martes, 30 de marzo de 2010

La tormenta de Esperanza

Benjamín Prado escribía hace 10 días en su columna de opinión habitual de los jueves en El País sobe Esperanza Aguirre. Un blog amigo, Marcomplan, también centraba su mirada en la política madrileña, con un análisis más político.

En ambos casos los tiros van en la misma dirección, el uno dice que aquella es "una tormenta seca", éste que "es un bote de humo, ¿o no?". Que cada cual lea y saque sus propias conclusiones, que para algo estamos hablando de opiniones.

Esperanza es un bote de humo, ¿o no?
Benjamín Prado, El País.


"¿Proyectil, balón o patata caliente?", me pregunta Juan Urbano desde el otro lado de la mesa del desayuno; y yo, como no sé con cuál de las tres cosas quedarme, en lugar de elegir una les añado otra: "¿Y por qué no bote de humo?". Entre el primer café y el último de la mañana, y antes de ir a trabajar, estamos intentando descubrir de qué hace la presidenta de la Comunidad de Madrid en la película del IVA, seguramente porque, una vez más, la astuta Esperanza Aguirre nos ha llevado a su terreno, es decir, a un punto en el que estamos, al menos en parte, de acuerdo con ella, lo cual, después de no estarlo tantas veces, despista mucho y te obliga a matizar demasiado, a andarse con unos pies de plomo que suelen ser un síntoma de inseguridad, y, para demostrarlo, no hay nada más que fijarse en el párrafo que acaban de leer y darse cuenta de la cantidad de comas que lleva.

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Aguirre se ha puesto apocalíptica para clamar en dos desiertos a la vez, el del PP y el del PSOE
Porque, la verdad, en eso de la rebelión contra los impuestos a Esperanza se le ve el pirata, pero si dejas a un lado sus gritos de al abordaje, lo que dice es lo que piensa la mayoría de los españoles: que los gobiernos están para algo más que para financiar bancos y que su función no es la de tratar a los contribuyentes como si fueran Cristiano Ronaldo, o sea, primero moliéndolos a patadas y después acusándolos de provocadores y pidiendo que los expulsen a ellos. Es que algunos confunden las urnas con huchas, y eso no es.

Esperanza Aguirre -"hoy vestida de corsario / por los bares se te ve", que dijo su tío Jaime Gil de Biedma- se ha puesto apocalíptica para clamar en dos desiertos a la vez, el de su partido y el del PSOE, y planea repartir biblias puerta a puerta, como quien dice, porque ha mandado cargar a los suyos y van a "peinar el 100% del territorio regional y recorrer los 179 ayuntamientos de la Comunidad para trasladarles sus argumentos en contra del aumento del IVA". El PSOE lo tiene tan mal que lo tiene incluso peor que antes, que ya es decir. Si antes daban Madrid por perdido, presentando en unas elecciones sí y otras también a alguien que no podría ganarle a Aguirre y a Ruiz-Gallardón ni en unas elecciones en las que sólo votara la familia de sus rivales, no les digo ahora, cuando a las papeletas también haya que sumarles los dos puntos del IVA que le van a sumar a las facturas.

¿Aguirre es el proyectil que mete Zapatero en el discurso para apuntar a Rajoy en el Congreso? ¿Es el balón que el propio Rajoy bota mientras se prepara para entrar a canasta? ¿Es la patata caliente que se pasan uno a otro? ¿Es el bote de humo con el que los socialistas intentan ocultar lo que hacen o el que usan los populares para ocultar lo que harían si estuviesen en su lugar?

En fin, no sé qué pensarán ustedes, pero Juan Urbano y yo hemos pagado el café hace un rato y ahora, de camino a la oficina, nos sentimos confusos, porque estábamos de acuerdo con Aguirre cuando se puso moderna con lo del tabaco y antigua con lo de Cuba, y ahora casi, y menos mal que las formas a ella le pierden y a nosotros nos dejan un margen, porque si no fuera así, qué íbamos a hacer. O no, que diría ella, para acabar este artículo igual que si no se acabara.

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