Benjamín Prado es un escritor comprometido. Tan pronto escribe una novela apasionante con denuncia sobre el rapto de niños, ensayo sobre los escritores de la guerra y retrato de personajes, como apoya a las organizaciones ecologistas de Rota.
Esta imagen corresponde a una camiseta en la que Benjamin cedió lo mejor de si mismo, sus ideas...
viernes, 30 de mayo de 2008
jueves, 29 de mayo de 2008
La ración del jueves
Cada jueves Juan Urbano, ciudadano de Madrid, piensa en alto en las páginas de El País. ¿Nunca habéis tenido la sensación de que lo que alguien está diciendo es lo mismo que tu sientes pero que no sabes expresar? Con un lenguaje sencillo, urbano, con unos temas de los que ya no hay, de los que nos interesan a todos, de los que están en la calle, el autor, por mente de Juan Urbano nos cuenta, pero también nos obliga a pensar (¡cómo se atreve!).
Cada jueves tomaré prestada de El País su columna para presentarla en este escaparate.
Tenía que llegar y, de momento, ha llegado a Japón. Después hará el camino de siempre: de allí saltará a Estados Unidos, luego a Europa y, una vez en nuestro continente, empezará por Londres, se extenderá a Italia y, un par de meses más tarde, la tendremos en Madrid. No se preocupen, o preocúpense lo justo, porque no les estoy hablando de un reptil gigante que vaya a invadirnos, sino de una nueva moda que ya causa furor en Tokio y que consiste en llevar ropa que simula ser transparente, faldas y pantalones en los que están pintados la hipotética lencería y el trasero teórico del que la lleva.
El Ayuntamiento sacó una ley que prohibía la colocación de luminosos y lonas publicitarias
Como el nombre de la norma era tan largo, debieron dormirse antes de acabar de escribirlo
Sin duda, la idea no es mala desde el punto de vista de la autoestima, porque con ese invento uno puede darle al mundo una versión mejorada de sus zonas más intrigantes, ya me entienden; pero ¿y desde el punto de vista de la estética?
Pues que se va a superar lo que parecía insuperable, que es esa horterada de llevar los pantalones por la rodilla y tres cuartas partes de los calzoncillos asomando por arriba, lo cual, según Juan Urbano, no es más que un síntoma de la falta de imaginación de nuestro tiempo: como a nadie se le ocurre nada realmente nuevo, las novedades sólo son lo de siempre dado la vuelta.
Primero fue la camiseta de manga corta sobre la de manga larga; luego, el polo Lacoste del revés, y ahora mismo, mientras ustedes leen esta columna, alguien debe de estar a punto de salir a la calle con la corbata anudada a la nuca y colgando por la espalda, o con los calcetines por encima de los zapatos. ¿Qué se apuestan?
La vida es un continuo dentrofuera, como dice el premio Cervantes Juan Gelman, pero de dentro y fuera a privado y público hay tan poca distancia que a menudo salvarla es cometer una invasión, apropiarse del espacio de todos.
En este instante, sin ir más lejos, Juan Urbano está paseando por Madrid y tomando nota de los mil horrores que salen de las fachadas y los tejados de nuestros edificios como los dedos de los muertos salen de las tumbas en las películas de zombies: aires acondicionados, toldos, cierres para las terrazas, verjas inverosímiles, tendederos, antenas de televisión y de teléfonos móviles, carteles y anuncios de toda clase... Qué de agresiones a la vista, cómo empobrecen el horizonte de la ciudad y qué poco control se ejerce sobre ellas.
El asunto de los letreros es muy llamativo. El Ayuntamiento de Madrid sacó hace más de dos años una ley según la cual se prohibía la colocación de anuncios luminosos y lonas publicitarias en el centro de la ciudad, se obligaba a los comerciantes a limitar el tamaño de los carteles, se proscribían los neones que sobresalieran de las fachadas, incluidas las cruces verdes de las farmacias, exigiendo que los rótulos se iluminasen con un haz de luz descendente, y se impedía, salvo en casos excepcionales, la circulación de vehículos dedicados a la propaganda.
Llamaron a eso Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior, y se ve que como el nombre es tan largo, debieron dormirse antes de acabar de escribirlo, porque lo cierto es que quedan miles de tiendas y negocios que vulneran por todas partes esa normativa.
Entonces, el alcalde alardeó de la nueva ley diciendo que con ella iba a poner fin a "la sobresaturación y la excesiva heterogeneidad del espacio dedicado al mensaje publicitario" y se lograría "proteger los valores y la sostenibilidad del paisaje urbano".
Supuestamente, se iba incluso a acotar una "zona de especial protección" que comprendería áreas o edificios de interés histórico-artístico dentro del anillo que forman la plaza de la Independencia, la calle de Alcalá, el paseo de Recoletos, la plaza de Colón, la calle de Génova, la glorieta de Bilbao, las calles Alberto Aguilera y Princesa, la plaza de España, la calle de Ferraz, el paseo de la Virgen del Puerto, la Puerta de Toledo, la ronda de Valencia, la plaza de Carlos V y la calle Alfonso XII.
Sonaba bien, pero lo cierto es que Juan Urbano anduvo toda la mañana por esos lugares y encontró una infracción de esa normativa cada 50 metros.
O sea, que al final la ley es muchas veces como esa moda que está a punto de llegar desde Japón: está pintada sobre la realidad, pero es falsa, una mera maniobra de distracción.
A ver si hay suerte y alguien del Ayuntamiento lee este artículo y se acuerda de la Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior que, sobre el papel, parecía estupenda.
Cada jueves tomaré prestada de El País su columna para presentarla en este escaparate.
¿Qué fue de la ordenanza?
Por Benjamín Prado
Por Benjamín Prado
Tenía que llegar y, de momento, ha llegado a Japón. Después hará el camino de siempre: de allí saltará a Estados Unidos, luego a Europa y, una vez en nuestro continente, empezará por Londres, se extenderá a Italia y, un par de meses más tarde, la tendremos en Madrid. No se preocupen, o preocúpense lo justo, porque no les estoy hablando de un reptil gigante que vaya a invadirnos, sino de una nueva moda que ya causa furor en Tokio y que consiste en llevar ropa que simula ser transparente, faldas y pantalones en los que están pintados la hipotética lencería y el trasero teórico del que la lleva.
El Ayuntamiento sacó una ley que prohibía la colocación de luminosos y lonas publicitarias
Como el nombre de la norma era tan largo, debieron dormirse antes de acabar de escribirlo
Sin duda, la idea no es mala desde el punto de vista de la autoestima, porque con ese invento uno puede darle al mundo una versión mejorada de sus zonas más intrigantes, ya me entienden; pero ¿y desde el punto de vista de la estética?
Pues que se va a superar lo que parecía insuperable, que es esa horterada de llevar los pantalones por la rodilla y tres cuartas partes de los calzoncillos asomando por arriba, lo cual, según Juan Urbano, no es más que un síntoma de la falta de imaginación de nuestro tiempo: como a nadie se le ocurre nada realmente nuevo, las novedades sólo son lo de siempre dado la vuelta.
Primero fue la camiseta de manga corta sobre la de manga larga; luego, el polo Lacoste del revés, y ahora mismo, mientras ustedes leen esta columna, alguien debe de estar a punto de salir a la calle con la corbata anudada a la nuca y colgando por la espalda, o con los calcetines por encima de los zapatos. ¿Qué se apuestan?
La vida es un continuo dentrofuera, como dice el premio Cervantes Juan Gelman, pero de dentro y fuera a privado y público hay tan poca distancia que a menudo salvarla es cometer una invasión, apropiarse del espacio de todos.
En este instante, sin ir más lejos, Juan Urbano está paseando por Madrid y tomando nota de los mil horrores que salen de las fachadas y los tejados de nuestros edificios como los dedos de los muertos salen de las tumbas en las películas de zombies: aires acondicionados, toldos, cierres para las terrazas, verjas inverosímiles, tendederos, antenas de televisión y de teléfonos móviles, carteles y anuncios de toda clase... Qué de agresiones a la vista, cómo empobrecen el horizonte de la ciudad y qué poco control se ejerce sobre ellas.
El asunto de los letreros es muy llamativo. El Ayuntamiento de Madrid sacó hace más de dos años una ley según la cual se prohibía la colocación de anuncios luminosos y lonas publicitarias en el centro de la ciudad, se obligaba a los comerciantes a limitar el tamaño de los carteles, se proscribían los neones que sobresalieran de las fachadas, incluidas las cruces verdes de las farmacias, exigiendo que los rótulos se iluminasen con un haz de luz descendente, y se impedía, salvo en casos excepcionales, la circulación de vehículos dedicados a la propaganda.
Llamaron a eso Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior, y se ve que como el nombre es tan largo, debieron dormirse antes de acabar de escribirlo, porque lo cierto es que quedan miles de tiendas y negocios que vulneran por todas partes esa normativa.
Entonces, el alcalde alardeó de la nueva ley diciendo que con ella iba a poner fin a "la sobresaturación y la excesiva heterogeneidad del espacio dedicado al mensaje publicitario" y se lograría "proteger los valores y la sostenibilidad del paisaje urbano".
Supuestamente, se iba incluso a acotar una "zona de especial protección" que comprendería áreas o edificios de interés histórico-artístico dentro del anillo que forman la plaza de la Independencia, la calle de Alcalá, el paseo de Recoletos, la plaza de Colón, la calle de Génova, la glorieta de Bilbao, las calles Alberto Aguilera y Princesa, la plaza de España, la calle de Ferraz, el paseo de la Virgen del Puerto, la Puerta de Toledo, la ronda de Valencia, la plaza de Carlos V y la calle Alfonso XII.
Sonaba bien, pero lo cierto es que Juan Urbano anduvo toda la mañana por esos lugares y encontró una infracción de esa normativa cada 50 metros.
O sea, que al final la ley es muchas veces como esa moda que está a punto de llegar desde Japón: está pintada sobre la realidad, pero es falsa, una mera maniobra de distracción.
A ver si hay suerte y alguien del Ayuntamiento lee este artículo y se acuerda de la Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior que, sobre el papel, parecía estupenda.
martes, 27 de mayo de 2008
Apretón de manos
Inauguramos este blog de la mejor forma que se puede hacer. Con un padrino de lujo, Joaquín Sabina, para un benjamín del que poco a poco iremos colgando noticias, poesías, textos, y todo lo que este gran escritor nos regale.
Se me pasó por la cabeza, pero al final no pude ir a Málaga. Quienes sí fueron lo disfrutaron, como el caso de esta periodista de Málaga Hoy, a quien tomamos prestadas las palabras para conocer qué pasó allí. Un duelo entre dos pistoleros diestros que se dieron la mano desde el principio, y que rara vez la sueltan.
Perdió el tren de alta velocidad pero los suyos lo esperaron en el mismo andén de siempre. Joaquín Sabina, poeta, llegaba ayer con retraso a la cita con los versos compartidos, junto a su amigo Benjamín Prado. "Por problemas en Atocha", aseguraba el jiennense. Poco importaba, porque tres cuartos de hora más tarde supo paliar la espera con un regalo al auditorio. "Málaga fue la primera sucursal de La Mandrágora, cuando yo aún no era Sabina, sino Joaquín Martínez", recordaba.
Desde el Centro Cultural Provincial, a las 20:45 ambos trovadores comenzaban una sesión más del ciclo Vidas cruzadas con el verso como esquina coincidente. Sobre el escenario tan sólo una mesa, una jarra de agua, y dos güisquis separaban sus letras. "Desde hace ocho o nueve años tengo un milagro mayor que la canción. Ir a los lugares a decir palabras. Eso sí, nunca sólo, con Benjamín Prado o Luis García Montero", explicaba un Sabina taciturno y de mirada esquiva. Como prólogo a una hora de recuerdos rimados, El hombre del traje gris avanzaba pinceladas de un imaginario, usurpado ya por sus seguidores.
Anoche cerca de 300 escuchaban cómplices ese "mapamundi del deseo", ese "inventario de la duda", con el que Sabina daba nombre a sus canciones de mala vida. Mientras Benjamín Prado escuchaba a sorbos, Sabina declamaba con voz cascada. Cuando su amigo recitaba, el de Úbeda fumaba, asentía o aplaudía con un "¡Olé!" sus poemas.Entre humo y confidencias, el cantautor se sinceraba con los oyentes para viajar sobre los primeros recuerdos. "Nunca imaginé ser cantante", advertía. "Cuando estudiaba en la Universidad de Granada quería ser un oscuro profesor de Literatura, casarme con una rubia de bote y escribir los fines de semana libros que me dieran mucho prestigio y poco dinero". Pero agarró la vocación por los cuernos y los sonetos musicados acabaron dándole de comer.
Antes de pasearse por su tierra natal, Sabina lanzaba otra declaración de intenciones. "Dicen que la infancia es el paraíso del artista pero Benjamín y yo, cuando leemos biografías nos saltamos los primeros capítulos. Hasta que no cumple 20 años no nos interesa", afirmaba. Con el predicado ya en Úbeda, el poeta advertía, libro en mano, que "el tiempo es un exilio más cruel que la distancia". Para pasar página con un lamento: "ninguna edad es buena para volver a casa".En su turno de palabra, Prado (Premio Andalucía de Novela en 1999) rescató su amistad con Rafael Alberti con el poema Adefesio y, al poco, Sabina le daba la réplica. "Nunca fue Alberti tan caballero, nunca Benjamín tan benjamín", pronunciaba entre sonrisas. De homenaje en homenaje, los dos juglares se detenían ahora en José Hierro. El caballero del bombín pasó a evocar cómo la semana previa a su muerte se la pasó intercambiando sonetos con él.
Alberti perfilaba a Sabina con un "modelo de Versace de taberna" al que "Platón archivó en su caverna".Incansable, la sorna del recitador echaba mano de su última obra escrita, A vuelta de correo (Visor, 2007). "Donde se demuestra que soy el rey de la estafa. Le escribo cartas a poetas, ellos me contestan pero el que cobra el libro soy yo", acuñaba Sabina. Acostumbrado a transitar con su verbo canalla, reconocía su invulnerable lugar común. "A mis 69 menos 10, uno piensa que si hubo una gota de poesía fue más en las canciones que en los versos". Y los sabineros en el bolsillo.
Málaga Hoy. Rocío Armas.
Se me pasó por la cabeza, pero al final no pude ir a Málaga. Quienes sí fueron lo disfrutaron, como el caso de esta periodista de Málaga Hoy, a quien tomamos prestadas las palabras para conocer qué pasó allí. Un duelo entre dos pistoleros diestros que se dieron la mano desde el principio, y que rara vez la sueltan.
Perdió el tren de alta velocidad pero los suyos lo esperaron en el mismo andén de siempre. Joaquín Sabina, poeta, llegaba ayer con retraso a la cita con los versos compartidos, junto a su amigo Benjamín Prado. "Por problemas en Atocha", aseguraba el jiennense. Poco importaba, porque tres cuartos de hora más tarde supo paliar la espera con un regalo al auditorio. "Málaga fue la primera sucursal de La Mandrágora, cuando yo aún no era Sabina, sino Joaquín Martínez", recordaba.
Desde el Centro Cultural Provincial, a las 20:45 ambos trovadores comenzaban una sesión más del ciclo Vidas cruzadas con el verso como esquina coincidente. Sobre el escenario tan sólo una mesa, una jarra de agua, y dos güisquis separaban sus letras. "Desde hace ocho o nueve años tengo un milagro mayor que la canción. Ir a los lugares a decir palabras. Eso sí, nunca sólo, con Benjamín Prado o Luis García Montero", explicaba un Sabina taciturno y de mirada esquiva. Como prólogo a una hora de recuerdos rimados, El hombre del traje gris avanzaba pinceladas de un imaginario, usurpado ya por sus seguidores.
Anoche cerca de 300 escuchaban cómplices ese "mapamundi del deseo", ese "inventario de la duda", con el que Sabina daba nombre a sus canciones de mala vida. Mientras Benjamín Prado escuchaba a sorbos, Sabina declamaba con voz cascada. Cuando su amigo recitaba, el de Úbeda fumaba, asentía o aplaudía con un "¡Olé!" sus poemas.Entre humo y confidencias, el cantautor se sinceraba con los oyentes para viajar sobre los primeros recuerdos. "Nunca imaginé ser cantante", advertía. "Cuando estudiaba en la Universidad de Granada quería ser un oscuro profesor de Literatura, casarme con una rubia de bote y escribir los fines de semana libros que me dieran mucho prestigio y poco dinero". Pero agarró la vocación por los cuernos y los sonetos musicados acabaron dándole de comer.
Antes de pasearse por su tierra natal, Sabina lanzaba otra declaración de intenciones. "Dicen que la infancia es el paraíso del artista pero Benjamín y yo, cuando leemos biografías nos saltamos los primeros capítulos. Hasta que no cumple 20 años no nos interesa", afirmaba. Con el predicado ya en Úbeda, el poeta advertía, libro en mano, que "el tiempo es un exilio más cruel que la distancia". Para pasar página con un lamento: "ninguna edad es buena para volver a casa".En su turno de palabra, Prado (Premio Andalucía de Novela en 1999) rescató su amistad con Rafael Alberti con el poema Adefesio y, al poco, Sabina le daba la réplica. "Nunca fue Alberti tan caballero, nunca Benjamín tan benjamín", pronunciaba entre sonrisas. De homenaje en homenaje, los dos juglares se detenían ahora en José Hierro. El caballero del bombín pasó a evocar cómo la semana previa a su muerte se la pasó intercambiando sonetos con él.
Alberti perfilaba a Sabina con un "modelo de Versace de taberna" al que "Platón archivó en su caverna".Incansable, la sorna del recitador echaba mano de su última obra escrita, A vuelta de correo (Visor, 2007). "Donde se demuestra que soy el rey de la estafa. Le escribo cartas a poetas, ellos me contestan pero el que cobra el libro soy yo", acuñaba Sabina. Acostumbrado a transitar con su verbo canalla, reconocía su invulnerable lugar común. "A mis 69 menos 10, uno piensa que si hubo una gota de poesía fue más en las canciones que en los versos". Y los sabineros en el bolsillo.
Málaga Hoy. Rocío Armas.