lamenta que eso no les ocurra a
demasiados profesionales y piensa que “habría que recuperar la noción del
trabajo gustoso, como lo llamaba Juan Ramón Jiménez. Estar en paro es un drama
tremendo, incomparable, pero también es una pena que tanta gente que sí trabaja
piense más en lo que saca de su oficio que en lo que le puede dar. Antes muchas
personas amaban su trabajo, por modesto que fuera, y eran felices al entregarlo
bien hecho, pero ahora vivimos un tiempo de prisas y de chapuzas, en el que solo
importa la rentabilidad. Esa es la llave de este asunto: hacer las cosas de
cualquier manera no puede hacer feliz nada más que a un sinvergüenza; hacerlas
bien, puede hacer feliz a una persona honrada”.
Finalmente, nos hemos preguntado quién podría ser la persona más feliz de
España con su trabajo, y la respuesta, a todas luces, solo podía ser una:
Vicente del Bosque, el
entrenador amable que nos ha hecho campeones del Mundo y de Europa. Así que cómo
acabar este artículo sin preguntarle.
—¿Es usted feliz con su trabajo, seleccionador?
—Bueno, la felicidad es propia de la infancia, y ser futbolista profesional,
como yo lo fui tantos años, es ir estirando la infancia todo lo que se puede,
seguir jugando hasta que la diversión se convierta en oficio. Luego, los que nos
hacemos entrenadores llevamos todo eso un poco más allá todavía. Imagino que las
dos mejores razones que uno puede tener para sentirse contento con lo que hace
son sentirse un privilegiado y notar que te quieren. Y a mí me pasó eso antes y
me sigue pasando ahora. Un futbolista de élite es un elegido, alguien que logra
estar entre los pocos que consiguen lo que muchos querrían, y yo creo que casi
todos los niños sueñan con ser estrellas, llegar a Primera División, ser
internacionales… todo eso. Así que cuando yo lo era, claro que me sentía feliz.
Y ahora, con los éxitos que hemos podido tener en la selección, pues también
estoy contento por haber logrado nuestros objetivos, porque nuestra tarea haya
tenido esa recompensa y porque siento todo el afecto que la gente me da, así que
de nuevo se puede decir que tengo suficientes razones ser feliz en mi trabajo,
dicho sea con toda la moderación que le impone a uno la edad, por supuesto.
—Y si no hubiera sido futbolista y entrenador, ¿en qué otro trabajo cree que
podría haber sido feliz?
—Seguramente de maestro. De hecho, tenía esa otra vida en la recámara, por
así decirlo, porque estudie Magisterio. Enseñar es bonito, ir formando a los
chicos, ser uno de esos profesores que dan todas las asignaturas: matemáticas,
lengua, historia. Tampoco es tan diferente a ser entrenador.
Así que érase dos veces un hombre feliz. ¿Cuántos de nosotros podríamos
decir, al menos, la mitad de eso?