sábado, 14 de marzo de 2009

Entrevista sobre poesía

La visión de Benjamín Prado sobre la poesía siempre es una lección. El otro día rescataba lo que había dicho en Vallecas sobre cómo escribir poesía, hoy quiero rescatar una entrevista que la periodista Ruth Pérez le hizo para Noticias de Guipuzkoa, y en la cual decía cosas tales como...

Pregunta: ¿Se puede aprender a escribir poesía?
Respuesta: Si yo supiera el secreto para escribir poemas geniales, no lo compartiría con nadie. No existen secretos para escribir un poema perfecto. Valery decía que un poema no se termina, sólo se abandona. Lo que sí creo es que se puede enseñar a la gente a quitarse de la cabeza todos esos tópicos que tanto daño hacen a la poesía: la inspiración, la emoción, la sensibilidad.

P.: ¿Y qué hay que meterse en la cabeza para componer un poema?
R.:
La poesía es un género de ficción que tiene sus reglas y sus métodos. Un poema tiene que tener un tema, una estructura, una voz, una combinación de sonidos y silencios determinada para que funcione. Porque si no la tiene, el lector se da cuenta, aunque no sepa nada de poesía. Es como el que no sabe de música pero está escuchando una orquesta y nota que el violín desafina. Esas cosas sí se pueden enseñar. Las otras no. Si las supiera...

P.: ¿Un principiante concentra todos esos defectos?
R.: Cuando empezamos a escribir, todos confiamos demasiado en nuestros sentimientos, nuestras historias, nuestras ganas de contar cosas y que nos oigan. Si algo le sobra a la literatura es la primera persona, hay un exceso de primera persona que me irrita mucho. Pero cuando empiezas a escribir piensas que eres el material más importante para un poema. Hay que aprender que no.

P.: ¿Se puede enseñar a reconocer si un poema es bueno?
R.: Sí. Eso de lo que los juicios de valor no existen lo han inventado los malos poetas o los malos críticos. Se puede reconocer porque un poema tiene algo de puramente mecánico, de taller. No puede tener asonancias, no puede tener consonancias no buscadas. Si quieres crear sensaciones en el lector, tiene que adaptarse lo que se cuenta con el ritmo del poema. No es lo mismo un poema de palabras cortas, que vaya rápido, o el de El río de Octavio Paz, que es un poema sobre la grandeza de la Naturaleza y la pequeñez de las personas. Para escribir ese poema, adopta un ritmo de versículos que si lo lees como está escrito, te ahogas, te sientes pequeñito, quebradizo y frágil. Claro, yo estoy hablando desde el punto de vista del escritor. Igual un publicista piensa que puede vender cualquier cosa, pero sólo se vende durante un tiempo. La gente no es tonta. La idea que se tiene de que se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo no es cierta. La gente puede leer a Dan Brown, pero no toda la gente.

P.:¿Pero cómo se sabe qué descartar y qué no?
R.: Es el trabajo más difícil. Las dos cosas más importantes son encontrar una voz propia pero también desconfiar de ella, porque si uno se acomoda, repite, repite y repite.

P.:Defiende la escritura de la poesía que explica las cosas, y desecha la que confunde y encierra al lector en una jaula. Pero, ¿no hay más poesía confusa que clara?
R.:
Siempre ha habido más poesía mala que buena. La Generación del 27 no eran Cernuda, Alberti y Lorca, había muchos más, peores, que el tiempo ha ido destilando. Un buen poema siempre revela un secreto, te aclara algo. No me interesa la poesía de la cotidianidad, ni la que confunde al lector poniendo una sucesión de palabras de cinco o seis sílabas. Poeta en Nueva York es un libro oscuro, pero es la más clara denuncia del capitalismo que he leído jamás.

P.: Procura, entonces, una desmitificación de la poesía.
R.:
Al contrario. Creo que desmitificarla es querer que todo valga, que todo sirva, que cualquier cosa por el mero hecho de escribirse y de publicarse vale. Yo le tengo un respeto enorme a la escritura. Cuando empecé a escribir a los 17 años decía una frase de la que todo el mundo se reía: "Nunca escribas nada que un día te avergonzases de enseñarle a Dylan". La gente se reía. Publiqué mis primeros libros y la gente se seguía riendo. Pero seguí publicando libros, algunas novelas se empezaron a traducir por aquí y por allá, también en Estados Unidos e Inglaterra. Cuando Dylan vino a tocar a San Sebastián en 1999, por fin me acerqué a él y le di un par de novelas mías traducidas al inglés: al final si valió la pena pensar que no podía escribir nada que me avergonzase de enseñar un día a Bob Dylan. Por eso a mí me gusta mucho tener mitos. Es bueno pensar: no escribas una novela que te avergonzara enseñarle a John Cheever. Es bueno sentir que escribes con Cernuda o T.S. Elliot en tu hombro.

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