miércoles, 2 de noviembre de 2011

Reflexión tecnológica, imprescindible

Casi por sorpresa, en Ciberpaís, el suplemento digital de El País, el pasado 27 de Octubre Benjamín nos regalaba este texto, esta reflexión, esta verdad. Disfrutadlo.

Lo probamos todo... ¿Sin comprender nada?
Por Benjamín Prado, en el Ciberpaís

¿Cuánto vale lo que no nos cuesta nada? ¿Qué importancia le damos a las cosas que logramos sin ningún esfuerzo? En estos tiempos líquidos en los que si tienes 10 minutos y un ordenador puedes conseguir casi cualquier cosa sin ir a buscarla a ninguna parte, porque basta con pulsar dos teclas para que Internet te ponga en la mano el disco, la noticia o la imagen que estuvieras buscando, parece que es más fácil desear las cosas que quererlas y que a fuerza de acumular titulares, citas y resúmenes nos arriesgamos a sustituir el conocimiento por la simple curiosidad, que es un buen punto de partida, pero un mal destino. Importa más probar que elegir y estar al tanto de lo que sucede que tener una opinión sobre ello, lo cual en muchos casos nos vuelve a la vez insustanciales e insaciables. ¿Se puede considerar informada una persona que lee los teletipos que le van llegando a su teléfono móvil? ¿Oír dos canciones de cada CD que se edita te convierte en melómano? ¿Coleccionar frases célebres te vuelve un amante de la filosofía?

Hace poco, el novelista Manuel Vicent publicó una biografía del anterior duque de Alba, titulada Aguirre, el magnífico, que fue criticada por su viuda en un artículo enviado a este periódico. A los pocos días, otro diario sacó una página entera en la que se reproducían "los 10 párrafos más polémicos de la obra que ha irritado a la duquesa". Después de eso, ¿ya no hace falta leer el texto completo para poder decir que uno sabe lo que se cuenta en él?

Algunas personas creerán que lo fragmentario es la única opción en este mundo en el que ya no ganan los más fuertes, sino solo los más rápidos y la paciencia ha sido sustituida por la velocidad; otras verán en ello la negación de la propia cultura, que no consiste en tantear la superficie de las cosas, sino en profundizar en ellas, y su suplantación por una poscultura que, como escribe el profesor Javier Gomá en su obra Ingenuidad aprendida, es el último recurso de unas sociedades en decadencia "cuya única identidad reside, tras el ocaso de Occidente, el eclipse de las ideologías, la muerte de Dios y el fin de la historia, en ser posterior a lo anterior: cultura posmoderna, posindustrial, poshistórica...". No parece gran cosa, porque una secuela no puede ser un buen punto de partida.

"Es cierto que en Internet ya no se navega, solo se surfea", dice el director de cine Fernando León de Aranoa, "porque el usuario se ha vuelto promiscuo: al menor indicio de decepción, cambia de ola. Hay menos compromiso, menos fidelidad y por añadidura una mayor pasividad, porque ahora son los contenidos los que salen en tu busca, y no al revés. Eso lo cambia todo, empezando por el periodismo, porque como la volubilidad es una amenaza continua, los titulares de los periódicos se vuelven promesas, ganchos, son un ejercicio de seducción que busca más atraer al lector que enunciar la noticia. ¿Afectará esto también a la música, al cine? ¿Se convertirán los primeros actos de las películas en imanes que garanticen la descarga completa del producto? ¿Empezarán un día las canciones por el estribillo? No sé, pero, de momento, los estímulos e impresiones han reemplazado a la reflexión y el análisis. Supongo que quienes logren articular la información, que parece tan inabarcable, serán los gurús del futuro".

El mundo de la música es, por ahora, la mayor víctima cultural de la Red, y sus consumidores, habitantes de un mundo en el que vivimos de una parte "sitiados por la abundancia", como dice el ensayista Marek Sobczyk en su libro recién publicado De la fatiga de lo visible, y de otra hipnotizados por la piratería, que al ponerle el cartel de gratis a los productos culturales les quita todo su valor, son los que más han cambiado, normalmente, para entregarse a la voracidad, porque las descargas legales y, sobre todo, ilegales hacen que casi todo el mundo tenga en su ordenador o su mp3 100 veces más canciones de las que podrá escuchar en un día, un mes o incluso un año.

La cultura del picoteo, del querer meter la cuchara en todos los platos del restaurante para hacerse una idea de su sabor, tiene aquí su máxima expresión y ha transformado por completo a los aficionados, que si antes seguían a un artista en particular o un género específico, ahora lo degustan todo, para hacerse una idea y porque, al fin y al cabo, no hay que pagarlo. "Es evidente", dice Rubén Pozo, la mitad del grupo Pereza, que en estos días prepara su primer disco en solitario, "que ha aparecido una patología que podría denominarse algo así como síndrome de Diógenes 2.0 y que consiste en la acumulación excesiva y compulsiva de contenidos y descargas. Si yo fuera escritor, tampoco permitiría un resumen de una obra mía. Y estoy seguro de que a un auténtico amante de la literatura no le interesaría leerla. Me aventuro a decir que la gente que no duda en leerse la síntesis de una novela en Internet es la misma que invierte un montón de tiempo en saberse al dedillo la vida y milagros de Belén Esteban. Que tampoco pasa nada, por otro lado".

Su compañero Leiva, que también prepara su debut como solista, va más o menos por el mismo camino y alerta de los riesgos de la trivialidad: "En esto de la cultura del picoteo, creo que hay algo de querer gustar a todas y no irte con ninguna. De figurar pero no estar. Hay demasiada prisa, gente que parece creer que corriendo en muchas direcciones llegará a estar a la vez en varios sitios, o incluso en todas partes. Creo que harían falta cuatro vidas para escuchar los miles y miles de canciones que acumula la mayor parte de la gente en su ordenador. Peor para ellos, a mí no me interesa saltar de una cosa a la otra, sino oír un disco, por ejemplo, de arriba abajo, tal y como se hizo, y ese es mi sistema de medida: para mí, de Madrid a Bilbao no hay 395 kilómetros, ni tampoco, 70 canciones, sino cuatro discos y medio".

Los extremos de la cuestión parecen claros: a un lado, la posibilidad de obtener respuestas inmediatas y al otro la falta de tiempo y espacio para reflexionar sobre ellas. De una parte, las ganas de saber y de otra tan solo la de estar enterados o, al menos, fingirlo, como sugiere el actor Juan Diego Botto: "Internet es un atajo que lo acerca todo, pero también puede ser una máscara, un laboratorio donde construirse una falsa identidad. Siempre me han dejado perplejo esas personas que acumulan recortes de información o sentencias o anécdotas, para luego soltarlas en el momento que consideran más oportuno y dar la impresión de que saben mucho más de lo que dejan ver. Admiro tanto a la gente que sabe como a la que quiere saber, pero no me gusta la que finge que sabe lo que, en realidad, solo ha ido a buscar a Internet, que es un lugar en donde también el que no quiera aprender nada lo tiene todo a su disposición, resumido y clasificado".

Al actor esa palabra, clasificado, le parece peligrosa. "Tengo la impresión que en ese gusto por las listas y los inventarios que tanto abundan en Internet está una parte importante del problema: ahí están desde las mejores y las peores frases del presidente del Gobierno o sus ministros, por ejemplo, hasta las 10 canciones del mes, y, naturalmente, las escenas más célebres, más espectaculares o más polémicas, por la razón que sea, de tal actor o tal actriz. En el cine es difícil valorar un trabajo por dos secuencias, pero seguro que ya hay quien busca y encuentra los 10 mejores planos de una película, mira cuántas estrellas le han puesto los críticos y ya se atreve a opinar acerca de ella. Y, por lo demás, Internet es una maravilla. Todo depende de quién lo use y para qué".

En eso coincide casi todo el mundo: un cuchillo es un cubierto, una herramienta o un arma dependiendo de la mano en la que acabe. El músico Iván Ferreiro, en plena promoción de su disco Confesiones de un artista de mierda, lo dice en línea recta: "Es lo de siempre, hay gente que tiene una esponja en el cerebro y gente que lo tiene envuelto en plástico, unos se empapan de todo y a otros les resbala. Muchos confunden tener algo en el disco duro con saber lo que es y luego hay personas que adquieren una cultura impresionante en la Red, encuentran huellas que seguir, artistas en los que profundizar. Unos aprovechan que existe Internet para robar los libros o leerlos abreviados y otros lo usan como un pasadizo a las librerías. Los que tienen cabeza y saben para qué usarla, aprovechan la facilidad de tenerlo todo a un intro de distancia. Los otros apilan cosas y les da igual, porque la montaña cada vez es más alta, pero ellos no cambian de tamaño".

Eva Amaral y Juan Aguirre, ya ensayando la gira de su nuevo disco, Hacia lo salvaje, admiten que la información suministrada en píldoras produce sobredosis, pero también atrae a lectores nuevos y seguro que algunos de ellos sí querrán profundizar en lo que les llega, da igual si es la página entera de un periódico o su abreviatura en la pantalla del móvil. "Todo depende del uso que le des a cada cosa: nosotros no usamos Twitter, por ejemplo, como un canal de promoción, sino de comunicación con nuestros seguidores, o con cualquier persona interesada en nuestro trabajo. Y en Internet vemos los peligros que ve cualquiera, pero también muchas ventajas. La música es un mundo en el que la revolución digital ha logrado, para empezar, que cayeran las fronteras temporales, porque al lado de este disco de Amaral hay uno de Serge Gainsbourg y puedes comprarlos y bajártelos uno a continuación del otro".

Spotify, donde puedes escuchar miles de discos, nos lanza un reto que debería cambiar nuestra mentalidad y enseñarnos que no hay que poseer para disfrutar. "Es cierto que gran parte de los beneficios que el mundo del arte y la cultura podrían obtener de Internet se pierden a causa de la piratería, y que ese es un precio muy alto. Pero también es una lección que debería de haber servido para algo y nos tememos que no haya sido así. No sé qué pasará con los libros, pero nos da la impresión de que el mundo editorial no ha aprendido nada de lo ocurrido en el de la música. Por ejemplo, estamos seguros de que el lector del último libro de Paul Preston, que es el que ahora tenemos entre manos, habría agradecido que al comprarlo en una librería le hubiesen dado con él un código de descarga para tener a su disposición también la versión digital y poderlo leer en un iPad cuando vaya de viaje. A veces, por querer venderte la misma cosa dos veces, al final se quedan sin nada", añaden los músicos.

"Mejor el picoteo que la ignorancia total", dice el director de cine y escritor David Trueba. "Creo que una buena metáfora de todo esto que ocurre la tenemos en los restaurantes más prestigiosos, que ya no son los que te dan dos grandes platos, sino 11 pequeños, y que de ninguna forma son peores. Por supuesto que vivimos tiempos de confusión, en los que todo parece aún por definir, porque no es fácil querer saberlo todo y estar orientado, de manera que muy a menudo perdemos la oportunidad de disfrutar de las cosas por completo y olvidamos, por seguir con el mismo ejemplo de la comida, que siempre es mejor consumir despacio y lo justo a engullir e indigestarse. Nada va a ser como era, pero eso no debe asustarnos: simplemente, habrá que experimentar otras cosas y atreverse a mezclar lo que nunca había estado junto, como los cocineros".

Tiempos líquidos, como los ha llamado el premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman, en los que sin duda tenemos que construirnos "una identidad flexible que haga frente a los cambios continuos de la realidad" y siga el ritmo de los avances tecnológicos, pero en los que también corremos el riesgo de no ahondar en nada a base de catarlo todo, sin darnos cuenta de que dar un paso en cada dirección es una manera de no moverse.

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