jueves, 24 de julio de 2008

Ola política

Ya me extrañaba no haberme encontrado a Juan Urbano caminando estos días en los que solo el sol es de justicia en Madrid, porque no es justo que otros cojan ya vacaciones y yo no, no es justo que los nombres pequeños tapen a los grandes, no es justo pagar más por menos y moverte en transporte público aún peor... Había temas de sobra, pero Benjamín Prado hoy ha cogido el bolígrafo con la izquierda, y así le ha salido...

El otro nombre del PCE.
Por Benjamín Prado. El País.
Como cada verano, por las tardes Juan Urbano se sienta en la playa de Rota, en Cádiz, y lee hasta que el sol deserta de su luz amarilla, se pone de color naranja y hace ilegibles las palabras del libro. Ayer, sin ir más lejos, acabó una novela policiaca de Benjamin Black, que es el seudónimo que usa el narrador irlandés John Banville para publicar obras de género, titulada El otro nombre de Laura, y que cuenta la historia de un supuesto suicidio que no fue lo que parecía y de unos personajes que tampoco eran exactamente lo que daban a entender. El otro nombre de Laura era Deirdree y lo que ocultaba la segunda de la primera era tanto que nos hace darnos cuenta, una vez más, de que el ser humano es el único animal que sabe vulnerar las leyes del espacio y el volumen para esconder lo más grande dentro de lo más pequeño. Somos pura fachada.

Con el aroma del libro de Benjamin Black, que es el modesto autor de historias de detectives en el que se esconde el prestigioso John Banville, flotando en el aire, Juan Urbano vio que el periódico también traía algunas historias de ocultaciones, entre ellas, como siempre, casi todas las que forman la sección política; pero sobre todo le llamaron la atención dos: una, la que hablaba de un cuadro abandonado tras la Guerra Civil en una casa de la calle Alfonso XII y cuya enigmática modelo resultó ser la esposa de Santiago Casares Quiroga, presidente del Gobierno de la República entre mayo y julio de 1936; la otra fue la suspensión, por primera vez en 30 años, de la histórica fiesta del PCE, a finales de septiembre, en la Casa de Campo. Su conclusión fue que en realidad lo que le había ocurrido de tres maneras distintas a esas tres historias era lo mismo: Laura, Gloria -que así se llamaba la mujer de Casares Quiroga y madre de la actriz María Casares- y el PCE estaban o están en malas manos. Y las malas manos rompen lo que les dan, lo extravían, lo desarman o no saben cómo usarlo. Menos mal que no siempre lo hacen desaparecer para siempre, si me permiten el juego de palabras, porque a veces lo que han estropeado o perdido puede caer en otras manos opuestas a ellas, manos capaces de arreglar y encontrar, de reconstruir y poner en marcha lo que estaba parado.

El hombre que ha vuelto a arrastrar hacia la luz el cuadro de Gloria Pérez se llama José Antonio Buces y ha pasado años siguiendo la pista de ese retrato, hasta encontrar en Galicia la foto de la que fue copiado y dar con el nombre del artista que lo pintó, el académico de Bellas Artes Luis Mosquera, que tras el desastre de 1936 llegó a retratar a Francisco Franco y al líder del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer. Los hombres que han tirado del PCE hacia la oscuridad tienen varios nombres y un defecto común: la ambición. Porque parece que ha sido sólo ambición personal de poder, de conservar ciertos puestos y ciertos sueldos que iban con sus cargos, lo que les ha llevado a ser los peores rivales de sus aliados y a hundirse con las siglas históricas del PCE atadas a la espalda. A fuerza de perder elecciones internas y no aceptar sus derrotas, han levantado un muro entre ellos y la realidad y se han quedado solos, convertidos en los propietarios de su propia prisión y nada más que en eso.

A Juan Urbano, que siempre que había podido fue a la fiesta del PCE, le dio lástima que este año no fuera a celebrarse, y se le puso amarga la cara cuando leyó las razones, o tal vez no fuesen razones sino sólo disculpas, que daban los organizadores incapaces de organizarla: "debilidad organizativa"; "condiciones económicas inasumibles"; "dificultades para su ubicación"... Las palabras entonces no sirven, son palabras, que escribió Alberti y cantó Paco Ibáñez, más de una vez, en esa misma fiesta.
No sé si el PCE volverá a estar de fiesta alguna vez, aunque parece difícil si no cambia de manos y también de espíritu, porque los tiempos han cambiado y obligan a cambiar con ellos a todo el que no quiera quedarse al margen de la realidad, en el limbo del pasado. Pero seguro que debe de haber por ahí personas como Quirke, el protagonista de la novela de Benjamin Black, y como José Antonio Buces, el rescatador del cuadro de Luis Mosquera, que tengan la paciencia, la inteligencia y la fuerza necesarias para recordar que hubo un tiempo en el que el otro nombre del PCE fue Libertad.

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