sábado, 12 de noviembre de 2011

Crítica en breve

Afortunadamente, pese a que se está cargando las mejores colaboraciones (como la de Benjamín los jueves), El País mantiene Babelia, un imprescindible análisis cultural que cada sábado nos informa de la actualidad de los mejores libros y en la que se cuelan críticas y opiniones como las de Benjamín Prado, que en esta ocasión nos habla de 


Un crimen en Calcuta
Por Benjamín Prado en El País, en Babelia.

Narrativa. Cada vez que Jerry Delfont se mira al espejo ve un mentiroso: todo el mundo cree que es novelista, pero sólo es un reportero, y piensa que viaja en busca de aventuras cuando en realidad sólo le interesa hacer turismo y ganarse unos miles de dólares. Al comienzo de Un crimen en Calcuta lo encontramos en India, donde ha ido a dar unas conferencias y a reconocer que es "un escritor con la mano muerta" y la mente en blanco; pero todo eso cambia cuando se cruza en su camino la señora Unger, una extraña viuda dedicada a la caridad, el misticismo y los masajes tántricos que lo seduce hasta apoderarse por completo de su voluntad y en quien él ve "exactamente la clase de persona inimaginable que un escritor sueña encontrar", es decir, un camino de salvación que en realidad, y aunque él no lo sepa, conduce a un abismo. Los dos escritores que es Paul Theroux, a un lado el novelista genial de Milroy, el mago o La calle de la media luna y al otro el autor de libros de viaje como El safari de la estrella negra o El viejo expreso de la Patagonia, se reúnen en Un crimen en Calcuta igual que antes lo habían hecho en los relatos de Elefanta suite, y construyen una novela policiaca en la que mientras el lector se hace preguntas sobre el crimen con que empieza la historia, obtiene respuestas sobre India, la desconfianza entre las civilizaciones y los peligros que conlleva dejarse fascinar por lo exótico y pretender formar parte de un mundo que te ve como un buen negocio pero también como a un invasor. Theroux, que hace de sí mismo una descripción muy poco favorecedora cuando el narrador se encuentra con él en un hotel de Calcuta, en un episodio que recuerda al J. M. Coetzee de Verano, logra que Un crimen en Calcuta se parezca al río hipnótico y siniestro, una mezcla de santidad y estancamiento, que él ve en el Ganges, y además de entretenernos con una trama llena de interés, plasticidad e intriga, nos alerta sobre el doble fondo que pueden tener misioneros como la señora Unger, que a veces esconden tras el brillo de sus limosnas oscuras fábricas donde se propicia la explotación infantil y se ganan montañas de dinero manchado de sangre. Cervantes dijo que todo el mundo es como Dios lo hizo y, por añadidura, mucho peor que eso, y si Paul Theroux hubiera puesto esa frase como cita de esta habilidosa novela sobre la mentira, el colonialismo económico y la impunidad, a nadie le habría extrañado.

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